Mi trabajo en Babson, donde soy rectora, es identificar oportunidades y recursos y proveer liderazgo para crear valor agregado. Buscamos asegurarnos de que vemos las oportunidades y seleccionamos sabiamente cuáles son nuestras propias etiquetas y recursos para realizar lo que queremos.
En Babson abordamos este tema desde varios ángulos: tenemos programas de liderazgo, donde trabajamos con mentores; otro para el desarrollo de mujeres de la región que desean aprender algunas habilidades como liderazgo en la negociación, y junto con ello desarrollamos un programa de ejecución de liderazgo para mujeres, que complementamos con investigaciones. Cuando me preguntan qué pueden hacer las emprendedoras, recurro al convenio que suscribimos con el Centro Nacional de Investigación de la Mujer, que es la organización nacional que estudia a las mujeres en el mundo de los negocios, y con quienes hemos desarrollado un proyecto para estudiar los procesos de aprendizaje de las mujeres y cómo inician sus negocios.
En este sentido son muy interesantes las investigaciones locales para conocer las mejores prácticas para ellas. Y hay otro proyecto llamado "Diana", que nos ha permitido averiguar por qué las mujeres no piensan en grande. Hemos descubierto, por ejemplo, que el mayor problema que encuentran tiene que ver con las redes. Ellas no están conectadas con las redes correctas, donde los recursos fluyen. Necesitan sofisticación financiera, darse cuenta de que no se toma decisiones sin trabajar duro.
Personalmente, he tenido una carrera ecléctica, en la que he aprovechado las diferentes oportunidades de mi vida. De hecho, empecé en el área de salud: yo era administradora en enfermería, pero entonces conocí a mi marido, que trabajaba en la fuerza aérea. Nos cambiamos a España. Después de que tuvimos a nuestros hijos, pensé en volver a la escuela e hice un MBA. Luego empecé a ser profesora adjunta enseñando finanzas y marketing y descubrí que amaba lo académico. Entonces obtuve mi doctorado y me convertí en profesora de emprendimiento.
Uno tiene que considerar que es el resultado de una combinación de todas las experiencias educacionales que ha vivido y que está inserta en una realidad social: hoy estamos frente a una generación de mujeres financieras; ellas tienen que hacerse cargo de sus familias, contribuir a la sociedad y estar disponibles. Y para abrirles espacio a las mujeres, hay que mejorar la tecnología y la innovación.
Cualquier mujer puede ser emprendedora. Una de mis historias favoritas fue cuando estuve en Sudáfrica y hablaba con una mujer que echó a correr un programa de emprendimiento para vendedoras callejeras. Algunas de ellas se graduaron y siguieron trabajando en eso, otras, en pequeñas tiendas, otras terminaron teniendo negocios de exportación.
Diría que hay cuatro claves: la primera, tener pasión y persistencia porque no es fácil partir de cero y conseguir financiamiento. Segundo, son importantes las redes y conexiones. Muchos creen que tienen que convencer a otras personas, pero en realidad es mejor si piden ayuda. No tienen que tener todo en sus manos, pero sí conectarse con la persona adecuada. La manera de mejorar las redes es hacerlo intencionalmente, decir que se necesita a alguien y no mirar esa necesidad como si se estuviera usando a las personas. Ese valor puede fluir y quienes nos ayudan pueden pedir algo después. Hay que ser buenos compañeros.
Tercero, el capital humano. La educación marca la diferencia y las habilidades de un emprendedor pueden ser aprendidas. Y cuarto, el dinero, pero entendiendo que no todo el dinero es bueno y que no siempre es la respuesta. Primero se necesita definir hacia dónde se quiere ir con su negocio.