Los hechos de violencia del pasado 11 de septiembre sorprendieron a las autoridades y dejaron pensativa al resto de la población.
Muchos se preguntaron cuál es la dimensión real de esa violencia enquistada en las poblaciones y que está estrechamente vinculada a la delincuencia y narcotráfico. Muchos también intentaron proyectar las consecuencias que puede traer para el país el recrudecimiento de estos hechos, pues los ejemplos de Colombia o Brasil no son alentadores.
La socióloga Marcela Ríos, jefa del programa de gobernabilidad del
PNUD, cree que este fenómeno debe ser mirado con detención porque en otras naciones este tipo de violencia ha tenido un impacto negativo en la gobernabilidad.
Del mismo modo, asegura que la tensión laboral que se vive en algunos sectores productivos, con protestas, paros y tomas, no debieran aterrorizarnos porque es propio de la democracia el que se eleven demandas sindicales.
-La pregunta puede parecer elemental pero, ¿de qué estamos hablando cuando apuntamos a gobernabilidad hoy?
“Gobernabilidad, en términos estrictos, se refiere a la capacidad y posibilidad de gobernar, de ejercer buen gobierno. Algunas personas tienen una comprensión limitada de ella y la asimilan a estabilidad o perdurabilidad. Nosotros tenemos una comprensión más amplia en cuanto a que la gobernabilidad implica garantizar el derecho de ciudadanía de las personas; casi siempre hablamos de gobernabilidad democrática para dejar en claro de que estamos hablando de la posibilidad de gobernar en un contexto donde las reglas del juego están dadas por un sistema democrático”.
-O sea, ¿la gobernabilidad está vinculada a la existencia de ese régimen? Porque muchos dirán que en dictadura militar Chile tuvo gobernabilidad.
“Claro, sí. Por eso nosotros hablamos de gobernabilidad democrática, porque en un sentido limitado se puede pensar que hay gobernabilidad en un régimen autoritario. La capacidad de gobernar puede darse en ausencia de mecanismos democráticos para elegir autoridades y dirimir conflictos, pero nosotros creemos que para que la gobernabilidad sea efectiva requiere de esos procesos”.
-¿Por qué?, ¿por qué se necesita control ciudadano?
“Porque se necesita control ciudadano, se necesita que las decisiones se tomen a través de mecanismos democráticos, que el Estado sea capaz de garantizar derechos y el ejercicio de ellos”.
-¿Qué elementos están complotando contra la gobernabilidad y no sólo en Chile, sino en Latinoamérica?
“Creo que la desigualdad es el gran problema que perjudica la gobernabilidad. En el informe del PNUD del 2004 se decía que el gran problema de la democracia en América Latina era la desigualdad, porque lo que hace es que la participación y el acceso a los procedimientos democráticos sean restringidos; gran parte de los conflictos y quiebres democráticos en el continente tienen que ver con ella.
“El segundo gran problema tiene que ver con la debilidad de las instituciones, ahí se mantiene un problema muy fuerte de capacidad estatal; las instituciones democráticas muchas veces no son capaces de entregar los servicios, garantizar los derechos, ya sea el Poder Judicial, los sectores de salud o educación y ahí se generan conflictos sociales que inciden en la capacidad de gobernar”.
-La discriminación también se ha sumando a los factores que debilitan la gobernabilidad?
“Sí, creo que hoy las personas tienen mucha más conciencia de derechos que hace 50 años; eso ha sido un avance positivo porque saben que tienen derechos a ciertas cosas como participar activamente o que se respete la diversidad. Eso hace que efectivamente hayan muchas más demandas; cuando se siente que se tiene derecho a algo se siente que se puede reclamar; quizás hace 50 años había una población marginada, en tal nivel de pobreza y con poca conciencia de sus derechos, que había menos reclamos.
