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"Se me fueron juntando los dos países; ahora yo tengo dos vidas, ¡no hay caso!"

Pintura de autor es la suya, la muestra sin miedos ni pudores. Retrata el dolor y la violencia, la fuerza de la mujer y ésa, su vida, de recuerdos, felicidades y rencores entre Chile y Cataluña.

31 de Mayo de 2007 | 08:45 |
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Son las mismas salas que visitó tantas veces como estudiante entre 1939 y 1942, cuando acababa de llegar a Chile escapando de la Guerra Civil española. Hoy, recién remodeladas, acunan una gran retrospectiva de su obra. Todo el segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) -que alguna vez fue la Escuela de Bellas Artes- muestra esas creaciones fuertes, impetuosas, sentidas, que tienen el sello inconfundible de Roser Bru.

"Trabajos de ida y vuelta" se llama y cómo no, si así ha sido su vida entera, un ir y venir entre dos patrias no demasiado definidas; entre su natal Cataluña y su adoptado Chile; entre esa tierra de la que arrancó dos veces por las ideas políticas de la familia y este pueblo en el que creció feliz hasta que hubo de revivir el pasado violentamente un 11 de septiembre, pero decidió quedarse y marcar su resistencia desde el arte.

El año pasado exhibió en Barcelona y se reencontró con sus raíces. La Generalitat de Catalunya y el Gobierno de Chile le brindaron un homenaje, invitándola a exponer una retrospectiva de su arte, ése que muestra su faceta de cronista de la historia, su interés por la mujer y lo femenino, y también por la prohibición.

Atardece y las doradas luces del otoño caen sobre el MAC, un cálido rayo de sol se cuela en la sala donde, sentada sola en un banco, Roser espera la entrevista. Su cara se ilumina con un acogedor saludo y, rauda, parte a mostrar sus pinturas y a explicarlas, a darles el sentido que no es necesario manifestar, porque está ahí, fuerte, potente, en sus figuras.

Acrílicos sobre lino, dibujos y grabados forman la colección que se mueve entre palabras de Goya y retratos de detenidos desaparecidos; entre mujeres que cargan en su espalda el deber de su género y los retratos de Rimbaud, Kafka o Miguel Henríquez.

-¿Qué se siente después de tantos años dedicada a plasmar sus sensaciones y pensamientos?
"Es acumular vida y acumular muerte; porque la vida también es la muerte ¿no? Tengo 84 años, pero mientras se me ocurran cosas, estoy viva".

-¿Y esta retrospectiva?
"Pues, me ha gustado mucho, porque no estaba pensada así. Habían vuelto unas cosas de Barcelona y Francisco Brugnoli, el director del MAC, me ofreció exponer aquí y agregar cosas inéditas".

-¿Cómo fue el reencuentro con sus orígenes?
"Fue recordar mi primer exilio, cuando era chica; un año en Francia, porque el catalán era una cosa prohibida, pero que siempre estaba en nuestra vida. Al volver, fuimos al primer colegio Montessori y ya nos enseñaban en catalán allí, pero si venía la Guardia Civil, nos escondían en el sótano".

-¿En ese tiempo empezó a pintar?
"Después ya con la República, estuve en un Instituto Escuela, el mismo en que García Lorca estuvo en Madrid (Madrí, dice ella, a pesar de los años en Chile) y donde hacía un teatro –'La barraca'-.
"Era una escuela que nos enseñó de maravilla y, como en España hay tanta historia recorrida, si quieres el gótico... está ahí; lo mejor del arte románico está en este museo catalán".

Cuenta que cuando llegó a Chile en 1939, a los 16 años, soñaba con volver a su patria, pero no lo logró sino hasta el '58. "No podía resistir más sin ver esa pintura románica, que era lo único que yo conocía, porque no había ido nunca a Madrid, no había visto nada del Prado... ¡nada!, muy poca cosa. Entonces, volver a encontrar esta mirada, esto era mi vida".

-¿No echaba de menos Chile?
"Es que se mezclaban las cosas: el sentimiento de estar allá, pero también todas las vivencias aprendidas en Chile; cosas tan simples cómo la gente barría, cómo cortaba el pan, cómo la carne... allá lo hacían de otra forma, así que me encontraba otra vez con mi infancia.
"Ahí hice una serie de grabados que después se publicaron en un libro que son "Diez odas para diez grabados". Algunas odas de Neruda correspondían, como la de la mesa o la cama, que las tenía; pero, en cambio, tuvo que hacer unas sobre la infancia, sobre la planchadora, sobre estirar las sábanas, eso en que todos hemos ayudado de chicos".

-¿Doble nacionalidad?
"Se me fueron juntando los dos países; ahora yo tengo dos vidas, ¡no hay caso!"

-Después volvió a perder seres queridos por el exilio, pero ahora se iban ellos.
"Claro, yo no me fui, pero sí las hijas, los amigos. Los que nos quedamos fuimos la oposición. Los que se fueron hicieron otras cosas, que es como pasa en todos estos casos".

En ese tono que también apela a esa tierra natal no perdida del todo, retoma el motivo que la llevó a exponer en el MAC: "Brugnoli me dijo ¡deberías exponer aquí en el museo!. Lo llamo en febrero y me dice Pues, bueno, ¿sabes qué?, inauguremos el 15 y con todo el segundo piso para ti... ¡Emocionante!, porque él también fue alumno de esta escuela".

No sólo el actual director del museo estudió en ese edificio que albergaba a la antigua Escuela de Bellas Artes, también Gracia Barrios, José Balmes, Juan Egenau, Bonatti, Núñez. "Esos somos los que persistimos de esa época, aunque Egenau ya murió", dice.

-¿Ésos eran los tiempos en que sus compañeros clavaban la mirada en su escote?
(Se sonríe, divertida)"¡Eso dicen!, pero palabra que yo no tenía ni idea hasta que lo leí en un reportaje por ahí hace poco. La verdad, que de escote ¡nada!"

-O sea es cierto lo que dice su hija Agna, que usted es vanguardista en la pintura, pero conservadora en las costumbres como si fuera del siglo 19.
(Ríe de buena gana)"Algo así dice la Agna, sí".


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