Folleto de secta "Los niños de Dios" del sur de Chile.
En las imágenes que han colmado las pantallas de los noticiarios en las últimas semanas, los integrantes de la Comunidad Ecológica Cristiana de Pirque se ven todos jóvenes y contentos. Aunque ellos argumentan que no son una secta, la mayoría son estudiantes o profesionales que no superan los 23 años, y que han dejado familias, estudios y trabajos por seguir este camino.
¿Qué motiva a que jóvenes que tenían una buena situación económica y formación profesional abandonen todo para vivir aclanados y en condiciones que, incluso, han llegado hasta los tribunales?
Según los especialistas, no existe un perfil único de una persona susceptible a caer en los influjos de un grupo de esas características. Sin embargo, quienes se ven atraídos por ellos responden a ciertos rasgos determinados por su personalidad, ambiente familiar y social. "Se trata de personas con necesidad de ser dependientes de algo o alguien. Y hay dos segmentos especialmente susceptibles: los adolescentes que son rebeldes con los padres, pero que no han formado su personalidad, y buscan un guía que no sea el padre, para así lograr la individualidad.
Las otras personas susceptibles son aquellas complicadas en su situación biográfica; gente que, por ejemplo, ha escapado de alguna situación de guerra, está en desarraigo e insegurizada, entonces necesita una nueva patria, tanto espiritual como física", describe el siquiatra Niels Biederman, profesor del doctorado en sicoterapia del Heidelberg Center para América Latina, dependiente de la Universidad de Heidelberg.
El doctor Biederman recalca la necesidad de poner ojo al comportamiento de los jóvenes, precisamente los más vulnerables a la influencia de este tipo de grupos. "En ellos comienza el trabajo de la secta: primero parten por la identificación de sus futuro miembros, adolescentes susceptibles e insegurizados, que buscan un camino alternativo y que les haga sentir algo nuevo. Las sectas les prometen un estado de certeza", explica.
¿Qué hace vulnerables a los adolescentes?
Complementa esta visión el sicólogo Rodrigo de la Fabián, experto en adolescentes del Centro Ser Joven y profesor de la Universidad Diego Portales: "La adolescencia es un momento privilegiado de la vida donde uno ve surgir miles de submundos, distintas visiones, modas, maneras de vestirse, y cada una es una forma de decir algo al resto y también de diferenciarse como persona.
En ese sentido, los jóvenes pueden verse atraídos por las sectas en su búsqueda de identidad y del camino propio, porque una de las características de estas comunidades es que se sienten portadoras de algo completamente excepcional que los marca, una mirada del mundo. Sienten que son depositarios de esa visión, de esa verdad, y que eso los distingue del resto".
Prueba de ello es un estudio que hace un par de años realizó la Universidad de Stanford, donde entrevistó a más de mil alumnos y constató que casi el 50% de ellos había sido alguna vez contactado por una secta. En Chile no hay estudios que denoten la realidad nacional, ni tampoco proliferan tantos grupos como en Estados Unidos.
El sicólogo distingue entre secta y comunidad. Esta última implica un concepto más abarcador. Hay muchos tipos: virtuales, por hobbies, en cambio una secta está determinada exclusivamente por el factor religioso, y más aún, por un componente místico. 'La diferencia entre ambas no es blanco o negro, pero hay que saber que mientras la comunidad media, la secta separa, aísla su relación con el espacio público, es más agresiva y cerrada en sí misma de modo que su mensaje se mantenga intacto, sin mediación.
Por eso tiene un componente de fanatismo'. Y de ahí su peligro. Por eso los especialistas recalcan la necesidad de que los padres instalen el tema con sus hijos, especialmente con los preadolescentes a partir de los 10 años; es necesario que conversen con ellos y les entreguen herramientas que les permitan tomar decisiones responsables y saber cuándo una agrupación puede poner en peligro su integridad.
"Porque los adolescentes, en función de la lealtad grupal, están mucho más disponibles a perder cierta autonomía en función de los objetivos de su grupo, y por eso las conductas de riesgo pueden estar asociadas a la potencia que tenga el grupo. El grupo puede ser constructivo o destructivo", agrega el sicólogo Germán Morales, profesor del posgrado en sicoterapia infanto-juvenil de la Universidad Católica.
La falta de límites y de perspectivas que entregan los padres son factores de riesgo. "Hoy los grupos de pares han ido desarrollando una mayor importancia e intensidad en función de las dificultades con el mundo adulto y la familia, que muchas veces falla en su función de ser sostén de la emocionalidad del adolescente. Y ahí los jóvenes podrían aferrarse a un grupo disfuncional que les dé esa contención", explica Morales.
