EMOLTV

“A las 8 dejo mi labor de médico y me transformo en mamá”

19 de Julio de 2007 | 09:58 |
imagen
Amanda Céspedes es soltera, pero su amor está canalizado en su hijo que está por cumplir los 24 años y que está a punto de recibirse de sociólogo; además, es violinista. “Hace 4 años me trajo a su polola, así que ahora tengo niñita también, lo que ha sido espectacular”, dice feliz.

La neuropsiquiatra explica que su tiempo libre es sagrado y trata de no invadirlo, aunque cada vez le cuesta más. En esos momentos, le gusta escribir –tanto libros sobre su experiencia clínica y profesional, como algunos de carácter literario. “Participé de un concurso de El Mercurio, no me fue bien, pero disfruté tremendamente”, cuenta.

Tiene dos perros, dos gatos y una tortuga. Como le encanta salir a caminar, siempre deja 45 minutos del día para sacar a sus perros a pasear. También le gusta mucho andar en bicicleta.

-¿Puso en práctica con su hijo toda la teoría?
(Se ríe) “¡Todo! Diría que, aún cuando fue más intuitivo que técnico, mejor no lo podría haber hecho. Tal vez no suena bien que yo lo diga, pero mi hijo ha sido un espontáneo laboratorio de todo lo que constituye mi cuerpo de convicciones y de fundamentos neurobiológicos. Podría decir hoy día que mi hijo es una prístina y clara expresión de cómo creo yo que se deben hacer las cosas. A través del amor, de la presencia, del sacrificio; porque, indudablemente, he sacrificado muchas cosas por él, en términos de postergar muchas cosas que a lo mejor eran importantes en el momento, pero siempre fue más importante él. Por ejemplo, viajes a los que me invitaron, pero preferí, sin dudas, quedarme con él”.

Continúa sin parar y se nota que su amor de madre está ante todo: “Siempre le digo que él es un patito cordillerano. Cerca de Curicó hay unos patitos que remontan el río. Desde muy chiquito, le dije que así íbamos a ser nosotros, que íbamos a nadar contra la corriente”.

-¿Cómo?
“Le dije que a lo mejor a él le iba a fascinar hacer lo que hacen la mayoría de los niños, pero que íbamos a intentar hacer lo que el sentido común dice que debemos hacer. Por ejemplo, no a las gaseosas, no a la chatarra, no a la indiscriminada televisión, no a los play stations y todas esas cosas. Sí a la música, sí a la conversación.
“Su papá colaboró enormemente; es el mejor papá del mundo. Es un hombre maravilloso y un gran padre; colaboró mucho en términos de mostrarle el mundo de la cultura, de la naturaleza. Mi hijo era el único que iba a los 7 años por Santiago con una red de cazar mariposas, por ejemplo”.

Explica que en su casa se ha hecho siempre mucha tertulia, mucha conversación y mucha lectura.

-¿Solos ustedes o con más gente?
“Siempre hay más gente. Hoy está la polola, el papá que viene mucho a almorzar y a conversar con nosotros y, también, muchos compañeros, amigos de mi hijo. La vida en la casa es muy agradable”.

-¿Cómo se da tiempo para tanta cosa?
“El secreto es dejarle un tiempo a cada actividad y no expandirlo, deben ser formatos rígidos. Muchas veces me piden ver un niño tarde en la noche y yo digo que no, porque mi compromiso es que yo cocino para mi familia. A las 8 dejo mi labor de médico, me transformo en mamá y me encanta cocinar. Mi hijo dice que la pasta de mamá es distinta a cualquier cosa. Nos sentamos a la mesa y conversamos largo rato”.

-¿Le gusta mucho cocinar?
“Sí mucho, aunque cada vez me queda menos tiempo, pero creo que la cocina, para la mujer, es un acto de amor. Uno debiera cocinar como una entrega amorosa”.

-¿Tejer, bordar?
“Nunca fui buena para eso. Tengo un chalequito iniciado para mi sobrino para cuando era guagua y hoy tiene 36 años... ¡apenas tengo terminada la manga! (sonríe). No va conmigo, no puedo”.

-¿Ahora tiene tiempo para viajar?
“Sí, claro, pero me complican mis animales. Claro que es la hora de la devuelta de mano, porque mi hijo me dice mamá no te preocupes, yo me encargo de la casa; él es increíble. Bueno, todas las mamás encontramos maravillosos a nuestros hijos, pero creo que él, objetivamente, es un hombre espectacular”.

Aunque ella siempre soñó con educarlo en un colegio Waldorf, como el padre era institutano, su hijo estudió la básica en el Notre Dame para luego irse al Instituto Nacional, pero él también añora ese sistema educativo.

-Hay quienes dicen que esos colegios son un microclima.
“Bienvenidos los microclimas, qué bien le hacen a nuestra sociedad, son muy necesarios. Por ejemplo, si yo no tuviera familia, me iría a la comunidad ecológica de Pirque; ese microclima extremo yo lo celebro, porque creo que han tenido la valentía de darle la espalda a la sociedad actual. Los encuentro muy valientes, muy honestos y muy puros. En este nivel de vida que estoy, los microclimas son muy necesarios. La gente que lo critica es porque no está dispuesta a hacer ese quiebre”.

-Para cerrar, mirando hacia atrás, ¿qué es lo que le ha dado más satisfacción en su vida?
“Sin duda alguna, el privilegio de poder ayudar a los niños. Yo soy una ardiente, furibunda, entusiasta hincha de los niños. Para mí el niño es un misterio divino; creo que el Creador está agazapado detrás de cada niño. Haber podido asomarme a sus misterios, que los niños me lo hayan permitido, es un privilegio extraordinario. Parte importante de lo que soy hoy día, se lo debo a este acto de gracia diario de poder estar con los niños... ¡es maravilloso!”