La periodista Lidia Bendersky filmó, el 2003, el documental “Diva por accidente”, título que revela con exactitud el sentir de Verónica Villarroel hacia su carrera. Por años declaró no estar convencida de la lírica y que le costó mucho asumir que ése era su destino.
Hoy, más reconciliada y agradecida, intenta ampliar los espacios que ha ido conquistando de a poco. Muchas veces ha confesado que tomó la opción de no casarse ni tener hijos, pero ello no le ha impedido vivir el amor en pareja.
En la actualidad, sigue instalada en su departamento en Manhattan, desde donde puede observar el Opera House y comparte su vida con un pololo gringo que ha tenido la paciencia de esperar sus largas ausencias por motivos profesionales.
Mantiene su pelo corto, estilo que asumió recién este año, y no abandona el negro en el vestir, aunque siempre con algún toque de color como una capa roja. Acogedora y cálida, no deja entrever, a primera vista, sus puntos débiles como ser una persona muy vulnerable o sufrir de insomnio.
Así como en Nueva York disfruta de sus amigos –relata, eso sí y con cierta pena, que algunos se han cambiado de ciudad-, mientras está en Chile intenta gozar a su familia extendida, es decir, a la montonera de sobrinos, lo más posible.
Fanática del hip hop –quedó demostrado en la municipalidad- también se declara seguidora de todos los canales de televisión dedicados a la historia, la naturaleza y las biografías de grandes personajes.
Y entre sus gustos más privados, reconoce su placer por el Casillero del Diablo, la tarta de salmón y el postre isla flotante.
-¿Te molesta que te pregunten la edad?
“Ohhh...no, 44 años, nací el 2 de octubre de 1962. No tengo ningún problema con eso porque me encanta la edad que tengo, creo que uno tiene que vivir su vida con orgullo, no ocultarla.
-Con esa perspectiva, ¿cómo evalúas los costos pagados?
“Los costos fueron altos; cuando me fui no tenía dinero para hacer llamados a Chile así que el cónsul de Nueva York me prestaba su oficina para poder contactarme con mis papás o un amigo en Argentina, que trabaja en Entel, nos comunicaba gratis (se ríe). Esas son cosas que yo no olvido... lleve una radio cassette que mis padres me regalaron y fue mi gran tesoro, les escribía todos los días -¿verdad mami?-, cuando hablamos por teléfono ella me cantaba canciones de cuna y yo, tonta pailona grande. Comí mucho, muchísimo, engordé de 60 a 85 kilos porque de alguna manera encontraba un acercamiento en la comida a lo que yo era y echaba de menos”.
-¿Qué fuerza interior te mantuvo?
“Ellos (y su padre mira por el espejo retrovisor), la familia. Habíamos pasado por problemas económicos y vi que ésta era una manera de apoyarla; ése fue mi motor además del apoyo que ellos me daban moralmente”.
-¿Pero qué había en ti?
“Una fortaleza que no conocía; soy comprometida, pero también muy vulnerable. Me desplomo muy fácilmente, si yo no tuviera a las personas que me quieren y me levantan, estaría en el suelo. Esto me ha traído bastantes quiebres emocionales, porque el haberme ido me provocó traumas; se ve que emocionalmente no estaba preparada ni sabía a lo que me estaba enfrentando, era un mundo totalmente extraño, con otra lengua, con otra manera de pensar, moverse y relacionarse con el prójimo. Fue súper competitivo... poder, dinero, todo súper rápido.
“Fueron sacrificios, pero uno encuentra la fuerza en eso mismo y a través de las personas valiosas que va conociendo en el camino y que te entregan mensajes reconfortantes, de aliento para seguir adelante. He encontrado fuerza en mi misma que no esperaba”.
En medio de los bocinazos y la congestión, su madre interrumpe y le dice Vero, tu voz... Me da miedo.... Entonces la cantante se detiene y pide con voz de súplica: “dejémosla hasta aquí”.