Tiene 58 años, nació un 5 de febrero en Curicó y es hijo único. La básica la cursó en Rengo y las humanidades en la Escuela Normal Superior “Abelardo Núñez”, junto con la pedagogía.
Cuando llegó a Santiago le pareció una selva: “Imagínate, en Rengo hay muy poca locomoción; acá pasaban los trolleys por la Alameda, todavía quedaban carros en algunas calles. Eso te marca mucho, pero, al mismo tiempo, la organización que tenía la Escuela Normal era muy potente”.
-¿Por qué tanto?
“Yo tenía 12 años y compañeros de 18, 20 o 22 –de los otros cursos- y eso ya te marca una diferencia sustantiva. Tenía una biblioteca hermosa. Era un contraste muy fuerte con la realidad que había vivido hasta ese momento”.
-¿El interés por aprender lo tuviste desde chico?
“Sí, siempre. Creo que, de alguna manera, uno tiene un modelo sistemático que es el profesor que uno tiene en la escuela. En la básica tuve a tipos con gran afición por la lectura y por la conversación... y eso influye. En la Normal también tuve excelentes profesores, muy proactivos. Además, el interés por el lenguaje era mucho mayor en esos años... ¡uno se va contaminando positivamente!”
Durante su estada en Argentina conoció a la dentista Verónica Toro, con quien lleva casado 32 años. Tiene tres hijos: Lorena, ingeniero comercial; Camilo, periodista, y Valentina, el conchito, que acaba de entrar a estudiar fotografía, y una nieta.
-¿Qué significó para ti tener una hija después que los otros ya estaban grandes?
“Es como un refresco espiritual; uno vuelve a sentir que está vivo, que puede trabajar, que puede seguir creciendo. Llegó justo en la etapa de maduración, cuando uno está recogiendo experiencia de ese universo que fue formando con el transcurso de los años”.
A propósito de lo mismo, asegura que una de las cosas que le produce mayor satisfacción en este momento, es darse cuenta que “uno ha sembrado tanto y tan lejos”; cuenta anécdotas de viajes en los que la gente lo ha reconocido tanto por su labor en la radio como por la televisión. Se nota que ello lo llena de felicidad y también de orgullo.
-¿Diferente a ser abuelo?
“Ah... la Javiera Paz... ¡tiene dos años y medios! Es una tremenda alegría, claro que –como uno es un poco neurótico- se la guarda internamente, más que la euforia de saltar o gritar. Como los hombres somos educados por las mujeres a ser contenidos en las emociones –jajaja-, de esa educación a uno le queda mucho”.
-¡Ahora menos!
“Cierto, ahora los hombres lloran más, gritan más, se quejan más... algunos son hasta mamones, incluso”.
Tiempo libre le queda poco, pero le gusta ir al cine, tanto para reflexionar como para divertirse. Sigue leyendo mucho, pero dice que de repente le resulta algo tedioso, porque no tiene los tiempos para leer tanto como quisiera. “Estoy leyendo un libro que es una radiografía profunda a la India, eso me gusta. ‘Los cisnes salvajes’ que te muestran otra faceta de la China milenaria o leer a García Márquez, que nunca sé si sus historias son realidad o fantasía, pero son sumamente creíbles. También Nicanor Parra, que para mí es un tipo sumo, extremo, porque es la síntesis entre las humanidades y la ciencia”.
-¿Algo de deporte?
“Hasta el año pasado practicaba natación, pero la dejé, aunque pienso retomarla. Ya casi no ando en bicicleta, porque me la robaron. En general, no soy muy adicto a los deportes; lo hago más por salud que por afición deportiva”.
En los días libres o en vacaciones se va a Algarrobo: “Tiene el encanto que está tan cerca de Santiago, pero te cambia totalmente el panorama”. También viaja mucho; este año estuvo un mes en China con su mujer y 10 días en Israel. “Eso te permite absorber otras energías, otras culturas, otros conocimientos”.
-¿Te gusta cocinar?
“Lo qué sé hacer bien es el asado o el pescado o el pollo a la parrilla. Más no sé en la cocina; además, mi mujer cocina muy bien: ella hace mejor la paella que los españoles; cuando estuvimos en España, alguna vez, se dedicó a probar cuanta receta había... ¡no puedo competir con ella!”
-¿Y los restoranes?
“Tienen su cuento. Si vas a uno popular, como el Bávaro, te encuentras con esa pierna de cerdo alemana, chucrut y papas; si vas a un japonés, como el que está ahí en Marcoleta –el mejor de Santiago- o a uno peruano; en fin, los restoranes tienen su cuento”.
-¿Vicio privado?
“Tengo una contradicción muy potente: soy un soñador, pero muy realista y con algo de pesimismo de repente. Cuando estoy solo siempre pienso en viajar, me gusta mucho esa idea. Si yo tuviera un año sabático, me dedicaría a viajar, es casi una obsesión”.
- Particularmente ahora, ¿dónde te gustaría ir?
“África, la India, Australia y otra vueltecita por Europa, por otros lugares, no me vendría nada de mal”.