“Por otro lado, las divisiones de la sociedad son más complejas, antes eran entre el mundo rural y el urbano o entre pobres y ricos y ahora, tenemos múltiples divisiones y entidades que hacen que el gobernar sea mucho más complejo. Hay personas preocupadas del medio ambiente, otras de los derechos sexuales, se han diversificados los problemas con los que la democracia tiene que lidiar. Sin embargo, a pesar de eso, es importante reconocer que la democracia goza de mejor salud que hace 20 años; a pesar de los múltiples problemas que aparecen en los medios, no hemos tenido un golpe de Estado en América Latina en más de dos décadas”.
-¿Cómo evalúas la gobernabilidad, no la democracia, en Chile?
“Nuestro país, hace mucho tiempo, que está muy por encima de la región americana, en términos de capacidad para gobernar. Tenemos un Estado que funciona relativamente bien, tenemos gobernantes estables, no hemos tenido interrupciones en los gobiernos, tenemos gobiernos que son electos con mayoría que es algo que no es muy común en la región donde algunos Presidentes son electos con el 30% de los votos. La posibilidad de tener gobiernos con un apoyo mayoritario en el Congreso, que han tenido la capacidad de mantener una estabilidad económica muy importante creo que ha permitido tener un equilibrio, aunque obviamente tiene muchas falencias y persisten muchos problemas respecto de la calidad de nuestra democracia, pero, claramente, el tipo de problemas que tenemos son de una naturaleza distinta a la de otros países que no han logrado pasar esa primera etapa de vaivenes como el caso de Ecuador, donde hace 8 Presidentes que no logran terminar su mandato. Cuando se tienen Presidentes que duran 2 años en el poder, con Congresos minoritarios, es imposible gobernar, promover políticas públicas, no se logra avanzar en reducir la pobreza. Son una serie de problemas conexos que nosotros no hemos vivido y hemos tenido una experiencia bastante exitosa donde de alguna manera se han disminuido los niveles de desigualdad”.
-Con la violencia del 11, algunos se preguntan si esa violencia, ligada a delincuencia y narcotráfico, no puede provocar problemas de gobernabilidad. Esto sabiendo que se da en Santiago y no en las demás urbes del país, pero unos ven que esto no es menor.
“Sí, yo creo que esto es grave porque creo que como sociedad no estamos entendiendo qué es lo que está pasando. Obviamente esto tiene que ver un poco con frustración, marginación, con no sentirse incluido, con no tener muchos espacios para expresar opiniones o no tener posibilidades de desarrollarse laboralmente. Tiene mucho que ver con la desigualdad y exclusión en un país donde a mucha gente le va muy bien.
“La violencia se da en las poblaciones marginales, donde los niveles de desempleo son más altos; la violencia no se da en las zonas de clase media. Por eso, es importante separar esa violencia nocturna, de armas, de la violencia que se da en las protestas callejeras en el centro. Ese es otro fenómeno porque en cualquier sistema democrático la gente sale a protestar, desde Alemania a Estados Unidos; que haya gente en las calles y se rompan cosas en una protesta no es terrible ni representa caos, de hecho vemos a los fans de los equipos de fútbol rompiendo todo... ahora, eso no significa que sea bueno”.
-Esa violencia no está poniendo en juego la gobernabilidad.
“No, las democracias consolidadas tienen protestas callejeras porque son un mecanismo de expresión legítima en una democracia, porque si tú no te puedes expresar libremente en las calles, entonces, hay un problema con la calidad de la democracia. Otra cosa distinta es utilizar armas de fuego, quemar, agredir, saquear...
-O tener a los narcos ligados a los delincuentes.
“Claro, eso es una cosa distinta y además nueva. Si bien hemos estado acostumbrados –lamentablemente- a algunos niveles de violencia vinculada a la política mucho menor que en otros países, lo que se ha visto últimamente es violencia delictual”.
-¿Ella sí representa un peligro?
