El patio de su casa es el zoológico privado más grande de Chile. Así de literal, porque muchos de los animales llegan cachorros al
BuinZoo y la familia, en pleno, se encarga de darles el biberón. En este momento, por ejemplo, por el jardín de la casa corre un pequeño puma que juega con el perro de los niños; la leona cachorra ya está un poco más encerrada, porque está a punto de pasar al espacio destinado a su especie en las instalaciones del zoológico. Aunque son recintos protegidos, no se les puede llamar jaulas, porque son de gran tamaño y buscan reconstruir el hábitat natural de sus ocupantes.
Ignacio es un hombre sencillo y bonachón, siempre optimista, que transmite su alegría de vivir, el cariño que siente por todo ser viviente y la esperanza de que siempre tendrá ayuda divina para salir adelante.
Apenas llegados a Buin, el fotógrafo le pide unas fotos con los animales. Idalsoaga recorre el zoológico llamando por su nombre y acariciando a los tapires, tigres, leones, avestruces, ciervos, hipopótamos, monos y demás especies. Éstos lo conocen y se le acercan, unos le ronronean, otros lo lengüetean; él sigue adelante, tomándolos en brazo, dándoles de comer o llamándolos al orden, como si fueran más de sus hijos. De más está decir que su mujer y sus niños sienten lo mismo y todos colaboran en el "negocio" –si se le puede llamar así- familiar.
La historia parte en el año 1980, cuando Ignacio Idalsoaga se recibe de médico veterinario y su padre compra tres hectáreas de terreno en las inmediaciones de Buin que habían pertenecido a una fábrica de cecinas que había quebrado cinco años antes. "Siempre digo que fue como llegar a una ciudad fantasma, porque era una tremenda construcción completamente derruida", cuenta.
La idea era continuar con la empresa familiar, pues su padre tenía una fábrica de cecinas y, entonces, el terreno fue usado para la crianza de cerdos. Para ello, Ignacio se había especializado en el tema en la universidad.
-¿Ya estabas casado?
"No, me casé el '82 y empezamos a criar cerdos con 'las patas y el buche'; trabajaba sólo con un empleado que me ayudaba a hacer la limpieza y a preparar el alimento. Fuimos implementando paso a paso las instalaciones que existían, pero que estaban casi completamente destruidas".
Compraron unas reproductoras de buena línea y, al casarse, asumió además un criadero de perros San Bernardo –sus suegros fueron los primeros en Chile traer la raza-. Paula Ferrer, su mujer, tenía 18 años y él, 26. "La verdad es que el negocio de los cerdos en ese tiempo no era nada muy complicado y nos quedaba bastante tiempo libre", dice.
Se dieron cuenta, además, que la zona era muy turística, porque la gente paraba a comprar plantas o a visitar los numerosos criaderos de perros de los alrededores. En el lugar específico donde ellos estaban no había ningún restorán y "como que la gente seguía de largo". Así se les ocurrió, alrededor del '84, construir un exhibidor de perros y eso fue el primer gancho interesante, porque eran los únicos San Bernardo del país.
-¿Y la burra con que se dice que partieron?
(Se ríe) "Ah, es que cuando pololeaba con mi señora, le regalé una burra –la Florencia- que me significó una buena pateadura cuando la fui a buscar, jajaja. También teníamos unas alpacas que le compramos a un camión que pasó camino al sur".
En forma paralela a esta "exhibición" puso una pequeña clínica veterinaria para los cerdos, pero empezaron a llegar muchos campesinos de la zona con animales autóctonos enfermos o dañados. Águilas, peucos, zorros, tiuques que los Idalsoaga Ferrer curaban y luego dejaban en su hábitat natural. No obstante, algunos se empezaron a quedar, pues no podían reinsertarse en su medio y la gente que los había llevado no los iba a recoger. "Se empezó a correr la bola –no había más veterinarios en la zona- y cada vez llegaban más. Tratábamos de hacer lo mejor posible, pero no teníamos la experiencia en animales exóticos".
-¿Así empezó la "colección"?
"Claro, como no contábamos con las condiciones técnicas para cirugías ni otras especialidades, nos empezamos a quedar con búhos tuertos, águilas con las alas rotas, que no podían volver a la naturaleza, porque corrían un alto riesgo".
Cada vez esta muestra les fue demandando más tiempo e inversión y decidieron mostrarla al público gratuitamente como una forma de sensibilizar a la gente sobre lo que le estaba pasando a la fauna autóctona. "En ese minuto incorporamos a una de mis hermanas que era muy buena para la cocina –pastelería, fundamentalmente- y generamos un espacio donde se pudiera tomar un café y comerse un pedazo de kuchen. El año '85 nació el Café de Los Alpes".
Partió en la cocina de lo que fue su primera casa, una construcción de barro y paja ubicada a la entrada del terreno y que sus hermanos habían querido echar abajo cuando la vieron por primera vez. "Yo la encontré espectacular, aunque era como un gallinero grande. Le pusimos puertas, ventanas y le tiramos una alfombra casi sobre la tierra", recuerda emocionado.
