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Los costos de la reinserción

24 de Julio de 2007 | 12:25 |
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No es la primera ni última vez, pero Maitén Montenegro no confiesa la edad porque, asegura, como Oscar Wilde, que una mujer que es capaz de decir su edad, es capaz de hacer cualquier cosa.

No obstante, llama la atención lo estupenda que se encuentra y lo dinámica que se ve. Está colorina, colorina y cuenta, entre carcajadas, que su hija anda igual, por lo que creen que es el tono natural de las dos.

Casada con el libretista y publicista Jorge Rendic, tiene un hijo de 30 años de su primer matrimonio, Maximiliano, que se quedó a vivir afuera porque se casó; y una hija, Catalina, de 20, que es bailarina y ha sido parte de los coros bailables de importantes artistas extranjeros. Su retoño, participó como instructora en el reality Fama, pero sigue radicada en Miami porque tiene contratos pendientes.

Tras 6 meses en Santiago, recién ahora empezó a desarmar su casa en la ciudad norteamericana; vendieron la propiedad, se instalaron en un departamento –lo que anuncia que estará yendo y viniendo- y comenzó a armar un hogar en Chile.

-¿Te quedas con una pata allá?
“Sí, mis hijos viven allá, el hijo y nieto de Jorge también, además, tengo alumnos allá y mientras mi ausencia no sea demasiado determinante para que el estudio pueda seguir existiendo, iré y vendré. Ahora, esto no es algo nuevo para nadie, la gente lo hace mucho y si el puente sirve para que algunos alumnos de Miami vengan a Santiago, mejor, espero que también algunos de acá puedan viajar para allá y compartan la experiencia”.

-¿Fue muy grande el cambio, en lo personal, de volver a Chile después de 16 años?
“Creo que las cosas están refrendadas en lo que te dije: nada lo hago a tontas y a locas, aunque lo parezca. Hay una necesidad que me hace pensar en el tema, hay algo que me hace sentir que a lo mejor vienen cambios, empiezo a escuchar las señales que se reflejan en un ofrecimiento de algo y comienzo a observar de otra manera. Caigo fluidamente en el cambio, entonces tampoco es tan terrible.
“Yo no sabía qué iba a hacer en Chile cuando volviera, pero la decisión la habíamos tomado. No fue algo traumático, aunque hay cosas que me incomodan, estoy acostumbrada al sistema americano, al horario, al cumplir, a la respuesta directa”.

-¿Cuánto cambiaste tú, cuánto asumiste de la vida americana?
“Asumí muchas cosas, muchas me gustaron y me di cuenta de que las tenía incorporadas como que era clara para hablar, que no me iba por rodeos, que nunca he pensado que las cosas sean personales, soy súper franca.
“Siempre he tenido más colaboradores hombres, nunca he trabajado con muchas mujeres porque soy directa, no soy de ay, qué me dijo, no, soy pá (como un golpe), porque no estoy preocupada de eso. Esas cosas me acomodaron allá, al igual que la poca pérdida de tiempo, lo eficiente y ordenado del esquema, lo puntual, la manera en que se simplifican las cosas”.

-Con esos cambios, ¿cómo ha sido insertarse acá?
“Eso es difícil todavía, me ataca. No entiendo que le diga a alguien te veo el lunes a la 5 de la tarde, en el Paseo Ahumada y cuando me estoy yendo me dice ahí nos llamamos, pa´ qué le preguntó y me contesta para ponernos de acuerdo. Hay cosas que son raras.
“También me costó, cuando llegué a Miami, no hablar en persona con la gente, cosa que en Chile se usa mucho porque así el trámite sale más rápido. Allá, el mail y el teléfono tienen el mismo efecto que en persona, no hace diferencia, porque los favores no se hacen en el terreno profesional; en el trabajo no hago nada por el otro que no sea lo que tiene que ser”.

-¿Qué añorabas de Chile?
“Quiero donde estoy, no estoy llorando ni quejándome, pero lo que tiene Chile es que es la casa de mi mamá. Todo lo que siento cuando vengo para acá me es familiar; es cálido, conocido, cómodo; a lo mejor no es tan elegante, pero es lo que me pertenece. La casa de mi mamá es de la que tengo recuerdos, fue donde jugué cuando niña, es la casa segura.
“También está el código del humor, de sentir que te entienden de inmediato, es algo rico que uno extraña, porque allá dices un chiste y con suerte hay un chileno en la sala que lo entendió y si lo logró un colombiano fue después de 2 minutos. El código del humor no es el mismo”.

-Pero debe haber sido difícil, porque el humor ha sido tu motor.
“Sí fue un difícil ajuste y ahí vino el aprendizaje, es un gran desafío para uno hacer una buena clase, entregar formación a todos, en general, sin que la nacionalidad afecte. Yo venía de trabajar durante muchos años para los chilenos, pobres, ricos, del sur, del norte y de repente llegué a un lugar donde no conocía al interlocutor y me pregunté qué le puede llegar, qué le puede ofender”.

