Gonzalo Patricio Cienfuegos Browne nació el 7 de octubre de 1949, en Santiago. Proveniente de una familia convencional, egresó del colegio Verbo Divino pero asegura que nunca se destacó como buen alumno ya que centraba toda su energía en pintar. “El colegio para mí era un mero trámite; sólo hacía lo estrictamente necesario para pasar de curso”, cuenta entre risas. Eso sí, desde entonces ya sabía lo que era ganar premios de arte en concursos escolares.
Su familia, de corte muy tradicional, si bien apoyaba su creciente veta artística les preocupaba que fuera tan “díscolo”. “Es que no era buen alumno, iba a la escuela de Bellas Artes y tenía una banda de música, además era medio hippie. Entonces, ¡no estaba dentro de la norma! Pero igual se preocupaban y me apoyaban, porque se daban cuenta de que era algo real, no un capricho. Mi papá siempre lo aceptó pero estableciendo que la prioridad número uno debía ser el colegio y ahí surgían los conflictos porque para mí estaba en un último lugar”, dice.
Y como lo que se hereda no se hurta, al pintor se le ha repetido una escena similar, pero potenciada. Dos de sus tres hijos han tomado la senda artística. El mayor es arquitecto, la menor aún va al colegio, en tanto Macarena, la segunda, siguió exactamente sus mismos pasos.
-¿Eres un papá-crítico?
“No, yo trato de no meterme. Ella es absolutamente independiente, tiene frescura y mucha convicción de su propia naturaleza y tiene cuidado de no dejarse influenciar y yo tengo el respeto de no decirle cosas que puedan ser propias de mi trabajo. Su mamá (ex señora, Rosa Velasco Ringeling) es artista visual, más conceptual, entonces ella tiene esa independencia que me parece muy genuina y valiente”.
-¿De verdad crees que logra independizarse de ti y tu obra?
“Sí, lo que digo refleja lo que veo. Pero no puedo emitir un juicio, porque estoy demasiado cerca, pero es cierto que lo que más me sorprende es eso, su independencia y ella está muy convencida”.
- Siempre hay una influencia inconsciente.
“Evidentemente. Ella nació y se crió en un ambiente rodeado de la pintura y de nuestro arte entonces es algo muy natural para ella. Pero habría que preguntarle cómo se ha desarrollado su vida en torno a esto. Pero dice que es el tema, como ser hijo de un futbolista que siempre está con la pelotita”.
- ¿¡Quieres al clan artísticamente uniformado!?
(Risas) “Nooo… Sofía, la menor, tiene 16 años y en ella hay una mezcla de atracción y rechazo por el arte, ya que todos sus hermanos han estado vinculados con esto y a ella le tira la medicina. Tal vez por mi padre que era médico, por ahí puede haber una cierta herencia. Pero preferiría que fuera una actividad distinta porque que la de mis otros hijos, además mis hijastros también, están vinculados al arte”.
El pintor cuenta con dos matrimonios en el cuerpo y hace poco se separó de su segunda mujer, Jackie Muzard Ureta. “Así es la vida, todo pasa”, dice escueto sobre la ruptura. Los dos hijastros que se refiere son los retoños de su última pareja. Él los crió como si fuera su padre biológico. “O sea, es como si tuviera cinco hijos en vez de tres”, agrega.
Pero no sólo de pinceles vive este hombre. Otra de sus grandes pasiones sigue siendo la música, pero sobre todo el jazz. Tanto así que con un grupo de amigos se disponen a componer este tipo de melodía: “Siempre ha sido una compañera, tengo una relación paralela muy fuerte con la música, pero tiempo es lo que me falta. Hacer música toma mucho tiempo. A veces me entretengo solo improvisando en mi piano. Con el computador hay muchos programas, pero son horas y ¡me faltan!”.
-¿Vicio privado?
“Mi gran vicio, lamentablemente son los carbohidratos, el pan. Es un problema que hace un daño terrible y me debería internar en una clínica de desintoxicación. No es un vicio como la cocaína, ¡es mucho peor! Es una tortura… (se ríe)”
-¿Por vanidad o por salud?
“Por las dos. Me preocupo mucho pero ¡sin ningún resultado!” (carcajadas)