Enrique Neira Leiva nació el 11 de abril del ‘73 en el Sotero del Río, especifica, justo seis meses antes del “desastre político más grande de este país”. Su infancia la vivió en San Ramón junto a su única hermana y sus padres, que ahora están separados. Estudió en el liceo E 561, más conocido como el ‘gallinero’, porque según él “era un muy pobre” (se ríe).
Confiesa que en esa época era enamoradizo y “mateo”. Ni imaginárselo con el pelo tan largo y repleto de dreadlocks, como ahora. El brusco cambio se produjo al egresar de la educación media del liceo Santa María. Explica que esa institución le sirvió para abrirse al mundo, ya que tenía compañeros de todos los sectores políticos y sociales de Santiago, “ahí conocí muchas realidades”.
Fue un verdadero drama familiar cuando, a su egreso, decidió dejarse llevar por los inestables caminos de la música. Sus padres no lo aceptaron, querían que su hijo, un buen alumno, estudiara una carrera profesional, pero no les dio en el gusto. El primer paso fue formar la banda Bambú y luego entró a la Escuela de Música de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor. “Primero una banda y después los estudios. Así lo hicieron los músicos que más admiro: Chuck Berry y Bob Dylan”.
Pese a la oposición de sus progenitores, sin quererlo, de ahí mismo vino su inminente influencia musical. Su papá vivió en los ‘80 en Europa, “por razones políticas y de búsqueda de destino”, y le enviaba constantemente la música que allá sonaba. Así conoció el reggae. Lo demás vino solo.
-¿Qué piensan hoy tus padres del camino que elegiste?
“Cuando estamos bien, me apoyan en todo y cuando estamos peleados me dicen que estoy mal (se ríe). Pero pese a las diferencias que tenemos, ellos saben que en el fondo uno no elige las cosas en la vida; se van dando, por lo menos en la mía. Y he tratado de llevarlas de la mejor manera, lo más equilibrada posible. No trato de ir contra la corriente sino de no ir contra el fluir de las energías. Confío en que si Dios me pone en algún lado es porque por alguna razón debo estar ahí. En el fondo no hay que temer por nada en la vida, es malo vivir así”.
Ahora vive en Batuco y dice que estar retirado de la ciudad lo ayuda a no alejarse “tanto” de sus ideales (se ríe). Allá convive con la que es su pareja desde hace 10 años y su hijo menor (tiene dos retoños: Ini y Baltasar, de 10 y 8 años). El mayor es fruto de una relación pasada y vive con su madre. Asegura que ambos tienen condiciones para la música pero “yo sólo quiero que ellos elijan su camino. Pero si tienen el talento y la vocación, yo voy a ser el primero en apoyarlos y entregarles toda la plataforma que yo nunca tuve en mi casa, como los instrumentos. Pero creo que ellos ven como es mi vida y sienten recelo cuando me ven tan agotado o ausente por los viajes y también el hecho de ser conocido, creo que ellos sienten esa presión y crearon anticuerpos frente a la exposición”.
-Diez años en pareja y conviviendo, ¿qué piensas del matrimonio?
“No estoy en contra, sólo que aún no se ha dado. Creo que si uno se la juega bien es fundamental, es el pilar de la sociedad. Nosotros no estamos casados pero sí somos un matrimonio. No sé por qué no lo hemos hecho, en realidad”.
Cuenta que su “mujer”, como la llama, no se involucra mucho en la vida artística porque “un matrimonio en el que los dos son artistas es difícil de sobrellevar. Es importante que en una relación uno sea más cable a tierra que el otro y en este caso, es ella”.
Se declara fanático del Colo-Colo (“¡Eterno campeón!”, grita) y también del sushi. Tanto así, que apenas ve un restaurant japonés corre a comprar una decena de rolls para comérselos, aunque sea solo. Como buen rasta, no come nada de carnes rojas y asegura que su especialidad culinaria es la salsa con jurel de tarro para los tallarines. “Suena rasca pero, ¡me queda demasiado rica!” (lanza una carcajada).
Y si de pasear se trata, dice que su destino favorito es la Cuesta la Dormida (Quinta Región). “Me encanta, me relaja mucho porque es diferente”.
“¿Vicio privado?
“Soy adicto a las galerías de fotos de Internet de chicas guapas en ropa interior o en bikini. Es un placer admirar la belleza de la mujer, sobre todo de actrices y cantantes. Mi pareja me ha pillado varias veces y me ha llegado reto, porque se pone celosa”. (risas)