Fue una de las máximas expresiones de libertad en la mujer.
Abandonaron, aliviadas, el angustioso y sofocante corsé que las oprimía y comenzaron a usar un sujetador mucho menor.
En 1907 el sostén o brassiere hizo su irrupción entre los diseñadores de moda, que desde fines del siglo XIX venían experimentado con diversos modelos que reducían en parte el estresante corsé que sometió a las mujeres por siglos a una figura tiesa y curvilínea.
Al igual que otras prendas que innovaban en el vestir femenino, el brassiere vivió un proceso lento de introducción en el mercado y gusto de las mujeres bajo el nombre de “corselet gorge”, comenzando a ser comercializado masivamente recién en los años ‘30.
El hecho que explosionó su uso fue el llamado que hiciera a fines de los años ’10 el gobierno de Estados Unidos, cuando -al sumarse a la Primera Guerra Mundial- pidió a las mujeres donar sus corsés para utilizar las barbas de metal. En total se recogieron 28 toneladas de acero.
Los historiadores refieren que una prenda similar utilizaban las deportistas en la antigua Roma, tejida de lana, pero en los tiempos modernos, la invención de la fibra de lycra posibilitó que este modelo alcanzara su máxima expresión y fama.
La diseñadora francés Hermine Cadolle fue una de las artífices, quien patentó una prenda muy similar a la actual en 1889, pero su colega Paul Poiret lo hizo popular. Con el paso del tiempo se le introdujeron variaciones a partir del uso de sedas, encajes y elástico.
La aparición del brassiere coincidió con otra gran revolución en el mercado de la moda en manos de la diseñadora francesa Coco Chanel. Ésta, hastiada de los vestidos llenos de ruedos y telas, impuso un modelo recto, casi militar y muy masculino que liberó a la mujer de las prendas clásicas. Su impronta marcó los años de la guerra, donde había escasez de géneros y avaló la salida de la mujer al mundo laboral.