Iñigo, o Ignacio en vasco, revela que su infancia fue muy difícil porque sentía que no encajaba en ninguna parte, como inadaptado y que por eso se ideó una realidad propia y era la oveja negra de su familia. Pero ahora es distinto. Atrás quedó ese joven atormentado y perturbado, tremendamente ansioso y en permanente búsqueda de su lugar en la vida. Ya creció, a punta de fe y de terapias aprendió a disfrutar del día a día y transmite esa tranquilidad. Asegura que sólo le falta alguien a su lado para sentirse pleno.
- ¿Por qué decidiste estudiar teatro en un principio?
“Yo enganché por el cine, cuando veía películas de chico, sentía que los actores tenían un poder para emocionar, para hacer llorar, que también puede ocurrir en TV pero el cine tiene ese cuento mágico que hace que uno se meta en la historia, que se ría, se identifique, llore. Uno se puede ir a la cresta con una película y eso me alucina”.
- ¿Qué dijeron tus padres por esa decisión? ¿Interfirieron?
“Mis papás recién lo supieron cuando yo estaba en cuarto medio y quedaron para adentro porque no les hacía mucho sentido, por mi carácter porque yo era muy retraído, piola, para nada histriónico, entonces fue raro. Pensaron que estaba puro hueviando y me dijeron ya, haga unos cursitos y después estudia otra cosa. Y yo les dije que no, que esto era lo que quería hacer de mi vida. Entonces se negaron a pagarme la escuela y en un principio me la tuve que pagar yo. Es que yo era muy rebelde, pero después atinaron y se dieron cuenta que era lo que me gustaba y estuvo todo bien, me apoyaron, hasta el día de hoy”.
- ¿Qué te sorprendía de ese mundo?
“Cuando chico me gustaban mucho las películas de fantasía, amaba “La historia sin fin”, me sentía identificado con ese mundo mágico que tenía que ver con mi mundo de niño. Me inventaba muchas historias, tenía amigos imaginarios, veía duendes y yo lo sentía súper real hasta que me pegué el alcachofazo de que en verdad no existen”.
- Eso es no es tan raro, pero por lo que cuentas eras bien autista.
(Risas)“Absolutamente, mi mamá siempre me cuenta una anécdota de que una vez fue a hablar con mi profesor jefe y le preguntó que cómo me estaba yendo en el colegio y el profe le dijo ¿Quién es Iñigo? y ahí decidieron cambiarme de colegio, del Redland al Sek”.
- Y además eras un niño rebelde.
“Es que no me gustaba el colegio, nunca me sentí identificado, era de los rezagados. Sentía que mis compañeros no tenían nada que ver conmigo. Es que los cabros chicos son muy prejuiciosos. Siempre me escapaba de clases solo. Lo que sí me gustaba era dibujar, me iba bien en eso. Pero todo lo que tuviera que ver con relacionarme con otros, como educación física, me cargaba, no iba, tenía puros 1. Odiaba el fútbol también. En el fondo, no quería compartir con los demás porque no me identificaba con ellos y en el colegio si no eres como todos, no existes”.
- Te escapabas de clases, eras la ovejita negra de la familia...
“Sí, es que dejaba muchas cagadas. Imagínate, no era que me hiciera la cimarra si no que ¡me arrancaba a mitad del día y me pillaban siempre! También me arrancaba de mi casa, pensaba que podía cruzar la Cordillera hasta Argentina. Quería escaparme del mundo, me cargaba todo. Sufrí harto. Por eso yo era mucho más feliz en el verano, cuando con mi familia nos íbamos al campo de mi abuela en Villarrica, lo pasábamos increíble”.
- Y cuando saliste del colegio y entraste a teatro, ¿te revolucionaste?
“Claro, al fin sentí que estaba con mi gente, que estábamos en la misma parada, que era donde tenía que estar. Ahí conocí a personas de distintos estratos, condiciones y pensamientos. Y yo tengo que ver con eso, me gusta mucho la diversidad, me gusta nutrirme de otras personas y el colegio es muy cuadrado. De las pocas personas con las que me relacionaba ahí eran distintos al resto de los alumnos, y no era prejuicioso pero nunca me sentí bien ahí. Y cuando chico es necesario sentirse parte de algo. Ahora es más fácil porque no hay problemas con que los cabros chicos se diferencien y tengan otras tendencias. Pero hace 15 años atrás y más, además con la dictadura todo tenía que ser parejo. Y ese ha sido el cambio más grande en mi vida, el más radical. Lo demás ha sido un proceso natural de madurar, crecer”.
