Se la ve jovial y moderna. A pesar de los años en Chile, Sarika Rodrik no puede abandonar un acento especial que le da un tono pausado a su hablar.
-¿Confiesas tu edad?
“No”, dice rotunda. “Me carga”.
-¿Vanidad?
“No, afuera no me importa decir la edad, pero acá a una la catalogan al tiro de vieja, como de desechable. No sé, es raro. En Chile, por la edad te encasillan y resulta que la edad no existe”.
Esta mujer empresaria nació en Estambul, Turquía, y aunque su familia era bastante tradicionalista la enviaron a estudiar a Europa. A su regreso, a los 18 años, le esperaba como único destino casarse y tener hijos, cuestión a la que Sarika no estaba dispuesta. “Quería conocer, trabajar, salir y no encajaba; quería ser libre”, afirma.
Por eso, pidió irse a vivir afuera, pero sus padres sólo consistieron en que viajara a Chile donde vivía una hermana de su madre. Vino de paseo, en 1970, pero conoció a un joven estudiante de arquitectura y los planes cambiaron. De regreso en su país, mantuvieron el romance por cartas hasta que, en 1972, se casó con Samuel Rosenberg.
“Me escribió unas cartas de amor increíbles, me pidió que nos casáramos por carta”, recuerda.
-Te casaste joven, ¿eso no fue muy moderno?
“No, pero yo lo elegí. Me casé sin mi papá, se lo llevé y le dije éste es mi marido”.
A los dos años de matrimonio, debido a lo mucho que echaba de menos a su familia, se fue a vivir a Turquía con su marido y allá nació su primera hija Nicole (que hoy la ha convertido en abuela). Después vino Sharon -diseñadora de joyas que se venden en la tienda- y en 1981 regresaron.
“En ese tiempo falleció mi papá, él (Samuel) me pilló volando bajo y me trajo de vuelta”, cuenta. Hoy su hermana y su madre viven en Chile también.
-¿Qué te mantiene ligada a Turquía?
“Mis raíces; tengo tías, primos y amigos. No me siento chilena, me encanta vivir acá, pero mantengo mi pasaporte turco.
“Recibí una educación distinta, me siento más ciudadana del mundo y podría vivir en cualquier parte feliz”.
-¿Cómo ves a los chilenos? ¿Hace 35 años como éramos?
“Los veía amorosos, muy amables, muy sonrientes. Mi tía tenía negocio en el pasaje Matte y me encantaba la gente del centro”.
-¿Y cómo nos ves hoy?
“Igual... bueno, creo que hay hipocresía, todo el mundo pretende ser algo que no es. Hay mucho miedo y son copuchentos.
“Además, siempre tiran para abajo”.
-¿Chaqueteros?
“Sí, siempre andan como lloriqueando. Siempre critican todo. Nunca ven lo bonito, siempre ven el ‘no’; eso me choca”.
Dueña de una seguridad a prueba de balas, Sarika no tiene problemas en reconocer que se ha sometido a cirugías plásticas -“me cargan esas mujeres que lo niegan”- y se cuida de mantener su peso manteniendo una alimentación sana.
“Para relajarme, viajo, de repente me arranco una semanita, pero no tengo ningún hobby. No juego golf, no cocino –me carga-, voy al gimnasio todos los días a las 7.30 de la mañana, me gusta la playa, el mar y también esquiar en Chile”, confiesa.
-¿Heredaste la tradición de la buena dueña de casa árabe?
“Noooo, soy totalmente libre; nunca me gustó”.
-Bueno, de eso arrancaste.
(Se larga a reír) “Claro... no soy esclava de las cosas, ni de mi casa, ni de la tienda”.