Mientras algunos añoran esa disciplina que permitía ambientes de respeto, orden y solidaridad, otros la repudian porque obligaba con violencia a obedecer normas impuestas por otros. Para algunos la palabra disciplina es bálsamo para los oídos; para otros, la representación de autoritarismo y maltrato.
En lo que sí hay acuerdo es en añorar estudiantes responsables y autodisciplinados. "Repleté el libro de anotaciones, estos jóvenes simplemente no están dispuestos a respetar las normas". "Hoy en día es casi imposible lograr los ambientes de disciplina que se conseguían antes. Ya me di por vencida y dejo que hagan lo que quieran".
Una vía es responsabilizar a los jóvenes y la vida actual; otra es preguntarnos por el sistema de disciplina que usamos y su pertinencia para los jóvenes y tiempos de hoy.
Los sistemas de disciplina tradicionales responden a un enfoque autoritario de obediencia, y están centrados en un modelo punitivo. Un "buen alumno" es quien acata las normas. Este enfoque parece poner más énfasis en la formación de "profesores que mantienen la disciplina", que en el desarrollo de "alumnos disciplinados".
Hoy en día el desarrollo sociopolítico y tecnológico hace mucho más resistentes a los jóvenes a las prácticas autoritarias, y el modelo tradicional hace agua.
Diversas experiencias muestran que es posible lograr la ansiada autodisciplina con un modelo de disciplina formativa. La meta es enseñar a los alumnos a tomar decisiones responsables, desarrollar competencias sociales y autonomía moral que posibiliten una convivencia positiva.
Cuando se transgrede una norma, se estimula a reflexionar acerca de lo ocurrido, sus efectos y las alternativas que existieron para solucionar el problema. En el caso que alguien haya sido perjudicado, se guía al alumno para que desarrolle una conducta reparatoria, en vez de aplicar un castigo sin relación con la falta cometida.