- ¿Nunca quisiste resaltar ese lado distinto?
“No, no me sentía preparado. En lo que sí me gustaba resaltar y que me fuera bien era en arte, yo notaba que había un talento que tenía que explotar”.
- Y ahora que existe más tolerancia en todo sentido, me imagino que tienes amigos. ¿De dónde son?
“Tengo grandes amigos de mi gremio, pero prefiero relacionarme con gente que no tenga que ver, porque siento que los actores somos muy pegados. Me da lata ir a un carrete y que estén todos hablando de teatro, eso me aburre, me gusta hablar de todo: de cine, literatura, de moda o de cualquier cosa”.
El actor comenta que esta revolución, este cambio radical que se produjo en su vida cuando entró a la escuela de teatro, coincidió con unas ganas locas de escaparse definitivamente de su casa, de irse a vivir solo. Y lo logró cuando cumplió 21 años. “Por mí me hubiera ido mucho antes. Pero mi mamá fue bien sabia y me dijo que para qué me iba a ir en ese minuto que no estaba trabajando, que no tenía ni un peso, que lo iba a pasar mal, que mejor me concentrara en mis estudios”.
- Tus papás han sido bien comprensivos, en ese sentido.
“Siempre, pero nunca sobreprotectores, sí muy realistas, supieron entender… Los chilenos son muy apollerados, se quedan en la casa de sus viejos hasta los 30 años y eso no pasa en ninguna otra parte del mundo. O sea, está bien lo que ocurre acá que es que el cuento familiar está súper establecido, que la familia se aclane todos los domingos. Pero a los 18 uno ya es grande, adulto, ya puedes manejar, ir a la guerra entonces creo que asumir todo eso desde la casa es una mamonería”.
-¿Pero eso lo asumías a tus 20 años o te fuiste más bien para sentirte más libre?
“Sí, pero también tiene que ver con encontrar tu lugar en el mundo. Yo me fui porque necesitaba mi espacio. Siempre dormía con mi hermano y tenía la necesidad de estar solo. Para organizarme como quería. Y resultó porque siempre tuve horarios distintos a los de mi familia y a mis papás se les fue de las manos el imponerme reglas, porque mis estudios eran así.
- ¿Y empezaste a ‘vivir la vida loca’?
“Sí, aunque yo fui bien atrasado en ese sentido. Todo lo hice bien tarde, yo era muy perno. No como ahora que a los 13 años fuman, toman y tiran. Yo no, no fui para nada precoz. Y me fui a vivir con dos amigas y lo pasamos increíble, vino la etapa del carrete pero tuve combinarlo con harto trabajo, gracias a Dios. Nunca descuidé la pega, siempre he sido bien responsable”.
- Y después te fuiste a rematar todo eso a España, en 2002.
“Es que seguía con el bichito de encontrar mi lugar en este mundo y me fui. Es que la mentalidad del chileno es muy básica. Esa violencia, esa prepotencia… y tenía la necesidad de viajar, de vivir en otro lugar y lo disfruté mucho, aunque no fue espectacular en ningún sentido pero fue bien aleccionador para mí. Trabajé de todo, de mesero, hice un seminario de improvisación, un corto sobre un homosexual”.
- ¿Ya encontraste tu lugar en el mundo?
“Sí, al fin lo encontré y me siento bien. Encontré la calma, antes estaba demasiado ansioso. Ya estoy más grande, más claro y seguro. Entendí qué es lo que quiero de la vida y se trata de cosas muchas más simples, mi ambición va por otro lado, no por el exitismo profesional, si no que simplemente quiero ser una mejor persona y en todo; en el trabajo, en las relaciones, con el mundo y ese es mi propósito ahora. Porque miro a mis sobrinos y quiero que conozcan cosas que se están perdiendo en este mundo, que se están destruyendo”.
- ¿Te gustaría tener hijos?
“No, ya no. Hace un tiempo me bajó la cosa, pero ahora lo pienso y no es algo que me llame la atención para nada. No es una responsabilidad que quiera asumir. Prefiero tener a mi ahijado que es precioso pero no tener la inmensa responsabilidad de ser su papá. Si algún día me tocara asumirlo lo haría feliz, eso sí. Tengo rebuena onda con los cabros chicos, pero no me nace ser papá”.
- ¿Cómo te visualizas a futuro, en unos 15 años más, por ejemplo?
“Es que ese es precisamente el trabajo que estoy haciendo, no pensar mucho en el futuro, no ponerme ansioso. El futuro no existe y es algo que he ido aprendiendo. Sí es bueno ponerse propósitos, como trabajar más en cine, tener una casa en la playa, ojalá estar con alguien…”
- ¿Por qué estás solo ahora?
