Muchas veces, en la vertiginosa sociedad en que vivimos, se espera que respondamos rápidamente ante las diversas situaciones en la relación con los hijos, o ante varias situaciones complejas y dolorosas que a ellos les ocurren.
En la medida en que uno, como adulto, puede tolerar que todavía no sabe qué hacer, que no se le ocurre nada, se va “haciendo fuerte” para tolerar la incertidumbre .
Así puede enseñar a sus hijos que no tiene todas las respuestas, si no que éstas, a veces, requieren un tiempo de maduración.
Frente a un hecho complicado, a veces es necesario resistir en forma tranquila la confusión del no saber y la desorientación, con la frustración y angustia que eso conlleva.
La turbulencia emocional que implica vivir ciertos momentos de vacilación, llevan a desarrollar una mente capaz de explorar la realidad; que antes de dar una respuesta precipitada, espera, espera con calma, paciencia y fe, que algo adecuado se le ocurrirá.
El no saber qué decirle a un hijo o cómo responderle implica dolor. A veces la cristalización de una respuesta toma mucho más tiempo del que se quiere. El mirar las situaciones de un nuevo vértice, que permita entender la situación de una manera distinta, no es fácil.
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A veces se cree tener la solución, pero se vuelve a caer en la confusión, hasta que poco a poco, va llegando la respuesta. Este proceso hace crecer la mente y nos va equipando de recursos nuevos para resolver conflictos a futuro.
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