Futbolistas profesionales del seleccionado nacional de Chile reconocen abiertamente, sin tapujos, y sin ninguna vergüenza, su consumo de alcohol etílico durante un período de competencia, avalados por los dichos de un dirigente de su delegación: "Es normal que los jugadores tomen después de los partidos".
Lo normal es que tomen agua o bebidas isotónicas o brebajes que restauren sus reservas de agua, sales y nutrientes y los desintoxiquen del estrés del ejercicio. Eso es lo normal en un equipo profesional de alta competencia.
Lo normal es que un deportista de élite no consuma alcohol etílico, y nunca durante una competencia. Quizás un consumo de brebajes etílicos no destilados, como vino o cerveza, en dosis menores a los 80 gramos al día puede permitirse en los períodos no competitivos. Porque la dosis hace al veneno. Pero un deportista debe saber siempre que al beber alcohol está intoxicándose, y que por supuesto esto irá en desmedro de su rendimiento.
El alcohol etílico generalmente es producto de la fermentación de azúcares que se oxidan sin oxígeno. Ése es el secreto. Si a un tonel entra oxígeno el azúcar se quema totalmente y se transforma en dióxido de carbono, agua y calor. En el cuerpo humano pasa lo mismo. El azúcar sin oxígeno se transforma en ácido láctico, pariente del alcohol etílico, un compuesto también en base a dos átomos de carbono.
Los efectos
Nuestro cuerpo "quema" con oxígeno el alcohol etílico y el ácido láctico, y lo puede transformar en energía básica en forma de ATP, nuestro combustible celular, o almacenarlo como grasa. De hecho, un gramo de alcohol etílico genera siete calorías y uno de azúcar, cuatro.
Además de aportar energía, el alcohol etílico produce dilatación de las cañerías que transportan la sangre humana (las arterias y las venas). Por eso sentimos más calor, por la mayor llegada de sangre a la piel, cuyas cañerías se abren. El alcohol también aumenta la diuresis, la formación de orina. Por lo tanto, el alcohol deshidrata.
A nivel mental, el alcohol es un psicotrópico, es decir, una droga con efectos psíquicos. Dentro de éstas está calificado como un psicodisléptico, es decir, una droga que cambia el ánimo distorsionando marcadamente la percepción de realidad, siendo también un gran antidepresivo. La euforia y la elación del alcohol, que superan la vergüenza, son quizás sus efectos más buscados. Más allá, el alcohol etílico o etanol, embota la conciencia, la adormece, la apaga hasta el sueño. Surgen la descoordinación, la ataxia, los mareos, el vértigo y los vómitos...
Más allá de lo inmediato, queda la resaca... La intoxicación química continúa, es celular, y provoca una reacción de estrés con decaimiento. Las células del hígado procesan el alcohol transformándolo en grasa o ATP, pero deben pagar un alto costo. Algunas quedan destruidas por reacciones oxidativas y se generan reacciones aún más oxidativas con inflamación y destrucción celular. Los riñones deben trabajar para combatir la deshidratación, y la síntesis de proteínas se ve afectada. Pero sobre todo a nivel cerebral, de encéfalo, se produce una falta de sensibilidad a neurotransmisores con disminución de reflejos, tono muscular, y fuerza explosiva. En fin, no hay chispa.
Objeto de sanción
Queda claro que el deporte y el alcohol no son buenos socios. Queda claro que un deportista que se precie de tal tampoco puede ignorarlo o reconocerlo como algo inocuo, con desvergüenza etílica.
Un gladiador moderno que esculpe su cuerpo y su mente al máximo no puede dar ventajas. El alcohol es tóxico y su consumo es sancionado como dopaje. Y, como otras drogas, su consumo recreacional también debe serlo.