Por eso las posibilidades de lealtad a una secta pueden darse con más fuerza en la adolescencia que en otra época de la vida. "Las sectas hacen un tipo de promesa, que lleva a engaño. Y quienes más se aferran a ella son aquellos que sienten que dentro de la sociedad normal no tienen estructura para afirmarse".
"El sermón de los padres no sirve"
¿Cómo saber si un hijo está siendo contactado o atraído por una de estas agrupaciones? En términos prácticos, el doctor Niels Biederman describe varios síntomas que son señales de alerta. "Lo fundamental es reconocer el peligro, porque una vez iniciado el proceso de reclutamiento de una secta, ésta pide a sus integrantes que corten progresivamente lazos con el entorno; a su vez, en sus reuniones utilizan distintas técnicas como el lavado de cerebro y disminución de la conciencia. Funcionan mucho con dinámicas que inducen al trance, como ceremonias y rezos colectivos, donde las personas se entregan al grupo y después no pueden retraerse. El grado de compromiso con la secta también se ve por el lenguaje: una vez inmersos, los jóvenes comienzan a mostrar un lenguaje menos rico, carente de ironía, y se empieza a repetir un slogan".
Por eso, la principal recomendación que el siquiatra entrega a los padres es tener una disposición para restablecer el contacto con el mundo interno de los hijos. "Una actitud rígida de los padres sólo se recomienda en casos extremos, porque por lo general una actitud autoritaria sólo extrema la conducta. Lo importante es sostener una conversación afectiva con ellos, preguntarle al hijo por qué eligió este camino y por qué no se siente acogido por la familia. La herramienta primaria más poderosa son los padres, y los demás recursos se usan sólo cuando la conversación ya no es efectiva y se necesita un traductor padre-hijo".
De ahí que los especialistas recomienden a los padres estar cerca del adolescente, visibilizar sus inquietudes, sus miedos, sus problemas y angustias. En este camino, lo mejor es establecer buena comunicación con los hijos, y no espiarlos o intentar averiguar sus vidas de forma paralela, porque eso lo único que hace es alejarlos. "Los papás. a veces, realizan una investigación paralela en el colegio previa a dialogar con el o la adolescente, y eso no es bueno, porque estos se sienten desplazados; si un padre tiene una inquietud sobre su hijo, lo primero que tiene que hacer es recurrir a él o ella", sostiene el sicólogo Germán Morales.
Y para tener este diálogo fluido, explica, éste no puede empezar recién en la adolescencia. "Tiene que haber comenzado cuando el chico o chica es menor. Es una herramienta compleja, porque a un niño tú no puedes preguntarle: ¿cómo estuvo tu día? Tienes que decirle ¿qué hiciste?, ¿con quién jugaste?, ¿cómo estuvo el profesor? Y que él responda. Si ese diálogo no se tuvo, se hace más difícil en la adolescencia".
También es importante que los padres instalen el tema, aconseja Morales. Que les pregunten a sus hijos qué les parece este estilo de vida y sepan cuál es su impresión, "porque el temor de los padres puede llevar a decir anticipadamente mira, esto es malo, sin dejar que los adolescentes razonen y digan por sí mismos ¡Pero cómo se fueron a meter en eso! Además, aunque los jóvenes estén de acuerdo con los padres, si éstos se dirigen a ellos a través de un sermón instructivo, se resisten".
Para los padres, enseñar a sus hijos a autocuidarse es difícil. Y, en ese proceso, muchas veces caen en temores excesivos, como creer que porque los adolescentes pertenecen a alguna tribu urbana, van a terminar yéndose de la casa, sin pensar en que los jóvenes, inevitablemente durante este período de sus vidas, van a buscar adherirse a un grupo. "Muchos papás pueden sentirse tocados por estos padres de los chicos de Pirque que aparecen en la tele diciendo: perdí a mi hijo. Piensan: a mí me va a pasar lo mismo porque el mío se viste de negro", señala el sicólogo Rodrigo De la Fabián.
La información puede producir preocupación. Pero lo que hay que entender es el mundo en el que está ese adolescente, y también a partir de eso tratar de revisar cómo es que se inscribió dentro de esa grupalidad, enfatiza De la Fabián. "Lo importante es que los padres sepan distinguir. No es lo mismo un hijo que está involucrado en una secta a uno que se identifica con una tribu; eso no da para pensar de que la cosa va a ir in crescendo hasta que el hijo se pierda. Deben entender que en la adolescencia son normales estos procesos de identificación, que hay una búsqueda que, en sí misma, no se podría decir si es buena o mala. Hay que ver caso a caso cómo se da".