"Enviar mensajes de belleza". Eso era lo que, en sus propias palabras, hacía el diseñador Gianfranco Ferré que ayer falleció en Italia, a los 62 años. El viernes pasado el italiano ingresó a la clínica San Raffaele de Milán aquejado de fuertes dolores de cabeza. Ayer y considerando una historia médica preocupante, que incluía ya dos accidentes cerebrales -el primero hace cuatro años-, los médicos perdieron las esperanzas tempranamente. A las 21 horas, según hora local, su familia reunida en la habitación lo despidió.
Amante de los viajes, la música y los dulces, en 1969 se licenció en Arquitectura en la Universidad de Milán. Pero prácticamente no ejerció y se entregó por completo a su gran pasión, la moda. No obstante, heredó el eterno apodo de "arquitecto".
Su mejor expresión de la arquitectura, y que se convirtió en su sello, fueron sus blusas blancas, especialmente las transparente, y los trajes sastre de pantalones que diseñó para las mujeres, dándoles un toque de ejecutivas distinguidas y muy femeninas.
En 1978 fundó su casa de modas Gianfranco Ferré Spa junto a Franco Mattioli, el empresario boloñés que fue su socio hasta 2002, año en que vendieron la compañía. Antes, en 1989, Ferré dio el que sería su salto más importante en el mundo de la moda: se convirtió en el director artístico de la casa Dior. Sus ocho años ahí, pusieron su nombre entre los imprescindibles y confirmó que para triunfar en París no era necesario ser francés.
De un bajo perfil pocas veces visto en el mundo de la alta costura, hoy sus colegas lo recuerdan como un grande: "Siempre he seguido su trabajo y admirado su coherencia, incluso diría yo la rectitud intelectual y artística de sus ideas hasta el final", dijo sobre él Giorgio Armani. A sus palabras también se sumaron las de Donatella Versace, quien al lamentar la noticia recordó que se producía a 10 años de la muerte de su hermano Gianni (15 julio).
Ferré estaba afinando los detalles de su colección masculina, que presentaría el 24 de junio.