“Para mí es un trabajo estar con alguien porque soy una persona muy complicada. No me ha funcionado. Me desencanto muy rápido y es un tema mío más que de la otra persona y tengo que aprender a ver qué es lo que busco en la otra persona porque también hay quienes no la encuentran nunca. Tampoco creo en el amor para toda la vida”.
- O sea, ni pensar en el matrimonio.
“No creo para nada en eso. Creo que en los lazos, en los vínculos y no que haya que firmar algún papel para eso”.
- ¿Y crees en la fidelidad?
“Sí, pero es complejo. Creo que es muy importante, como la lealtad… pero si uno está con alguien debe estarlo al 100% porque amar es una responsabilidad y hay que hacerse cargo en todos los sentidos. Y yo no lo he hecho y por algo estoy solo. Aunque sí he sido muy amado y yo también he querido mucho”.
- Entonces es verdad que el problema es más tuyo que del otro.
“Sí, hay en mí una dificultad para trascender en una historia de a dos. He intentado trabajarlo para poder estar con alguien al fin. Pero bueno, si no se da, no importa”.
- ¿Como que te desencantaste del amor?
“Trato de no hacerlo, no quiero hacerlo. Creo que es importante vivir con esa ilusión, porque es bonito. A mí me inspira el amor, la seducción. Me gusta que mis relaciones se basen en un romanticismo y en un erotismo importante, que no sea solamente un encuentro. Me gusta que sean de guata. Yo soy súper de guata; no me enamoro con el tiempo. Soy de amor a primera vista. Reconozco al tiro cuando me llega. Puedo reconocer belleza en alguien, inteligencia, incluso gusto pero si no me hace ‘click’ de una, entonces no es”.
- ¿¡Vas discriminando por la vida!?
“Nunca tanto, no tengo rollos ni con los estratos sociales ni nada de ese estilo. Pero a veces miro a alguien y sé inmediatamente que no existe ni una posibilidad que me guste porque no tiene nada que ver conmigo. Es importante que haya algo en común, que al hablarle uno se reconozca también”.
Agrega: “Es importante admirar a la persona con que uno está, aunque haga algo totalmente distinto. No me metería nuevamente con alguien del gremio, no me interesa. Por una cosa de ego, prefiero a alguien que me hable de otras cosas, que me lleve a otras partes. Ya probé y no me llenó, porque se produce una competencia subterránea, entonces, para qué. Igual me frustra la incapacidad de poder concretar algo con alguien afectivamente”.
- ¿Por eso has hecho terapias con especialistas?
“Sí, el año pasado hice una transpersonal que me hizo muy bien. El trabajo lo hace uno, revisa su historia, habla con los viejos para recordar hechos que pueden influir”.
- Para aprender a aceptarte.
“Claro y para saber el por qué de muchas cosas. Cómo funciona la cabeza en contra de uno mismo generalmente, cómo uno se cuestiona”.
Según Iñigo, todo este cuestionamiento surgió en un ‘carrete’. “Yo estaba arriba de la pelota y me di cuenta de que ya no quería seguir así. No quería seguir carreteando sin tener un propósito claro y continuar relacionándome con gente que no tenía nada que ver conmigo. Quería algo más, avanzar, trascender espiritualmente, darle sentido a mi vida”.
- Aparte de las terapias, ¿en qué más te apoyas? ¿Eres creyente, por ejemplo?
“Creo en Dios y le tengo mucha fe a Santa Teresa de Los Andes, mi mamá siempre nos encomendó desde chicos a ella y ha sido una súper buena compañera y amiga. Me ha ayudado mucho. Fue lo único que heredé del catolicismo, además del tema de la culpa, que me ha costado mucho sacármela; vivir pensando que todo lo que hago tiene una cuota de culpa, que es malo. Pero ya estoy más tranquilo, antes todo lo que hacía estaba teñido como malo cuando no tiene por qué ser así”.
- Entonces, ¿ya estás en paz?
“No es que sea zen ni nada por el estilo, pero estoy mucho más tranquilo que antes, pienso que todo tiene solución y lo que no, no importa”.
- ¿Y cómo te descargas? ¿Lloras?
“Soy muy sensible pero me cuesta llorar. Aunque sí hay muchos detalles que me sacan lágrimas, cosas que a nadie le llaman la atención y a mí me emocionan, cosas simples; como las películas, o lo cotidiano, me conmueve la gente, por ejemplo, un acto de amor de una madre con sus hijos”.