“Sí, porque es mucho más difícil atacar esa violencia; se rige por otros códigos, no son estratégico-políticos. Con grupos armados políticos puedes negociar,
yo dejo esto por esto otro y de eso hay múltiples ejemplos en el mundo. Pero cuando se trata de violencia delictual, espontánea o no organizada no hay con quien negociar. Se trata de una cosa mucho más permisiva que está, de alguna forma, indicando altos niveles de violencia en la sociedad y que hace mucho más difícil atacarla.
“Además, es más preocupante porque como no estamos acostumbrados, no sabemos como sociedad qué hacer con esto. No entendemos muy bien de donde viene, creo que es una simplificación decir que es sólo delincuencia y que con más policías, más represión se va a solucionar. Esos son los síntomas, no está causando la violencia que la policía esté más o menos capacitada”.
-Si se ve lo que ha pasado en Colombia, el narcotráfico y la delincuencia rompió los tejidos sociales. ¿Eso sí afecta la gobernabilidad?
“Colombia es un caso extremo y particular porque ahí tienes todo tipo de violencia; ahí existe la guerrilla más antigua de Latinoamérica con una guerra ininterrumpida, tienes paramilitares y narcotráfico, aparte de la delincuencia; esa situación es muy compleja y muy extrema. Pero si te pones a ver a Brasil y México, ahí hay altos niveles de violencia vinculada a la delincuencia y narcotráfico, que además está muy relacionada a un problema -que afortunadamente nosotros no tenemos- que es la corrupción de las policías.
“Estos son fenómenos muy complejos que como sociedad tenemos que tener más capacidad para responder y digo sociedad, porque parte del problema tiene que ver con políticas públicas y el Gobierno, y otra con los colegios, con la forma cómo estamos educando a los jóvenes, y con las familias y la violencia a su interior”.
-La magnitud de este tipo de violencia no da para sostener que se pueden enfrentar problemas de gobernabilidad. ¿Sólo porque está focalizado en Santiago?
“Claro que no. Comparemos a países donde la delincuencia tiene altísimos niveles; la tasa de asesinatos en Río está a años luz de nosotros y en esos países no se ha cuestionado la gobernabilidad, no ha habido quiebres institucionales, pero hay problemas para gobernar como en el caso de Brasil, donde al querer imponer medidas en la población penal se han desatado guerras. Nosotros estamos muy lejos de eso, pero el punto es qué hacemos como para no llegar nunca a eso y cómo lo previnimos ahora que estamos viendo los primeros indicios. Estamos en un momento crucial”.
-¿Las tensiones laborales que estamos viviendo hoy también deberían ponernos en alerta?
“Eso es de un orden distinto. Creo que vivimos por muchos años con el trauma de una dictadura militar donde cualquier síntoma de desorden era visto como caos, tenemos como sociedad muy poca tolerancia al disenso y a las expresiones públicas de descontento y malestar. Si ves Argentina, donde salen miles de gente a las calles todas las semanas, hay mucho menos sentido de pánico o de preocupación que la que tenemos nosotros. Los chilenos como que nos asustamos con huelgas, protestas callejeras y creo que hay cierto tipo de desorden que no debe asustar. Es natural y sano para una sociedad que las personas se puedan expresar; las huelgas se usan en todo el mundo; el que haya mayor capacidad de exigir derechos usando mecanismos que los trabajadores tienen no debe ser un factor de preocupación.
“Además, se han modificado las condiciones, tenemos un superávit fiscal, un desempleo bajo y en ese contexto era absolutamente predecible adivinar que íbamos a tener un aumento de las huelgas. Si no es este el momento en que te movilizas para pedir mejoras laborales, ¿cuándo? Y también era predecible porque asumió un gobierno que muestra señales de apertura y receptividad. Esto sólo sería preocupante si el descontento es masivo, pero eso no está ocurriendo y hay que acostumbrarse a que esto ocurra. De hecho, uno prende la TV y ve que en Francia los camioneros paralizan por meses y nadie dice que ese país se está cayendo a pedazos aunque genere muchos problemas para la población; es parte de la democracia y no hay democracia si las personas no se pueden expresar”.
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