Está de más decir que una de las instituciones que ha visto subir su nivel de desprestigio es el Congreso. La ciudadanía se muestra crítica a la labor que desarrollan los parlamentarios, sus altos sueldos, su participación en hechos de farándula y otros.
El fenómeno no es nuevo y cada cierto tiempo, algunas voces se levantan en señal de alerta, pero pareciera que el statu quo perpetúa algunas conductas que, a todas luces, no favorecen a la democracia.
La directora de la
Fundación Chile 21, la cientista María de los Ángeles Fernández, cree que efectivamente la clase política tiene una alta responsabilidad en el franco y profundo distanciamiento que se observa entre la ciudadanía y la política y advierte la necesidad de tomar medidas para evitar el desafecto de la gente con la democracia.
Y lo dice una mujer que vivió, en persona, el proceso de debilitamiento institucional en Venezuela y que optó por la nacionalidad chilena “por convicción”, luego de que la suerte corrida por una detenida desaparecida la obsesionara con nuestro país.
-¿Cómo evalúas nuestra democracia? Más allá del término de la transición y el sistema electoral, ¿ves muchas falencias?
“No estoy tan segura de que la transición haya terminado; cada uno de los Presidentes en el período democrático, quien más y quien menos, se ha auto adjudicado a sí mismo, el término de la transición durante su mandato. Con Lagos se hicieron reformas muy importantes a la Constitución y se dio por terminada la transición, pero los eventos políticos son más porfiados que eso. En la medida en que vas dejando postergados y sin resolver algunos temas, la transición no termina y se puede convertir en un punto de eterno retorno.
“¿Cuándo se termina una transición? La literatura no tiene un acuerdo sobre eso”.
-Entonces, ¿se alcanza la plena democracia?
“Es que la democracia no es un punto finito en el horizonte; la democracia es un sistema perfectible, nunca terminas de alcanzar el punto final. Y respecto a tu pregunta, existe el término ‘la democracia exigente’. La democracia tiene que estar todo el tiempo replanteándose y reformulando sus instituciones, sus parámetros de funcionamiento y aquí, en Chile, eso no ha sucedido por distintos motivos. Uno, porque, al compararnos con nuestros pares del continente –y todo depende de con quién te compares- Chile está bastante mejor, es un país estable, que no experimenta zozobras ni crisis recurrentes como uno ve en el barrio. También, al revisar la literatura, los partidos chilenos aparecen como los más disciplinados, jerarquizados y centralizados de la región e incluso hay textos apologéticos como que
los partidos chilenos son los mejores, pero nos hemos empezado a dar cuenta, particularmente desde el año pasado y con ciertos fenómenos como el caso Chiledeportes, que los partidos políticos chilenos tienen mucho paño que cortar. Casi parecen ídolos con pie de barro y, la verdad, es que, durante todos estos años, quizás, por privilegiar algunas dimensiones, hemos ido descuidando otras. Hemos sido menos exigentes o menos competitivos con otras; nos preocupa mucho la competitividad económica, pero parece que no aspiramos a lo mismo en la política.
“Nuestro sistema político de hoy, democrático, cumple los mínimos estándares. Hoy ya no se habla de consolidación, se habla de calidad de la democracia y hay distintas instituciones que han generado parámetros para ver cuán cerca de eso se está; en 2006 salió un estudio de “The Economist” que señaló –para perplejidad de todos- que Chile era una democracia de baja intensidad, donde evidenciamos problemas bastante serios en materia de cultura y participación política”.
-Hay casi nula participación ciudadana, porque tenemos una democracia representativa...
“Muy formal, a nivel casi nominal”.
-Sí, y con instituciones que no están sometidas a un sistema de control o ejercicio de la responsabilidad política.
“Efectivamente es así. Ese déficit que constatas es evidente, no ha habido una preocupación mayor por pensar en una democracia, más allá de una representativa, donde la categoría de ciudadano se manifieste en una perspectiva de proceso y no un simple estatus congelado y estático que se actualiza cada 4 años cuando se va a votar. Tenemos que avanzar en configurar tanto instituciones como procedimientos que permitan que estas personas -que aparecen afuera mucho más demandantes, reclamonas, exigentes, empoderados e informados- encuentren los cauces institucionales apropiados para manifestar esto, porque sino vemos lo que estamos viendo, la olla de presión va a explotar”.
