Descendiente de italianos, de nacionalidad argentina y chilena de corazón se declara Susana Tonda. Nació y vivió en la república trasandina hasta los 4 años –“mi segunda patria”- y de ahí sus padres decidieron venir a probar suerte a Chile.
-¿Familia italiana en personalidad?
“Mis padres son argentinos, pero son bien italianos, son achoclonados”.
-¿Y heredaste algo de eso?
“Sí, claro. Mi marido, yo, mis cuatro hijos, yernos y nueras y mis cuatro nietos actuamos como choclón, absolutamente; los fines de semana llegan a mi casa. Antes era mi mamá, pero ahora lo hago yo en la medida que puedo e invito a mi hermana, hermano, sobrino”.
A los 52 años, lleva casi 34 junto al médico Federico Novoa, aunque tuvieron que pasar por sus problemas. “Estuvimos separados dos años y volvimos; tuvimos una crisis hace unos 20 años y al final, nos reconquistamos”.
-O sea, hay voluntad de por medio, ¿es parte de la receta?
“Sí, creo que ponerle voluntad es darse cuenta que en los problemas que uno tiene, tiene que apechugar no más. Quizás, lo que ayudó en nosotros como pareja fue darnos cuenta que en ese minuto en que tuvimos un problema serio fuimos capaces de tomar un camino distante y mirarlo así el tema. Creo que la separación nos ayudó a reencontrarnos y si no nos hubiéramos separado en ese minuto nos habríamos terminado odiando”.
-¿Y es necesario tener mundos distintos, ser independientes?
“Sí, yo no trabajaría con él, ni él conmigo. Tenemos nuestras familias, nuestra relación de pareja, pero yo tengo mi mundo laboral y él el suyo, también cada uno tiene sus amistades. Creo es importante tener algo tuyo”.
-Pero eres bastante apegada a tu casa.
“Claro, me casé a los 18 y no estaba embarazada (se ríe); mi marido es 10 años mayor y a lo mejor eso hizo que nos casáramos. ¿Qué íbamos a esperar?, que yo terminara la universidad cuando estaba recién partiendo. Creo que la diferencia de edad hizo que yo me arriesgara, pero me salté una etapa de mi vida, la etapa de juventud”.
-¿Valió la pena?
“Totalmente, no me arrepiento para nada. Pero tiene sus costos, como todo en la vida. Yo le veo sus beneficios como haber sido madre joven, abuela joven, cuestión que tiene cualquier cantidad de beneficios, pero también tuvo el costo de que me salté una etapa que a lo mejor hubiera sido rico vivirla. Ahora, sumando y restando no me arrepiento para nada, pero reconozco el costo que tuvo. Eso es parte de la vida, todas las decisiones tienen costo”.
-Saliste de la universidad embarazada de la cuarta y entraste a trabajar. Mirando para atrás, ¿es compatible el mundo laboral con el familiar?
“Absolutamente, pero necesitas ciertos apoyos; yo tenía el apoyo de mi marido, una situación económica que me permitía alguien en mi casa que me ayudara –de hecho tengo la nana de mis niños, la María, en mi casa hace 27 años- y eso no es lo mismo que para esas mujeres que parten a las 6 de la mañana al trabajo con la guagua a cuesta para dejarla en la sala cuna. Yo no viví eso, tuve el apoyo de mi familia, mi padre, mi madre y eso hay que valorarlo”.
-¿Y las culpas son las mismas?
“Sí, tengo sentimiento de culpa. Hoy miro para atrás y veo que están bien los cuatro, pero, a pesar de haber vivido ese sentimiento, tengo que reconocer que si volviera para atrás quizás haría lo mismo. Estoy satisfecha con lo que yo hice, entonces no tengo un sentimiento de culpa como para hacerme un harakiri, digo no pude hacer las dos cosas, tuve que optar, pero estoy convencida de que lo que decidí me hizo feliz”.
-La menor tiene 22 años. ¿Alguna vez te pasaron la cuenta?
“La que más me la pasó fue la mayor, porque de una u otra manera sintió el cambio ya que yo estuve en la casa 6 años full time y después me fui a estudiar. Creo que sintió el abandono; los dos mayores lo hicieron más que los menores, porque ellos no conocieron otra realidad, pero soy súper franca y honesta en eso”.
No puede dejar de hacer una confesión a reglón seguido: “La mayor está casada, tiene tres niños y dejó de trabajar y me costó entenderla, porque para mí es importante que una mujer -no sólo por ella, sino porque creo que debe entregar algo a la sociedad- trabaje. Después entendí que una mujer que decide quedarse en su casa también debe ser valorada, que existen distintas opciones que son valorables y que uno tiene que aprender a valorarlas”.
Con la madurez que dan los años, Susana Tonda afirma que cumple un rol de abuela –tita- presente con mucha dicha. “Soy súper buena abuela (dice entre risas), te juro; me llevo a los niños a dormir; me fui a la playa con los tres nietos y el mayor dormía conmigo. Cuando viajan me los dejan a mí y los cuido. Ahora, no me dedico a educarlos, es decir, no estoy todo el día en función de ellos como sus papás, pero, sí, soy una abuela presente y me encanta”.
-¿Estás recuperando tiempos?
“Creo que hay un mecanismo de defensa que hace que uno se plantee que siempre tiene que recuperar tiempo y recupero poco”.
-¿Debe ser difícil hacerlo cuando uno se embarca en una nueva empresa?
“Sí, pero tengo que ser súper franca. Si me embarco en una empresa como el Hogar de Cristo y le dedico tiempo es porque lo quiero hacer, obvio, y soy feliz haciéndolo.
“No sé si algún día voy a estar a caballo y relajada en alguna parte, capaz que sea mi esencia ser así. Ahora, si algún día tengo más tiempo, ¿a qué me puedo dedicar? A leer quizás, pero, para mí, dedicarme tiempo es estar con mis hijos, estar en la pega, hacer amistades”.
-¿Quizás dedicarle más tiempo a tu casa en Tongoy?
“Puede ser, pero en unos 5 años más”.
-Y siendo italiana, ¿más tiempo en la cocina?
“Sí, me encanta cocinar, lo hago, también mi marido; los fines de semana va mi familia, hay gente invitada. Anteayer hice un pastel de jaiba que me quedó exquisito” (lanza una carcajada, porque lo dice sin ningún pudor).