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Déjenme ser feliz

12 de Octubre de 2007 | 10:23 |
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Trato de ser feliz, y a veces creo que lo consigo. Creo ser solidaria, y en ocasiones me embarco en situaciones difíciles.

Por ejemplo, para mí era normal ayudar a las señoras que caminaban cargando paquetes; me miraban con cierta extrañeza, pero luego se daban cuenta de que en la vida es bueno recibir ayuda. Dejé de hacerlo desde que me comenzó el lumbago.

Tampoco me resisto en el supermercado a aconsejar tal o cual marca que sé son recomendables.

Si algún joven me solicita contestar una encuesta, trato de hacerlo considerando que es muy difícil abrirse caminos en la vida.

Todas estas tendencias a la bonhomía se han vuelto contra mí ahora que tengo más edad. Paso por ingenua en vez de pasar por buena; incluso pueden hasta dudar de mi cordura.

Esto me sucedió hace unos días, cuando al contestar el teléfono, una voz joven, casi implorante, me pidió que por favor le contestara una encuesta sobre publicidad televisiva. Como mi hervidor burbujeaba y mi marido esperaba su té, le dije: "Ok, pero que sea corto".

Me preguntó la edad. Obviando su mala educación y haciendo un sacrificio, se la dije, y en seguida oí su voz, ahora muy contenta, diciéndome: "Salió más corto que lo esperado, no necesito más personas de esa edad".

Colgó el teléfono y yo volví indignada y humillada a mis quehaceres. Otra vez me habían descartado por llevar muchos años viviendo sobre el planeta.

No es la primera vez que me siento desechada. Lo sufro cuando trato de tomar locomoción colectiva, cuando camino entre multitudes en el centro o cuando hago un trámite: la rapidez con que se manejan los administrativos hace que yo vaya siguiéndoles el paso muy atrás. Para qué decir cuando debo renovar mi computador o mandarlo a arreglar.

La última vez el encantador muchacho que nos atendió se dirigió todo el tiempo a mi marido, ignorando que yo había dado mis datos y las explicaciones, además -asunto no menor- yo había pagado; le parecía imposible que una señora de mis años estuviese en esos menesteres.

Desde entonces, para todo lo que sea computación o tecnología, invito a mi precioso nieto adolescente para que hable por mí y se entienda con el vendedor en un lenguaje cifrado lleno de "cacháis" intercalados. En esos momentos soy feliz y no me importa desaparecer sobre el planeta Tierra.
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