A sus 33 años, Raquel aún no piensa en tener hijos. Terminar un posgrado y realizar lo mejor posible su trabajo, "son incompatibles con la idea de formar familia. Ni siquiera tengo tiempo para pololear", comenta. Así como ella, cientos de mujeres enfrentan día a día la difícil decisión de postergar la maternidad.
Lo anterior explica en parte la importante caída que ha registrado la tasa de natalidad en Chile, al pasar de 3,5% en 1962 a poco menos de 1,6% en 2003.
"Los niveles más altos de natalidad fueron entre los años 1957 y 1962, donde hubo un 'baby boom'. La tasa de natalidad se disparó y la mortalidad estaba cayendo. Esto provocó que los sistemas colapsaran, por ejemplo, cuando estos niños entraron al colegio no había tantos cupos", relata el economista de la Universidad Gabriela Mistral, Erik Haindl, en su libro "Chile y su desarrollo económico en el siglo XX".
Estos cambios en la natalidad se han dado en un contexto de una enorme transformación sufrida por nuestro país en los últimos 30 años. En efecto, el producto per cápita se duplicó entre 1970 y 2000, los salarios reales aumentaron cerca de 46% y la tasa de inversión pasó de 22% a 27%.
Las causas
Dos estudios recientes que abordan las causas de la caída de la natalidad coinciden en algunos aspectos, pero discrepan en otros.
Por un lado, el economista de la Universidad de Chile, Osvaldo Larrañaga, sostiene en el estudio "Fertilidad en Chile 1960-2003", auspiciado por la fundación Kellog, que la caída en la natalidad parece estar más cercanamente relacionada con el acceso a métodos anticonceptivos modernos, cuyo uso comienza a masificarse hacia fines de los años sesenta y que hacen posible que el número efectivo de hijos se aproxime a su nivel deseado.
En cambio, el economista de la Universidad Católica, Rodrigo Cerda, en el estudio "¿Dónde están los niños?", financiado por la dirección general de pastoral y cultura cristiana de la PUC, no atribuye mayor incidencia a este factor, sino más bien explica la caída de la natalidad al interior de parejas casadas o convivientes a partir del incremento sustancial que ha tenido el costo de criar y educar a los hijos en los últimos 30 años (ver infografía).
No obstante, ambos coinciden en descartar que una parte significativa de la caída en la fertilidad se relacione directamente con incrementos en el ingreso per cápita o con la mayor participación laboral de la mujer.
"En efecto, el período en que la economía presenta los mayores niveles de crecimiento y de incorporación de la mujer al mercado del trabajo es bastante posterior a aquel en que la natalidad empieza a caer. Sólo en la década de los noventa existen indicios de que la incorporación de la mujer casada al mercado del trabajo se relaciona con caídas en la fertilidad de este grupo", se lee en el 'paper' de Larrañaga.
Otro factor que explicaría este fenómeno es el aumento en la educación de la mujer. "Cada año de educación adicional en la mujer disminuye el numero de hijos en 0,06", dice Cerda.
Larrañaga agrega que también es probable que haya habido una disminución en el número deseado de hijos, sea porque se privilegia la calidad antes que la cantidad de hijos o porque la mayor escolaridad de la mujer amplía sus propias expectativas de desarrollo autónomo.
Eso es lo que le pasa a Catalina, ingeniera civil industrial de 32 años proveniente de una familia numerosa, quien no ha seguido los pasos de sus padres y ha postergado sistemáticamente la maternidad para hacer una carrera en el banco en que trabaja y llegar pronto a ser gerenta de área.
"Prefiero estar bien preparada y segura de haber cumplido todos mis proyectos profesionales antes de dar el gran paso de tener un hijo. Cuando dé ese paso pienso dedicarme con mucha intensidad; no como solía ser antes, en que se tenían varios hijos, pero se les dedicaba menos tiempo a cada uno individualmente", dice sin culpas.
Matrimonio y los hijos
Lo que sí parece ser un hecho es que la disminución de la natalidad se ha dado al interior de las parejas casadas o convivientes, mientras que las mujeres sin pareja mantienen una maternidad baja, pero estable.
Ambos estudios señalan que la caída en el número de matrimonios desde comienzos de los años setenta ha coincidido muy cercanamente con la reducción de los nacimientos. De hecho, las mujeres que no conviven ni se casan tienen en promedio 0,7 hijos menos que las mujeres que sí lo hacen, según los resultados del estudio de Cerda.
Menos nacimientos: Los efectos
Entre los efectos positivos que tiene el que baje el ritmo de crecimiento de la población en la economía está que el producto per cápita avanza más rápido, lo que tiene un impacto positivo en el nivel de ingreso de la población.
"Los países africanos tienen un gran problema, porque el poco crecimiento que tiene su producto no alcanza para mantener el gran número de habitantes que tienen. Entonces sobre el desarrollo el impacto es positivo", dice Erik Haindl, economista de la Universidad Gabriela Mistral.
Sin embargo, la caída de la natalidad provoca un efecto secundario, que es el envejecimiento de la población.
"Esto se ve claramente en países de Europa y en Japón, donde los mercados se han tenido que orientar no hacia los jóvenes, sino hacia la gente de la tercera edad", comenta Haindl.
Otro efecto es que se "revientan" los sistemas previsionales. Sin embargo, en el caso de Chile no debería existir esa crisis tras la reforma que se realizó al sistema de pensiones, pues cada persona ahorra para sí misma.
Lo que sí es preocupante, a juicio del economista, es el incremento del gasto de salud que provoca el envejecimiento de la población.
"Los países tienen que destinar demasiados recursos a los más viejos, y como las isapres se enfocan más en los jóvenes y hacen a un lado a los más viejos, el gasto lo termina absorbiendo el Estado".
Los consultorios de atención primaria y los hospitales públicos han sido los primeros en dar cuenta de este fenómeno. Así lo evidencia el caso de un establecimiento de la Región del Valparaíso (V) en que la población usuaria de atención primaria mayor de 65 años aumentó 18,8% en apenas un año. "Esto, claramente, es más caro para el sistema de salud y obliga a invertir muchos más recursos en tratamientos de enfermedades crónicas, como la diabetes y la hipertensión", explica el doctor Carlos Zúñiga.
La disminución de la mano de obra, especialmente la no calificada, es otra de las consecuencias. Ello obliga a pensar en la inmigración como una fórmula para resolver el problema, algo que ha pasado en los países desarrollados, donde las labores más despreciadas por los locales son asumidas por inmigrantes.