-Tú te fuiste cuando se estaba instalando la democracia en este país. ¿Hemos cambiado mucho los chilenos?
“Me alegró haberme podido vincular al cambio que dio paso a la democracia y tal vez, lamenté un poquito no haber estado aquí cuando lo hizo. Cada año que he regresado a la Teletón he ido viendo como el país crece y se renueva; los cambios han sido mucho mayor en ese aspecto, más en la forma que en el fondo; eso me ha sorprendido un poco, llenos de tecnologías, soluciones, los primeros en aquello, todo muy avanzado y en otro aspecto...”

-¿Seguimos siendo chaqueteros, de doble estándar?
“No, no quiero ser agresiva ni mala gente, pero seguimos teniendo el comportamiento de ciudad pequeña, de calle sin salida. Tú sabes que los vecinos de una calle sin salida es distinta a la que vive en una gran avenida; seguimos siendo localistas; imagínate que debemos ser el único país que tiene una televisión sólo para ellos, eso es algo totalmente especial, todo lo que se hace se ve sólo en Chile
“Siento que mira para afuera lo que quiere mirar, no todo y conserva celosamente cosas que no quiere cambiar y que a lo mejor le permitirían crecer más, que le ayudarían, porque acá la familia sobreprotege mucho, achica mucho”.

Mirando su historia de pareja, Maitén se ríe del hecho de que su ex y su actual marido estuvieran vinculados al mundo del espectáculo. “Eso te demuestra que puede, como no, resultar, que esto tiene que ver con las personas, la madurez, las épocas y no con las profesiones”.

-¿Y cómo fueron los costos familiares de eso?
“Yo creo que fueron de la carrera, porque son altos. Cuando digo que es una carrera seria, peligrosa, difícil es porque es una de las pocas donde el riesgo de la soledad, el fracaso, las frustraciones están ahí. El costo de la carrera es muy alto en lo personal y familiar”.

-¿Y por eso hiciste switch y priorizaste a la Maitén mamá y mujer casada?
“No, ni siquiera me plantee quiero ser la mejor esposa del mundo, no, nada de eso me guiaba. Primero era experimentar algo que no había experimentado que era, realmente, ejercer la carrera de madre y esposa”.

-¿No lo hiciste con Maximiliano?
“No, uno no puede hacerlo de la misma forma. Cuando yo me divorcié Maximiliano tenía 2 años y medio y justo nació el “Jappening”, es decir, la fama, 14 horas diarias de trabajo, una presión enorme; dime cuánto tiempo le puedes dedicar a la familia, a los amigos así... lo mejor que se puede. Estudié mucho de psicología, hice 4 años de terapia cuando me divorcié para sobrevivir porque me había casado hasta que la muerte nos separe y me disculpé mucho con eso de la calidad en vez de la cantidad y todo depende. Mi hijo es una persona muy sensible y entonces pasaban muchas horas antes de que lográramos comunicarnos; su ritmo necesitaba tiempo”.

-¿La Cata fue distinta?
“Es que ella me tuvo de otra manera y además, tuvo a Jorge constantemente con ella. Llegamos a Miami y ya no había nana, ni abuelita. Era un idioma diferente, estábamos con ella todo el día, nos repartíamos las cosas mientras conocíamos el lugar; fuimos más pareja que nunca, entonces ella recibió otro tipo de conexión. Lo que uno hace con un hijo no le sirve para nada con el otro, la comunicación con cada uno es con individuos diferentes”.

-¿Influiste en la carrera de la Cata?
“No creo... no sé, creo que lo tiene que contestar ella. No traté de que fuera artista, es más los dos primeros años fueron los únicos que produje en inglés por lo que fueron intensos. No estaba preocupada de involucrarla y, más bien, por su sensibilidad no hubiera querido que estuviera metida, porque era muy tímida y veía que iba a ser tensionada porque el medio es duro”.

-Pero tampoco le pusiste la proa en contra.
“No, qué estupidez, si yo soy artista. ¡Con qué ropa!”

A estas alturas, dice conservar los amigos del comienzo que no son del medio artístico. “Me costó darme cuenta que ahí uno es compañero de trabajo, no amigo, pero como se trabajan 14 horas diarias ya crees que lo eres del alma”, comenta. Confiesa, de paso, que como son pocos, ahora se da tiempo para tomarse un café y contar cosas. “Me he puesto autorreferente”, dice entre risas.

Y ahora que tienes más tiempo libre, ¿cómo lo ocupas?
“Es que no te puedo decir, estoy recién experimentándolo (lanza la carcajada). Es que igual pienso mucho, mi cabeza está siempre con ideas. Mi hija me reta siempre porque yo le digo mira que lindo ese vestuario y ella me contesta mamá, estás trabajando”.

-¿No jardineas?
“Bordo, bordo lentejuelas, brillos, pero es que arreglo los vestuarios; pinto máscaras, pero también son cosas que tienen que ver con el show. Lo hago en los pocos ratos que me quedan en la noche y lo hago para no pensar mucho, me sustraigo poco de la vorágine. Lo rico de ahora es no tener la obligación de ir a un lugar, de tener que levantarte y partir al canal”.
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