A diferencia de casi todas las niñas pequeñas que sueñan con tener un tutu rosado, Marcela Goicoechea reconoce que ella se enamoró recién del ballet después de la primera clase a la que asistió y en la cual alucinó con las zapatillas. Tenía 7 años y, antes, nunca había visto un espectáculo.
Sus pasos fueron guiados por su padre, profesor de educación física, quien probó con ella todos los deportes –tenis, voleibol, seis años de natación- hasta que se convenció de que en el ballet estaba su futuro. “Es que yo no sirvo para la competencia, cuando se trata de competir soy un desastre”.
-¿Y los concursos?
“Bueno, hice el de Buenos Aires (que la trajo a Chile) donde me fue bien, pero no sé porqué. Se tenía que dar, pero la sensación de competencia nunca la he tenido; en cambio; mis dos hermanos si son así”.
El primer espectáculo que vio, “Carmen”, definió su destino, pues se convenció de que ése era el camino que tenía que seguir. Entonces vivía en Resistencia, un poblado de la provincia del Chaco, al noroeste de Buenos Aires y asistía a clases en un instituto local.
A los 16 años, la bailarina Olga Ferry la convenció de viajar a Buenos Aires e ingresó al Instituto Superior de Artes del Colón, donde todo su tiempo se copó de clases, variaciones y repertorios. “Aprendí muchísimo ahí, pero se me perdió el norte, porque no bailaba. Era una clase detrás de la otra y como yo venía de una provincia donde bailábamos a donde fuera, en piso de baldosa, para mí el ballet era el espectáculo”.
-A los 18 años dejaste de bailar, ¿qué motivó la crisis?
“Se mezcló todo. Sentía que no había posibilidades de trabajo porque no había concursos en el Colón, veía que había miles de muy buenas bailarinas antes que yo esperando, o sea, no habían posibilidades.
“Se me nubló el panorama; me costó mucho estar lejos de mi familia, estaba inmadura y por eso, volví a Resistencia; mi mamá me llevó de un ala de vuelta”.
De regreso en el Chaco, como había hecho sus estudios libres, ingresó a la universidad a estudiar abogacía; le gustó el derecho Romano (alcanzó a hacer un año de leyes) y engordó, hasta que un día reapareció su primera maestra, lloró todo lo que tenía que llorar y se colocó de nuevo en la barra.
-¿Fue entonces cuando decidiste viajar a Cuba?
“Sí, partí a hacer un curso por 15 días y se dio a la oportunidad de que me dieran una beca; fue la gran maestra Laura Alonso –que adoro hasta el día de hoy- y me quedé en la escuela del Ballet Nacional. Siempre voy a estar tremendamente agradecida con Cuba por a la oportunidad que tuve”.
-¿Conociste a Alicia Alonso?
“Sí, hicimos juntas hasta un ‘pas de deux’. Yo bailaba con el Ballet Nacional y también con la “Joven Guardia” donde había muchos muchachos; así fue como aprendí a bailar con una pareja porque en la provincia no habían varones; crecí mucho en un año y medio, fue todo muy condensado, pero comprendí, también, que no era ahí donde yo quería hacer mi carrera”.
“En Cuba se abrió un horizonte, me di cuenta que podía ser profesional y vivir de eso que era en el fondo que yo quería. Toda la época anterior la recuerdo con mucha angustia, a pesar de estar aprendiendo”, cuenta. Agrega que su aterrizaje en un ballet profesional como el de Santiago, en 1989, fue “casi un premio” a las angustias y soledad vividas.
-¿Eso fue lo que te dio la fuerza para volverte a desarraigar de tu familia?
“Sí, sin duda, además en toda esa angustia siempre hubo muchas manos. Estaba Olga, que la estiraba para que no me cayera y me decía la vida de la bailarina puede cambiar en un día, te pueden llamar y tienes que estar lista; también Luz Lorca cuando me ofreció venirme a Chile. Siempre tuve suerte con la gente con quien me crucé. Llegar aquí fue justo, no era estar tan lejos de mi casa y ya estaba preparada, tenía la madurez para vivir sola, era otra cosa”.
No debe haber sido fácil entrar al Ballet de Santiago. De hecho tenía como Primera Bailarina a Sara Nieto.
“No, tenía cuatro primeras bailarinas (se ríe). Sara era la Bailarina Estrella, pero habían excelentes primeras bailarinas, pero de alguna manera, en ese minuto, se abrió un espacio para mí y lo sentí muy fuerte. Llegar a hacer un protagonista, por mucho que fuera una matinés, fue increíble”.
-¿Has tenido que hacer muchos sacrificios?
“Me han preguntado eso y siempre he dicho que nunca he sentido que eran sacrificios; siento que son opciones. Mi hermana me decía no pudiste terminar el colegio, tener tu graduación y yo siento que todo eso fueron opciones que tomé. No tengo la sensación de que mi vida haya sido tan sacrificada”.
-Pero vives en una rutina de constante entrenamiento que debe demandarte mucho mental y físicamente.
“Sí, mira, en el minuto en que nació mi hija, ahí sentí que fue muy duro, pero creo que es lo que le pasa a todas las mamás; esa sensación de despegarse de la guagua”.
-¿Has tenido algún accidente?
“Sí, tuve una fractura por estrés que fue de muy larga recuperación”.
-¿Y caídas?
“No soy mucho de caerme en el escenario, tengo como dos o tres. Recuerdo una en la mitad de una variación, pero uno no se da cuenta que se ha caído y ya está arriba. Fue en público (lo dice con voz de lamento) y fue terrible, aunque el público es muy cómplice porque la gente también se asusta; yo me caí y seguí y después fue el mejor aplauso que he tenido; la gente se da cuenta que fue un accidente aunque la sensación es horrible.
“Después uno se ríe mucho y cuando ves el video te querés matar”.
-¿A qué edad crees que te vas a retirar?
“Es que... (duda). Mira me doy cuenta de todo lo que uno habla y de repente es mejor callar. Cuando tenía 20 decía hasta los 35 años... Creo que hasta el minuto en que no sienta más placer o vea que no lo estoy haciendo bien. No te puedo decir, el tiempo pasa tan rápido, hay roles que quiero hacer.
“En esto aprendí a ser menos talibán en mi vida, no decir una edad, sino que ver qué roles me van acomodando y eso no significa no darle espacio a los demás. Hay tantas funciones, repartos. Como que me saqué ese peso de encima de decir yo estoy taponeando. No es así”.
-¿Y a hacer qué?
“A enseñar, me gusta mucho, me encantan los chicos, las nenas. A lo mejor me gustaría hacer un curso pedagógico porque en general, en Latinoamérica, los bailarines nos vamos haciendo, un poco, a los golpes y me gustaría aprender a enseñar bien.
“Dar un poco de lo que uno aprendió, porque así también me formé yo, con gente que me entregó cosas”.