"Es que tú no me comprendes". Frase recurrente que acompaña al paisaje conyugal y que refleja el grave desconocimiento que tenemos las parejas humanas del mundo interior del otro.
El desconocimiento que la gente de la edad de uno (gededu) tiene del otro exponente de distinto sexo nos despertaba, desde nuestra juventud, infantiles fantasías de seres inexistentes.
Tales como el anhelado Príncipe Azul, que las niñas adornaban en sus jóvenes mentes con virtudes, sensibilidades, aficiones, destrezas, incluso percepciones extrasensoriales que les adivinarían sus deseos y carencias. Nunca apareció.
Por otra parte, los niños que en esos lejanos años ya dedicábamos las horas de los recreos a jugar a la pelota, bolitas, topeaduras y lucha libre, en las tardes, después de clases, teníamos preocupaciones más tangibles: la hora del té que nuestra santa madre nos preparaba, sus cariñosos cuidados, sus regaloneos y la ternura que derramaba generosamente sobre nuestras transpiradas cabezas. La cena, el postre y el beso de buenas noches completaban un día tipo.
Y ésa era la fantasía nuestra, los niños "mamones" de esa época: nuestra Hada Madre. Tampoco apareció.
Pero el panorama ha cambiado. A mediados del siglo pasado terminó la segregación en la educación pública y privada, incorporándose colegios que aceptaban niñas y niños en sus aulas y también muchos colegios tradicionales que aceptaron matricular hombres y mujeres, ratificando de esta manera que la vida en sociedad es mixta.
Compartiendo las salas, recreos, juegos y paseos, se fueron borrando las barreras que el desconocimiento mutuo había levantado, y también empezó a diluirse la figura idealizada del Príncipe Azul.
Luego, la masiva incorporación de las jóvenes a la universidad y la convivencia con sus compañeros les reveló a nuestras hijas que el soñado príncipe -si es que aparecía- en el mejor de los casos sería azulino y casi seguramente sólo celeste.
La prosaica costumbre de compartir los gastos en las salidas al cine, la refrescante "chela" o el alegre carrete terminaron con la ilusión del Príncipe Azul, y ya nunca más ninguna niña besó un sapo pensando en convertirlo en príncipe.
Hoy las jóvenes han cambiado el vals con el Príncipe Azul por un raeggetón bien movido con el Jonathan, pero esa convivencia de nuestras nietas y nietos es más rica y franca, sin mitos y más directa que nuestra segregada relación juvenil de los años '50.