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Los efectos emocionales de no jugar

El experto estadounidense en desarrollo infantil David Elkind acaba de publicar el libro "The Power of Play", en el que explica por qué el juego hoy no es lo que era antes. Incluso comenta que los padres llegan a considerarlo un lujo. "La economía global y la creencia en que hay que tener una educación avanzada para triunfar contribuyen a que los padres sientan que, cuando los niños están jugando, pierden el tiempo, ya que deberían estar trabajando o estudiando", señala el especialista.

19 de Abril de 2007 | 09:39 |
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Haga memoria y piense en algunos de los dibujos animados de antes. Pedro Picapiedra y Super Sónico nunca dejaron de pasarlo bien para cumplir en la oficina; todo lo contrario, muchas veces sus placeres consistían en engañar con sus trucos a los jefes. En los dibujos animados de hoy, en cambio, uno se encuentra con Bob Constructor, que tiene su propia empresa, o con Bob Esponja, el empleado de un local de hamburguesas que hasta se ganó el premio al mejor trabajador del mes.

Para el doctor David Elkind, esos personajes son un espejo más de los tiempos que corren, en los que se potencia el valor del éxito, del trabajo y de la acumulación de logros. El costo es que se silencia el juego, entendido como la tendencia natural de los chicos hacia la fantasía y la imaginación, que les permite adaptarse al mundo y crear sus propias experiencias de aprendizaje.

"Su desaparición de las vidas de nuestros niños se refleja en los medios. Los programas de televisión raramente los muestran sólo divirtiéndose. A menudo se los retrata como miniadultos sobreexigidos o preocupados con problemas familiares o escolares", escribe el autor de "El poder del juego", un nuevo libro en el que expone las consecuencias físicas y emocionales que el cambio genera en la vida de los chicos. Allí explica, por ejemplo, por qué en Estados Unidos hay un trece por ciento de obesidad entre los menores y por qué más de dos millones de pequeños están sujetos a medicamentos como el Ritalín y otros similares que atacan la hiperactividad y los síndromes de déficit de atención. Su diagnóstico es tajante: "Estamos frente a la primera generación de niños menos saludables que sus padres".

Elkind es profesor de Desarrollo Infantil en la Universidad de Tufts, en Massachussets. Hace 25 años publicó "The hurried child", donde alertó sobre los efectos nocivos que provoca el "apurar" a los niños, o esperar demasiado de ellos o imponerles mucho a una edad muy temprana y forzarlos a crecer más rápido de lo que debieran. Un panorama que hoy considera incluso peor, ya que en las últimas dos décadas, asegura, los niños han perdido doce horas de tiempo libre a la semana, incluyendo ocho horas de juego sin estructura y actividades al exterior.

Su explicación es que el juego ya no es lo que era antes. Elkind argumenta que algunos papás llegan al extremo de considerarlo un lujo. Ante ese escenario, la pregunta de rigor es qué paso para que llegáramos a esto. "Hay varios factores, pero probablemente la economía global y la creencia en que hay que tener una educación avanzada para triunfar en este mundo competitivo contribuyen a que los padres sientan que cuando los niños están jugando, en realidad pierden el tiempo, ya que deberían estar trabajando o estudiando, de lo contrario no estarán bien preparados", dice el autor a Revista Ya desde su oficina de Tufts. "La gente ve la educación como una carrera y mientras antes partas, mejor. Los programas computacionales incluso llegaron a las cunas (algunos están pensados para bebés a partir de los seis meses). Se ha creado toda una suerte de software académicos, de lectura y creo que todo se desprende de la ansiedad que provoca el mundo tecnologizado".

Por eso no hay que extrañarse, por ejemplo, que entre las ofertas de la parrilla preescolar disponible en Washington exista incluso la opción de inscribir a los chiquitos en clases de chino mandarín, para prepararlos desde ya en un lenguaje que sus padres creen esencial para triunfar en el futuro. O que los pequeños se pasen horas cada semana corriendo entre una clase extraprogramática y otra, cumpliendo con un horario que busca garantizar que estén constantemente aprendiendo.

La pregunta esencial que lleva a los padres a caer en situaciones como ésas, según el autor, es si están haciendo lo suficiente por sus niños, lo que les genera ansiedad y angustia. A su vez, esos sentimientos los llevan a programar en exceso las actividades de los chicos - para garantizar que todo lo que hagan sea útil- , a recargar las agendas y a la sobreprotección, una triada que Elkind identifica como nefasta para la familia contemporánea.

