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“Chilena por convicción”

30 de Agosto de 2007 | 11:03 |
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Lo primero que llama la atención en María de los Ángeles Fernández es que, teniendo un marcado acento español, su currículo dice que nació en Venezuela y que tiene nacionalidad chileno-española.

La explicación no tarda en venir y como ella misma afirma tiene nombre y apellido: Marcela Soledad Sepúlveda Troncoso, una chilena detenida desaparecida que ‘se cruzó’ en su vida cuando ella estudiaba ciencia política en la Universidad Central de Venezuela, a mediados de los ’80, y que la hizo obsesionarse con Chile.

Sus padres, gallegos, se trasladaron a vivir a Caracas en los ‘60, pero cuando ella tenía 6 años regresaron a España. María de los Ángeles los siguió en esos ires y venires: volvió a Venezuela a los 17 y, después de conocer Chile, se quedó para sacar un magister en ciencia política en la Universidad Católica. Al poco tiempo, retornó a la península a obtener un doctorado en procesos políticos contemporáneos en la Universidad Santiago de Compostella.

Su decisión de vivir en este país la tomó cuando, como una joven estudiante universitaria, tuvo contacto con un grupo de exiliados de los regimenes militares que imperaban en Chile, Argentina y Uruguay.

Cuenta que estando en clases, un profesor les habló de Amnistía Internacional, de la labor que desarrollaba y del capítulo que existía en Caracas. Ella, entusiasmada y curiosa, se presentó en dichas oficinas un día que llovía torrencialmente; al ingresar al edificio, la persona que la recibió no le dio ni bola, preocupada de salvar documentos de la inundación. Ya en la vereda, totalmente desilusionada, se tropezó con un señor (que resultó ser el coordinador de Amnistía), quien, al pedirle un tríptico de la organización, resolvió darle una carpeta y le dijo hazte cargo de este caso, el de una detenida desaparecida.

“Para mí Chile eran dos cosas hasta ese momento: Víctor Jara, porque ya había escuchado “Te recuerdo Amanda” y el hecho de haber oído, a los 12 años, que este país era el más culto de América Latina”, recuerda.

-¿Qué hiciste con la carpeta?
“Me puse a investigar. Marcela desapareció a los 19 años, en 1974 y nadie sabe mucho. Para mí, es uno de los casos menos documentados que hay de detenidos desaparecidos. Era una niña cuando desapareció desde Lampa, estaba vinculada al Frente de Estudiantes Revolucionarios. Su madre estaba detenida cuando a ella la fueron a buscar”.

Con emoción relata que estuvo años siguiéndole la pista, incluso, llegó a tener una guía de teléfonos de Santiago en Caracas para hacer llamados; se leyó los libros de la Vicaría de la Solidaridad; entrevistó a la única testigo de su desaparición y fue quien puso en los tribunales la primera denuncia por su desaparición.

Con los años conoció a la madre de Marcela, que hoy vive exiliada en Canadá. Ella fue detenida y violada por Osvaldo Romo en el cuartel de calle Londres; de hecho, esto dio pie para la extradicción posterior del agente de la DINA.

“Si no hubiera sido por esa cosa tan fortuita, yo no hubiera llegado a Chile”, asegura. Agrega que todavía se imagina que se va a subir a una micro y se encontrará con Marcela. “Sé cómo iba vestida, llevaba su máquina de escribir, era julio de 1974, me puedo imaginar el frío y la humedad del momento. Llegó a estar matriculada en la Universidad de Chile en una carrera que ya no existe, fonoaudiometría, me conseguí la credencial donde está la única foto”, sigue el relato.

-¿Y qué pasó?
“Me empecé a meter mucho; de hecho, me retaron de Amnistía Internacional porque uno no debe hacer tanta investigación, sino que se debe difundir el caso, llamar a las autoridades.
“Por carta, la mamá me decía creo que a mi hija la llevaron a Colonia Dignidad, porque nosotros somos de Parral y yo me preguntaba qué es eso, era 1982. Me comuniqué con la sección alemana de AI y ellos me mandaron la primera investigación que existía sobre la Colonia.
“Es un caso que a mí me pena porque siento que no he hecho lo suficiente. Siempre pienso estoy acá por una detenida desaparecida”.

Ya lleva 22, de sus 46 años, en Chile y se declara chilena ciento por ciento (la nacionalidad la obtuvo en 1994). “Uno no es de donde nace, sino de donde aprende a pensar; siempre digo soy chilena por convicción, no por casualidad”, sentencia.

Su arribo, en 1985, técnicamente fue al Canelo de Nos, la ONG, gracias a una beca para trabajar en materias de derechos humanos. Ahí se vinculó a gente que después dio vida a la Concertación. “Me acuerdo haber visto el nacimiento del PPD”, comenta.

-¿Firmaste la ficha de militante altiro?
“No, yo entré al PPD recién el año pasado. En esa época, los partidos estaban bastante desmovilizados y atomizados, por lo que se hacía política estando en una organización como en Canelo de Nos”.

-¿Y ahí te enamoraste de un chileno?
“Me enamoré y me desenamoré de un chileno; siempre le digo a mis alumnas extranjeras que tengan cuidado con los chilenos que vienen y les tocan la guitarra, les recitan a Pablo Neruda. Siempre le digo a las gringas ¡van a caer(y se larga a reír). Qué engrupen, engrupen”.

Sigue, señalando que en la época en que se casó (hoy está separada con 2 hijos de 20 y 16 años) “no tenía una conciencia de género tan desarrollada y durante mucho tiempo uno se niega a aceptar que desarrollas un plan de vida en función de la persona que amas y que más encima es hombre”.

-Ah, o sea, conociste al típico chileno machista.
“No, no es perfecto, pero no es machista, es decir, hay grados de machismo”.

-¿Tus hijos fueron cruciales en la decisión de quedarte en Chile?
“Sí, pero, además, tenía un proyecto de vida acá. Me pasa que cuando viajo, echo de menos la cordillera, leo los diarios... eso te demuestra que tienes un vínculo, una raíz, que éste es el lugar donde debo estar”.

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