"Al que se va primero, pelan mejor", dicen en las reuniones sociales, y nos consta que, por lo general, es cierto. También es común que algunas conversaciones muy entretenidas y a nivel de cuchicheo comiencen con un "no es por pelar, pero fíjense que...". Para continuar con la historia de fulanita, amiga que queda mal parada.
Comentar sobre algún conocido es una actividad muy chilena que crea intimidad y complicidad. Pero si los comentarios pasan a pelambre, terminan dañando las relaciones.
Genera desconfianza saber que vas a ser objeto de "comentarios" y quita libertad el que cualquier "diferencia" sea objeto de pelambre. En este país muy apegado a las tradiciones, comentar y pelar es un mecanismo social para mantener a raya al otro u otros. Todo lo diferente se critica.
Nuestra clásica inseguridad es respaldada por la práctica del pelambre, que hace sentir que uno es amigo de aquellos con los que pelamos y mejores personas al compararnos con "el pelado".
La creatividad de una sociedad se bloquea con tanta critica; se pierde libertad para ser uno mismo y la confianza en los otros se deteriora. Por eso más vale que reemplacemos la entretención del pelambre por otra sin tantas desventajas.
Contar cosas personales, pensamientos, sentimientos, errores que hemos cometido, también crea complicidad, puede ser divertido y ayuda a ser mejores personas. ¿Cuántas veces contar un error y reírse un poco de uno mismo nos alivia, además de divertirnos?
Intercambiar opiniones sobre lo que queremos "pelar" es mejor que contar sólo actos o gestos. Nos permite reconocer que el pelambre era estúpido porque no tenía fundamentos o sirve de reflexión ética cuando los argumentos sí valían la pena ("hoy dice eso; ayer, lo contrario; eso es ser mentiroso".)
Dejar de pelar es una contribución fácil y barata para ser chilenos más libres, desinhibidos y creativos.