Niños sin tiempo

Claudia Madrid es una chilena residente en esta ciudad, mamá de Luz, una niña de 9 años, alumna de cuarto grado en el Washington International School. "Siento que a la Luz le falta tiempo para jugar", se queja. En un día de semana normal, ella tiene una jornada larga, hasta pasadas las tres, y después de leer para el colegio y hacer las tareas, le queda apenas una hora libre antes de empezar la rutina para comer e irse a la cama, una historia que se repite entre otros niños de su edad. "Uno tenía más tiempo de ocio cuando era chica", comenta. A cambio, cree Claudia, su hija "sabe mucho más que yo a esa edad" y ya es parte de la que ella describe como la "máquina de saber" que mueve a la sociedad.

Ella no está sola en su visión. La revista "Newsweek" dedicó hace poco un artículo a la presión que viven los niños en cuarto grado. "Es difícil tener nueve años", decía la nota, en la que describía a menores que bajan el rendimiento y hacen "cortocircuito", simplemente porque están cansados o demasiado llenos de actividades.

A la carga académica o a las jornadas largas que se les impone, se suma la sobreprotección, más común hoy que antaño, otra causante de disminución del juego espontáneo, sencillamente porque pasan menos tiempo solos en la calle, explica Elkind. "Ha habido un cambio. Hasta la mitad del siglo veinte a los padres los preocupaba proteger a los niños sicológicamente. Había más censura, no se podía usar malas palabras en la radio o en las películas, no se veía desnudez en las películas. Sin embargo no existía tanta preocupación desde el punto de vista físico. A los niños los dejaban salir a jugar, se les permitía correr más riesgos. Ahora es todo lo contrario, lo físico prima - quizás como mecanismo de reacción frente a lo que no se puede filtrar- , y se les expone a todo tipo de cosas a través de la internet, la televisión, los computadores. Padres de generaciones anteriores estarían consternados con sólo ver el lenguaje que se usa en televisión", dice Elkind.

En la lista de los factores en contra del juego espontáneo, irónicamente también se cuenta la abundancia de juguetes. "Antes eran para celebrar cumpleaños y navidades, ahora se los compra rutinariamente durante todo el año", según el experto. Por eso los menores los aprecian menos y se aburren de ellos más rápido. "Cuando se trata de juguetes, menos es más. Sólo cuando un niño pasa tiempo con un juguete puede incorporarlo al tejido de una historia de su propia invención". Tampoco ayuda que sean tan automatizados, lo que a su juicio disminuye la capacidad que tienen para despertar la curiosidad y la imaginación.

Las señales que revelan falta de juego

No hay que sorprenderse frente a las respuestas que se dan a nivel local para ayudar a los niños a desprenderse de las presiones que engendran la competitividad en las escuelas y la falta de juego. En el colegio Thomas W. Pyle de Bethesda, en las afueras de Washington, hay un nuevo programa de "fin de semana sin tareas" y también comenzaron a impartirles a los niños talleres de estrategias de estudio para que se organicen mejor y combatan el estrés. En otros, los alumnos tienen que ir obligatoriamente a clases para aprender a meditar, relajarse y dejar de lado la carrera constante por anotarse más logros.

Al hablar de les señales que le permiten a los padres detectar la falta de juego en un niño, David Elkind explica que varían según las edades. En la etapa preescolar, un chico que no juega lo suficiente muestra signos físicos, como dolores de cabeza, de estómago o incluso se tira los cabellos. "Son signos bastante directos". En la edad escolar, se ve en el aumento en el bullying, porque hay una carencia de habilidades de socialización - que normalmente se adquieren a través del juego espontáneo- , y en cambio se relacionan de manera primitiva, con peleas. Al crecer, los signos son como en los adultos, con comportamientos extremos y abuso de drogas o alcohol.

Para revertir esas manifestaciones, David Elkind cree que es preciso incorporar a la labor de ser padres el juego, el amor (la disposición para expresar emociones y deseos) y el trabajo (la capacidad de adaptarse a las demandas físicas y sociales del entorno), conceptos que toma de Sigmund Freud y Jean Piaget. En esos tres elementos él identifica las claves de una vida humana productiva y saludable.

En la práctica, esos claves se logran, por ejemplo, cuando los padres predican con el ejemplo y comparten sus propias pasiones con los hijos, para que entiendan el gusto que genera realizar actividades por el puro placer que provocan, sin que haya una obligación o tarea de por medio. La creatividad, la creación de lazos profundos son beneficios aledaños de ese ejercicio. También aconseja que entre los apuros cotidianos la familia destine sagradamente tiempo para compartir en exclusividad. Otra ayuda es sacar el pie del acelerador en la competencia por el aprendizaje y la entretención planificada, limitando las actividades extraordinarias a no más de tres a la vez. Y, simplemente, remontarse a la propia infancia y no olvidar que a través de experiencias simples e inesperadas fue como a menudo se forjaron nuestras lecciones y recuerdos más intensos, duraderos y felices.

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