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“Los adolescentes miran la muerte como un fenómeno banal”

19 de Julio de 2007 | 09:52 |
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El aumento de los problemas mentales de los escolares y pre escolares se ha disparado en los últimos años. Amanda Céspedes cuenta que cuando ella se recibió, sólo el 15 por ciento de los niños presentaban trastornos severos de ansiedad, de control del ánimo o de los impulsos ó trastornos de personalidad más severos como esquizofrenia u otras psicosis. “Han transcurrido 25 años y, en este momento, mi labor va orientada al 75 por ciento de la población. Eso significa un 60 por ciento que antes no presentaba problemas y que hoy los presenta, más el 15 por ciento permanente en el tiempo y que obedece a causas, principalmente, de tipo biológico”.

-¿Quiénes conforman ese 60 por ciento extra?
“Los que presentan problemas emocionales de causa ambiental. Biológicamente están sanos, pero están desestabilizados, porque ha habido cambios sociales muy vertiginosos que la familia chilena no ha sabido absorber y que ha provocado quiebres importantes a la propia familia, el que paga el pato es el o los hijos. Estamos hablando de problemas sociales que la madre ya no está en casa, permanece mucho tiempo fuera y llega cansada. Los niños están en manos de empleadas domésticas que tratan de hacerlo lo mejor posible, pero no cuentan con la preparación para educar emocionalmente a los pequeños.
“Otro factor social que me tiene muy preocupada es el hecho de que los colegios particulares han incrementado increíblemente su exigencia escolar para poder figurar en el ranking de los top 100. Se ha establecido una competencia muy desleal para con el niño; siento que los directivos de colegios no están para nada poniéndose la mano en el corazón ni dándose cuenta que esta carrera por el éxito la tienen que pagar los niños. Dejan muchos heridos en el camino”.

Asegura que el factor más importante de todos es la disfuncionalidad familiar y los malos hábitos que generan en los niños una enorme ansiedad. “Cuando un niño pasa mucho tiempo ansioso, muchas veces se quiebra la posibilidad que tiene ese organismo de restablecer por sí solo el equilibrio. Se rompe el mecanismo homeostático cerebral y se dan los trastornos de ansiedad que van desde el niño que come en exceso al de la pataleta constante. Después, los más severos, como comerse las uñitas, arrancarse el cabello o no dormir, y eso lo estamos viendo desde los 2 años en adelante”.

-¿Qué pasa si no se regula a tiempo este quiebre?
“Se rompe en forma extrema y aparece lo que llamamos depresión por estrés, que es lo que más ha aumentado en Chile, tanto en adultos como en niños desde los 4 o 5 años en adelante”.

Finalmente, dice, están los trastornos de control de impulsos: “Tenemos el trastorno de la conducta alimentaria; ya no es picotear todo el día, sino comer en forma absolutamente desordenada que da origen a la obesidad prepuberal, es como una desesperación por calmar un estado de angustia interno que el niño no puede controlar. También, la agresividad, el manotaje, el bullying, que está tan de moda en los colegios hoy”.

-¿También los recha (rechazados)?
“Por supuesto, los recha, los pernos, los guaguas, los mamones. Hoy día el colegio se ha convertido en una especie de jungla donde sobrevive el más fuerte, el más avispado y donde el resto empieza a manifestar una cadena de síntomas que no son sino una manifestación de sufrimiento.
“Nosotros, insisto mucho en eso, tenemos la obligación de tener una mirada de corte como ecológico; es decir, no sólo entregar fármacos –que por supuesto ayudan- sino pensar en qué está ocurriendo para que el niño esté así; qué está pasando en el colegio, en la casa o en ambos, que está produciendo este desequilibrio. Cuando podemos dar esa mirada sistémica, se puede actuar allí y entonces, a veces, no es ni siquiera necesario el medicamento o sólo darlo por poco tiempo, porque se está actuando en el plano causal. Ahí la terapia floral es maravillosa”.

-De ese 75 por ciento, ¿cuántos llegan a la depresión?
“Depende de muchos factores, no es fácil dar una cifra. Depende de la edad, mientras más chiquitito, más se deprime, porque tiene menos recursos de afrontamiento; también del género, el niño menor de 12 años es más fácil que se deprima y la niña mayor de 12 años, por causas hormonales. Así mismo, de la madurez biológica, los niños que tienen déficit atencional se deprimen tres veces más que los maduros biológicamente. A esto sumamos los niños con daños cerebral, los prematuros extremos, los nacimientos múltiples... ¡en fin, todo el gran capítulo de la neurología de niños!
“Hay un grupo amplio y heterogéneo que es el que denominamos grupo vulnerable y sobre el que hay que tener una mirada más rigurosa, estar más pendientes y trabajar mejor con los papás. Con el grupo vulnerable que trabajo muchísimo y que me gusta mucho es el de los adoptados”.