A este respecto, María de los Ángeles plantea que Michelle Bachelet percibió esto durante la campaña y de ahí sus enunciados de recambio de rostros -“la gente está cansada de ver los mismos personajes, tenemos una circulación de la elite muy baja, casi inexistente; de hecho, dentro del grueso de la elite política hay una parte muy grande que viene previo del ’73- y gobierno ciudadano “que tanto se ha caricaturizado. No se entiende la esencia más profunda de lo que ella plantea”.
“Hablar de gobierno ciudadano no tiene que ver con eslogan, tiene que ver con esto que estamos planteando, dar espacios a la gente para que se exprese y los espacios tienen que estar y ella verá si los toma o no. La gente tiene que ver que hay canales o instrumentos como el que está planteando la Presidenta que es la iniciativa popular de ley; pero hay muchos otros como referéndum, revocatorias de mandatos y no sólo pensar que todo se resuelve con colocar la información en una página web, que es importante, pero no suficiente”, dice.
-Vamos a un punto medular, la clase política. El tema ya ni siquiera pasa por su renovación, porque de hecho los nuevos están replicando viejas prácticas como vivir del clientelismo. ¿Qué medidas se deben tomar?
“Sí, viven del clientelismo, del particularismo dicho de manera elegante.
“Hay que tomar el toro por las astas y ver cómo hacemos para poner al día, a tono, todo nuestra estructura institucional partiendo del supuesto de que la política es importante. Lo que pasa es que durante todos estos años se han manejado las cosas de manera que la política es subsidiaria de lo económico, cuando es todo lo contrario; las instituciones políticas –como bien dice el libro “La política importa”- son meta instituciones que permiten el desarrollo de todo lo demás; la política tiene un rol tutelar que permite que el resto de las actividades humanas se puedan desarrollar sin zozobra, con cierto destino, sin el riesgo de conflicto. La política es un seguro colectivo frente al conflicto, entonces no la puedes desestimar. Esto tiene que ver con la mentalidad de las elites, de cómo perciben ellas la democracia”.
-¿Cómo la perciben?
“Faltan estudios, pero yo aventuro que nuestra clase política tiene intolerancia a la incertidumbre y visualiza la democracia como una suerte de muro de contención más que como un espacio plástico donde la gente puede lograr su desarrollo. Por eso sucede lo que sucede.
“Una de las medidas que se debe adoptar es la limitación a los mandatos porque ello permite la circulación de la elite. Además, habría que avanzar en algún tipo de medidas que evite la concentración de cargos. Estoy totalmente convencida que no es eficaz que el presidente del partido, al mismo tiempo, sea senador; se ha apostado a que si el presidente es parlamentario tiene mayor capacidad de disciplinar a su gente y se está demostrando que no es posible, que esa convergencia no logra la coherencia política.
“Pero cuando planteas el tema de limitar los mandatos o cualquier otra medida tiene que pasar –porque estamos en un Estado democrático- por el Congreso y se tiene...
-Pocas probabilidades de que la vayan a aprobar.
“Sí, entonces, ¿cómo sales de este nudo gordiano? Esto es muy preocupante, porque te demuestra que nuestra clase política –que ha sido muy elogiada; comparativamente era de muy alta calidad al comienzo de la transición, pero hoy día esa calidad se ha diluido o evaporizado frente a las demás del continente- no tiene capacidad para ver más allá de su nariz. Una elite verdaderamente democrática es la que dice
de mí depende también la persistencia del sistema democrático, porque si no actúa como corresponde, es probable que los ciudadanos comiencen a perder la legitimidad o el cariño y el afecto al sistema”.
-¿Qué riesgos se están enfrentando? Ya hay uno evidente, que es el absoluto distanciamiento entre la ciudadanía y la política reflejado en la baja inscripción electoral.
