Con gran esfuerzo, mucha aplicación y harto acento, Elisabeth Farrelly logra darse a entender perfectamente.
Norteamericana de nacimiento, en muy pocos años ha aprendido a hablar español con relativa facilidad y expresarse con claridad, aunque a veces, la traiciona la gramática y la conjugación de los tiempos verbales.
Oriunda de un pueblo ubicado en el estado de Nueva Jersey, en el este, cerca de Nueva York, estudió dos pre grados: literatura inglesa y estudios internacionales con enfoque en economía. Luego, hizo un MBA en la Universidad de Yale.
A los 35 años cuenta, divertida, que llegó a Chile hace 4, “sin hablar una gota de español”, poco después de contraer matrimonio con un chileno.
-¿Cómo lo conociste?
“Él estudiaba en la Universidad de Chicago un MBA también, al mismo tiempo que yo y nos conocimos en una fiesta de estudiantes durante un encuentro de escuelas de negocios”.
-¿Fue muy difícil tomar la decisión de venirte a este país?
(Contesta rápido) “No, para nada, yo estaba feliz de mudarme”.
-Pero tu familia se quedó allá.
“Sí, eso me cuesta un poco, pero yo tenía ganas de conocer otro país, el de mi marido. Además, había escuchado buenas cosas de Chile”.
-¿Y lo ves como un traslado esporádico o algo más permanente?
“Nunca digo la palabra permanente porque es demasiado grande; siempre uso indefinidamente”.
-¿No sabes dónde vas a estar más adelante?
“No lo sé. LoSí, lo que pasa es que mis padres son jóvenes, pero no se qué va a pasar cuando tengan más edad y siempre uno se preocupa por ellos”.
Aunque todavía no tiene hijos, no cree que su llegada vaya a ser determinante y la obligue a echar raíces en Chile. “No sé, tengo una mentalidad abierta, además, la familia de mi marido, mis suegros, son súper simpáticos”.
-¿Cómo llegaste a la Fundación?
“Yo tenía una entrevista fijada con Andrónico Luksic y al ver mi currículo, pensó que podía ser la persona adecuada para el cargo”.
-Pero, ¿cómo se dio la oportunidad?
“Una amiga de mis padres es miembro del directorio de Babson College donde él también es director (ahí han estudiado sus hijos), entonces ella le comentó a Andrónico sobre mí, que llevaba algún tiempo viviendo en Chile y él pidió conocerme”.
Cuenta que durante la entrevista, el empresario chileno le preguntó qué tipo de trabajo buscaba, a lo que Elisabeth respondió que “algo en una ONG”, porque su objetivo siempre fue ser gerente de un organismo no gubernamental. “Ése siempre ha sido mi sueño”, acota.
-¿Y qué pasó?
“Él contestó rápido ”¡ya, yo tengo una ONG! (se ríe). Eso fue lo que pasó, literalmente”.
-¿Alguna vez pensaste que iba a ser tan fácil encontrar pega?
“No, nunca. Pensé que iba a ser una lucha fuerte, porque los gringos no hablan perfectamente (español), no conocen cómo funcionan las cosas acá y eso hace difícil encontrar una buena posición. Siempre he creído que hubo una mano de Dios”.
-¿Qué es lo que más te ha costado de este traslado?
“‘La’ idioma... el idioma (se corrige). Ha sido terrible porque no tengo buen oído y me ha costado mucho. Yo tengo, ahora, mucha más simpatía y compasión por los millones de inmigrantes que llegan a Estados Unidos y tienen que aprender inglés”.
-¿Y adaptarte a esta sociedad ha sido muy difícil?
“No, no tanto, encuentro a los chilenos tan simpáticos, súper amables conmigo y, cuando llegué, eran muy pacientes lo que fue un agrado”.
-Pero se dice que tenemos muchos defectos, que somos impuntuales, no muy cumplidores...
“No lo creo, realmente soy ‘un’ fans de la sociedad chilena”.