-¿Por qué?
“Siento que son niños que lo han pasado pésimo en la vida, que han sufrido mucho; probablemente el peor de los dolores, el del abandono, de la no aceptación. Hay que trabajar con ellos y con sus padres. De todos los grupos vulnerables, diría que este es el de la vulnerabilidad máxima”.

-¿Cómo pueden darse cuenta los padres de la posible depresión de sus hijos?
“En los menores de 12 años, el síntoma o señal más clara y contundente de que están entrando en un cuadro depresivo es la irritabilidad; un estado de ofuscación por cualquier estímulo, una explosión de rabia muy intensa. En segundo lugar, está la hiperemotividad; al niño le afectan situaciones que antes no le afectaban tanto y llora desconsoladamente. En tercer lugar, la ansiedad de separación; el niño que no quiere alejarse de su casa y, muchas veces, no quiere separarse de su mamá. Pasarse a la cama de sus padres en la noche, miedos, pesadillas y, menos comúnmente, tristeza. Si uno está esperando ver triste a un niño, es que realmente lleva meses deprimido”.

-¿Y en los mayores de 12 años?
“El mal rendimiento escolar en un niño que hasta ese momento tenía uno aceptable o bueno; la desmotivación, la marginalidad, el pasarse a grupos que son marginales –los líderes negativos, los que no escriben, los que no participan en clases o que no tienen nada que hacer cuando llegan a la casa-. Le llamo ‘el síndrome de la mochila cerrada’, sobre todo en los que están en la media y llegan a la casa a apoderarse del control remoto, a los videojuegos, al chat o a internet todo el día; ésas son señales muy potentes de que el chico pueda estar deprimido.
“En las niñas, los trastornos de la conducta alimentaria: la bulimia, especialmente. La anorexia no la mencionaría, porque es un síndrome en sí mismo. Las alteraciones de los horarios nocturnos... siempre sospecho que un adolescente pueda estar deprimido cuando la mamá me dice que el chico no se acuesta nunca, duerme a deshora y está irritable. Si en el niño pequeño se manifiesta con un enojo desproporcionado frente a un estímulo, en el adolescente se da con un estilo confrontacional. Es decir, trata pésimo a la mamá, a los hermanos; grita en vez de responder; molesta frente a cualquier cosa... eso es muy significativo y puede orientar a la depresión, no es una señal per se, pero da líneas”.

-¿Han aumentado realmente las tasas de suicidio juvenil?
“Sí, yo diría que sí. Han aumentado, porque, lamentablemente, dentro de toda esta patología social, una de las cosas que más aflige dentro de lo que se llama la disfuncionalidad familiar, es que las familias hoy día no saben afrontar conflictos, los afrontan de manera inadecuada, impulsiva, con descalificaciones, con amenazas. Los padres, frente a cualquier situación de conflicto, amenazan con separarse; o el papá que dice entonces, cría tú a tus hijos, yo me descuelgo; no saben enfrentar situaciones. Amenazan con el liceo frente a las malas notas, en vez de preguntar qué pasó; porque muchas veces la culpa la tienen los padres, que llegan cada vez más tarde o que los hijos los escuchan pelear en la habitación. Tratamos de buscar soluciones parches y rápidas y eso hace que los niños empiezan a repetir el modelo”.

-¿Llegan al suicidio porque no saben solucionar conflictos?
“Claro, por ejemplo, un chico de 16 años que lo dejó la polola, como no ha aprendido en casa a afrontar un conflicto, busca lo que él cree es la mejor solución y dónde lo aprendió... ¡en las teleseries, en las películas! Ahí los protagonistas buscan muchas veces el suicidio como una manera de escapar de las situaciones.
“Lo más complicado de todo es que muchos de los suicidas entre los 12 y 16, 17 años, cometieron suicidio pensando, ingenuamente, que iban a castigar a sus papás y después todo iba a seguir igual”.

-¡Cómo que fueran a resucitar!
“Justamente, es como la señora que se va a la casa de la mamá y vuelve al día siguiente. El niño también, cree que matarse es como castigarlos y después todo sigue igual. Hay una pobre noción objetiva de la muerte y frente a eso hay una influencia muy nociva de la televisión, porque ahí las muertes no tienen consecuencias; no hay funeral, nadie que llore. Es lo que se llama la banalización de la muerte y los adolescentes miran la muerte como un fenómeno banal. Los niños pequeños están copiando el modelo”.

Otro factor a considerar, son las nanas de las casas. Amanda Céspedes recomienda elegir con cuidado y tratar de mantenerlas mientras los niños crezcan, porque el flujo continuo de personas que pasan por la casa, también atenta contra la estabilidad emocional y mental de los niños.

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