Antes de ser el café, fue clínica veterinaria y administración del canil. "Delante del espacio original se construyó un pequeño galponcito donde se atendían cuatro o cinco mesas, nada más".
Tal fue el éxito, que al año duplicaron el espacio. "Es que era bien casero: en la cocina estaban la Paula y mi hermana; mi suegra servía de anfitriona y mis cuñadas –todas rubias y de ojos claros- se vistieron de alemanas y empezaron a atender al público".
-¿Por qué de alemanas?
"Eso fue bien divertido, porque españoles nosotros y españolas ellas, era raro darle un look ibérico a un lugar donde se servía kuchen, así que, aprovechando las características físicas, decidimos hacerlo alpino".
Se ríe divertido recordando la anécdota y agrega que fue una experiencia muy rica, porque les sirvió mucho para unirse como familia. Sin embargo, explica que ya el año '89 la cosa se empezó a complicar, porque los animales eran muchos, les destinaban demasiado tiempo y no generaban ningún tipo de recurso. Así nació el Cementerio de mascotas Parque de Asís, basado en los requerimientos de amigos y gente cercana que vivía en Santiago y no tenía dónde enterrar a su animal regalón. Destinaron cerca de 200 metros cuadrados a ello y, al año, estaba lleno. "La cobertura de los medios y, especialmente, de la televisión, fue increíble y el cementerio de mascotas se transformó en el gran gancho turístico que hizo fijar la vista en los animales dañados y también en el café, a pesar de que era todo una cosa pequeñísima todavía".
En 1994 los invitan al primer encuentro de zoológicos del país, en el de Quilpué, que también era muy nuevo. El SAG evalúa la realidad zoológica chilena y determina que el Parque de Asís (así se llamaba entonces) era el zoológico privado más importante del país. "Volvimos a Santiago marcando ocupado... habíamos llegado a un sitial que nunca habíamos buscado; no teníamos idea de lo importante que estábamos resultando para la realidad nacional y con ganas de repensarlo, de replantearnos la vida, quizás, en función de esto".
Además, en ese minuto el criadero de cerdos que era el sostén de la familia y también de los animales, "se va a las pailas", porque aparece Súper Cerdo y los chicos desaparecen. "Trabajamos más de un año a pérdida y tomamos la decisión de cerrar. Era la época en que tratamos de vivir en comunidad y poníamos todo en oración. Era una decisión bien fuerte, porque significaba terminar con el criadero y ver que hacíamos para adelante; además, ya teníamos 6 hijos. Le pedimos a Dios que nos dijera cuál era el camino a seguir".
-Y terminaron con los chanchos.
"Claro. Habíamos llegado a un sitial importante como zoológico y el tema de los chanchos era fácil de desarmar. En una semana se fue todo para la feria; nos dejamos un par de cerdos regalones que teníamos y lo demás se acabó de un suácate... fue muy simple en ese sentido... ¡Había que partir de nuevo de foja cero!"
Pasaron cuatro o cinco años en los que empezaron a capitalizar y a especializarse. Los fondo provenían del café, el criadero de perros y la clínica veterinaria; pusieron unas alcancías para que el público dejara un aporte, pero era muy mínimo, "aunque mejor que nada", dice Ignacio. A los meses le empezaron a robar las alcancías y tomaron la decisión –"súper difícil"- de cobrar 100 pesos por entrar al recinto.
-¿Por qué tan difícil?
"Porque fue un cambio muy importante; desde la decisión altruista de sensibilizar a la gente, de no considerarlo como negocio, a dar un paso hacia algún lado, que no sabíamos muy bien cuál era".
Idalsoaga marca un hito en 1999, cuando viajaron al encuentro latinoamericano de zoológicos en Puebla, México. "Ya teníamos 7 hijos y nos fuimos solos con la Paula durante un mes a vivir una experiencia con gente de otros 14 zoológicos. La gracia es que había dos líneas de temáticas, una de educación y otra de veterinaria, así que cada uno aprovechó la suya; los demás debieron optar".
En ese encuentro fueron elegidos como el zoológico con más proyecciones en Latinoamérica, por sobre el de Chapultepec, el de Buenos Aires y otros grandes. "Siempre he pensado que fue una cosa más afectiva que real, pero lo que aprendimos ahí nos cambió la perspectiva absolutamente. Aprendimos lo que era un zoológico moderno, con el mayor respeto por el hábitat de los animales y por la educación de los niños y la familia en general en este tema".
Al tiempo, se dieron cuenta que había sido el primer centro de rescate de animales en peligro de extinción en Chile.; pero en ese momento, empezaron a armar el departamento educativo que hoy es el más importante del país in situ, tanto para animales domésticos como salvajes.
Cuatro o cinco años después, en el Día de San Francisco de Asís en el que celebran el aniversario del zoológico, consiguieron auspicio de una empresa grande y contrataron una agencia de marketing para el evento. Los expertos quedaron muy motivados, pues consideraron que el zoológico era un diamante en bruto, le ofrecieron a los Idalsoaga trabajar para ellos ad honorem y conseguirles auspicios de grandes empresas. También les recomendaron cambiarle el nombre, porque Parque de Asís era muy largo y poco recordable... nacía el BuinZoo.
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