Marilú, como le dicen todos sus amigos, es de esas mujeres que decidió independizarse cerca de los treinta. Educada en el conservador ambiente del Villa María, recibió en ese colegio capacitación en dactilografía y taquigrafía, así que al salir de sexto de humanidades se ocupó como secretaria ejecutiva de la gerencia de Copec. Mal que mal hablaba perfecto inglés, pero sólo tenía 16 años.
Al tiempo se casó con Belisario Velasco, el actual Ministro del Interior, y abandonó la pega para dedicarse a tener y criar hijos. Así estaba, esperando el cuarto, el varón, cuando un impulso mayor la decidió a salir de nuevo al mundo.
Resuelta a estudiar sociología, María de la Luz Silva validó todos sus exámenes y postuló a la Universidad Católica, quedando primero en filosofía. Convencida de que no quería ser profesora, se cambió de carrera, a pesar de que la filosofía le gustaba y había tenido una profunda formación en ese tema durante las conversaciones que sostuvo de adolescente con su padre abogado.
-¿Qué te llevó a dar ese paso?
“Tenía mucho interés en entender la sociedad, esa es la verdad. Era el momento de la reforma universitaria, eran los ‘60 y eran tantos los cambios que estaban ocurriendo en el mundo que quería comprender lo que pasaba. Primero entré a filosofía, pero quería algo más operativo; me fui a sociología y ahí encontré a toda una generación de destacados como Cristián Cox; además tenía como amiga a la señora de un amigo de mi marido, que se había titulado hacía poco de sociología y trabajaba”.
-¿Fue un quiebre muy grande pasar de dueña de casa a estudiante?
“No, porque yo nunca fui una buena dueña de casa; en la casa me lo pasaba leyendo. Me aburría mucho porque las tareas domésticas no me atraían; aprendí a cocinar cosas ricas, pero uno no las hace todos los días. Mi marido trabajaba muchísimo y entonces, decidí que quería trabajar; educada en el Villa María no me cabía en la cabeza no trabajar”.
Estando en la universidad, el ‘72, se separó de Belisario y al año siguiente, en medio de clases suspendidas, logró egresar de sociología. Entonces se ganó una beca de la fundación Ford y Flacso e hizo su tesis sobre empleo femenino en el Programa Regional del Empleo para América Latina y el Caribe, dependiente de la OIT.
Durante el gobierno militar, se dedicó a hacer investigaciones académicas, asesorías a organismos internacionales y consultorías de proyectos sociales para diferentes agencias. A mediados de los ’80, empezó a trabajar en la Academia de Humanismo Cristiano y después se fue a dictar cátedras de sociología y género en universidades privadas como la Diego Portales.
Con el arribo de la democracia, Ricardo Lagos se la llevó como asesora al Ministerio de Educación donde colaboró en la implementación de la política que puso fin a las expulsiones de los colegios de las adolescentes embarazadas. Ya en el gobierno de Frei asumió el actual cargo en la división de sexualidad y afectividad, pero tras las Jocas, debió partir y fue nombrada Seremi de Educación en la región de Valparaíso.
Militante del PPD, afirma que nunca firmó la ficha de la Democracia Cristiana pese a la figuración de su ex marido. “Era muy chica y estaba muy poco metida en política aunque trabajé en la campaña de Frei Montalva. Ya, después, estando en la universidad, entré al Mapu y me convertí en una activa colaboradora”. En la actualidad, aunque reconoce no ser de mucha vida partidaria, acaba de ser designada miembro del Tribunal Supremo del PPD.
Sus cuatro años de Seremi en Valparaíso, dice, fueron “muy duros”. Asegura que el trabajo que hizo fue muy interesante, desafiante y gratificante, pero que para ella el costo estuvo en no poder estar cerca de su familia. “Los primeros dos años estuve muy entusiasmada, pero después comencé a resentir estar lejos de los niños y terminé viajando 3 a 4 veces a la semana a Santiago”.
Rubia, de unos grandes ojos celestes, Marilú no revela su edad; argumenta que a estas alturas puede ser perjudicial para encontrar trabajo.
-¿Cómo viviste la maternidad?
“Empecé a estudiar con los cuatro nacidos (Marilú, Pilar, Ana María y Felipe) y tenía una nana así que no fue tanto, aunque ellos me dicen que no los dejaba entrar a la pieza cuando tenía que estudiar. Ahora creo que el ver que su madre los postergaba por los estudios les entregó el valor del estudio y lo aplicaron en sus vidas”.
-Después ¿ellos se quedaron con Belisario?
“No, el primer mes de separada yo no tenía departamento, pero después se fueron conmigo, aunque también iban harto a la casa de Belisario porque allá tenían jardín y podían jugar. Además, esos años fueron muy complejos, yo era del Mapu y con Belisario estaban más protegidos, pero ellos iban y venían, vivieron en las dos casas.
“Yo andaba con mis niños para todos lados; de hecho, mis compañeros del Mapu los conocen a cada uno por su nombre; hasta el día de hoy los llevo conmigo, es una conexión”.
-¿Qué te pasa al ver que tienes hijos públicos y que a veces son objeto de críticas?
“El tener un papá público marcó sus vidas, estaban acostumbrados. Yo no sufro nada por esa exposición, además, sé que mis hijos son estrictamente correctos; sufro cuando mis hijos tienen problemas y los acompaño en los momentos dolorosos”.
-¿Qué tal eres como abuela?
“Ya tengo 11 nietos (se le ilumina la cara). Es exquisito, no hay nada que me guste más. Cuando vivía en Viña y venía para Santiago me quedaba en la casa de una de mis hijas y mi nieto Cristián me prestaba su cama; él decía que era una suerte que yo durmiera en su pieza. Y cuando voy a la playa, donde la Marilú, las niñas se van a dormir conmigo. Lucas (14 años), encuentra que su mejor regalo es salir a comer conmigo a algún restorán; a la Matilde, la hija de Felipe, le costó mucho entender que yo era su abuela paterna y no materna como el resto de sus primos. Con todos tengo una relación muy especial”.