“Las señales están por todos los lados. Por un lado, tenemos un porcentaje de más de 2 millones de jóvenes que no están inscritos; por otro lado, tenemos las encuestas de opinión –algunas más serias, otras, menos- que sistemáticamente dicen que los dos grandes conglomerados han bajado consistentemente su nivel de adhesión y están creciendo los independientes.
“Creo que ese tipo de señales hay que tomarlas en cuenta. Lamentablemente, la ciencia política analiza, generalmente, las cosas que suceden y deja de lado las que no suceden y resulta que hay que explicarse por qué la gente deja de hacer ciertas cosas, en este caso. Y cada vez que se trata de impulsar algún mecanismo de corrección, tenemos que nuestra elite no tiene la capacidad ni la altura para ello. Ahora, sería injusto decir que toda nuestra clase política es así y hay entre ellos gente muy notable; de hecho un grupo de parlamentarios ha presentado una moción para limitar los mandatos, pero, claro, queda ahí”.
-¿La clase política está siendo corto placista y no ve que esta democracia puede ser inoperante para sostener otras cosas de las que nos vanagloriamos, como el sistema económico?
“Sí, si no prestas atención a esto, todo lo demás que has logrado se puede desarmar como un castillo de naipes. No hay que ser alarmistas, pero las señales están ahí.
“Ahora, hay otro elemento que se ha instalado y que está muy proyectado por ciertos sectores de la clase política cual es la visión ‘cosificadora’ de la política, o sea, una visión según la cual la política tiene que remitirse a solucionar los problemas de la gente; entonces, todo lo que tenga que ver con reformas políticas no son prioritarias.
Como vamos a molestar a la gente con la reforma electoral si lo que quiere es que le pongan alumbrado, bueno, eso es un graso error. Cuando se observa lo que pasa en otros países de la región se comprueba el error; a mí me tocó ver los últimos estertores de la Venezuela saudita y en la crisis de 1983 los ciudadanos no decían de manera abierta que les preocupaba la situación de los partidos políticos, pero bastó que se generaran las condiciones para ello y la gente expresó su hartazgo dándole espacio al comandante Chávez en las elecciones democráticas, después de dos intentonas golpistas.
“Hay que tener mucho cuidado, porque si bien las encuestas de opinión señalan que la reforma al sistema electoral aparece como la ultísima prioridad, eso lo miraría con lupa; inclinarse por empleo y seguridad no quiere decir que no interese la política”.
Pese a todo, María de los Ángeles aclara: “Creo que no hay que ser alarmista, porque dentro de nuestra clase política hay gente muy sensata”.
Sin que medie interrogante, la directora de Chile 21 lanza sobre la mesa otro tema, la reforma del régimen político. “Este hiper presidencialismo que tenemos es uno de los problemas que estamos enfrentando; la Constitución del ’80 fue hecha a imagen y semejanza de un militar y hay que ver cómo encaja ese texto en hombros de un civil”.
-Chile ha tenido regímenes parlamentarios y los presidencialistas han tenido mejor resultado.
“O sea, mejor resultado, pero hoy estamos viendo los problemas que enfrentamos para lograr los acuerdos necesarios. Estamos viendo un Parlamento más empoderado, estamos viendo un cambio institucional importante en el Congreso que hay que atender; esto no significa ir a un sistema parlamentario, hay fórmulas intermedias como un semi presidencialismo o semi parlamentarismo.
“Creo, también, que vale la pena reformar la ley de partidos políticos en su propio mérito; tenemos una ley que viene del régimen militar y no se ha hecho nada, durante todos estos años, por cambiarla. Es cierto que con el cambio de la ley no cambia las cosas, pero creo que la ley genera ciertos incentivos para que las estructuras se comporten de una determinada manera; es cosa de ver cómo esa ley conceptualiza a los partidos, como artefactos amenazantes, y resulta que ellos son base fundamental del andamiaje democrático. Tenemos que partir por reconocer aquello y si es necesario dar el financiamiento adecuado, darlo; eso forma parte del costo de la democracia”.
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