Microscópicamente, el hueso se compone de fibras de colágeno dispuestas en forma helicoidal embebidas en una firme sustancia que contiene sales de calcio y que, a pesar de su elasticidad, confiere la rigidez necesaria para estructurar y sostener el cuerpo, proteger los órganos internos y, en definitiva, sentar las bases mecánicas del movimiento.
La mayor parte de los huesos consiste de una capa externa o corteza de Hueso Compacto y de una capa interna de Hueso Esponjoso, estructurado por láminas delgadas o trabéculas que se interconectan como en un panal de abejas.
Cuando un hueso pierde su continuidad -parcial o totalmente- hablamos de su fractura. Esta condición deriva de fuerzas internas o externas que actúan sobre estos órganos y que exceden su tolerancia mecánica a la deformidad impuesta, terminado por quebrarse. Si esta condición es parcial, hablamos de también de fisura ósea.
Existen condiciones en que las fuerzas impuestas no deberían sobrepasar los límites de la resistencia del hueso y, sin embargo, el resultado es una fractura. Esta condición, en que la causa de la fractura reside más en la debilidad del hueso que en el trauma mismo, se produce cuando la masa y/o la densidad ósea están comprometidas.
El escenario más común es la osteoporosis, literalmente "huesos porosos", condición que se da predominantemente en la senectud.
Estas "fracturas osteoporóticas" se asocian a pérdida de masa ósea y ocurren a menudo en tres sitios esqueléticos. Las fracturas de las vértebras y del antebrazo (en el hueso radio, cerca de la muñeca) pueden ser las más tempranas. Las fracturas osteoporóticas de cadera (cabeza del hueso fémur) se dan más tarde y, además de asentarse en un hueso de mala calidad, están potenciadas por una pérdida paulatina del equilibrio, una reducción de los tejidos blandos y por una atrofia muscular de las extremidades inferiores.
Los estudios médicos deportivos muestran que los sujetos que han sido capaces de mantener altos niveles de actividad física tienen menos incidencia de estas fracturas de cadera. Hábitos como las largas caminatas, las marchas rápidas, permanecer más tiempo de pie o moviéndose, subir por las escalas y no en los ascensores, una mayor actividad productiva, o disfrutar la vida al aire libre son factores que se asocian a una reducción del riesgo de fracturas osteoporóticas.
Un programa de actividades enfocado en ejercicios de fuerza, flexibilidad, coordinación y acondicionamiento cardiovascular pueden directa e indirectamente reducir la incidencia de fracturas osteoporóticas, estimulando los huesos y todo el sistema músculo-esquelético y por supuesto todo nuestro organismo que despierta a la energía del deporte, traduciéndose en salud.
Concomitante con la ingestión de vitamina D, tomar sol para inducir su formación, la ingesta de calcio y las hormonas sexuales, el ejercicio físico es el mejor estímulo para la producción de hueso. Es más, las fuerzas aplicadas a través de las tensiones músculo-esqueléticas inducen el fortalecimiento específico de las zonas de hueso tensionadas, a través de la formación de hueso como trabéculas o microtabiques.
Los huesos responden al ejercicio -a toda edad- y una carga de ejercicios será la mejor prevención para fracturas en huesos débiles. El ejercicio los hará siempre menos débiles.