Los antiinflamatorios son medicamentos de uso común en el mundo deportivo y se dividen en dos grupos: los esteroidales, derivados del cortisol, como la cortisona, la prednisona o la dexametasona; y los no esteroidales, que están relacionados con el ácido acetilsalicílico, los profenos, oxicams, clonixinos, coxibs, etc.
Los antiinflamatorios bloquean la inflamación; es decir, mitigan el dolor, la hinchazón, el calor y el enrojecimiento de la zona inflamada. Así, los antiinflamatorios son analgésicos, y no viceversa. Analgesia significa alivio del dolor. El paracetamol y la morfina son analgésicos, pero no antiinflamatorios.
Como toda droga, los antiinflamatorios pueden tener efectos contraproducentes. Los esteroides inducen hiperglicemia, frenación del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal y destrucción de proteínas. Localmente, en inyecciones, inducen debilitamiento de los tejidos, con propensión a ruptura de tendones y ligamentos y desgarros musculares.
Los antiinflamatorios no esteroidales pueden inducir gastritis y úlceras, y afectar la función de los riñones, excepto los coxibs de últimas generaciones, que a su vez pueden ser contraproducentes con la función cardiaca.
El antiinflamatorio más antiguo de todos es la aspirina, y su historia es excepcional, porque ilustra cómo una búsqueda aparentemente irracional puede halla una cura. Los homeópatas ingleses intentaban hallar la cura del "reuma", los dolores esqueléticos inducidos por el frío y la humedad. Pensaban que la cura del reuma estaba en el reuma, y destilaron corteza de sauce, "salix babilónica". Sus infusiones resultaron tener efecto antifiebre, antiinflamatorio y analgésico. ¡La cura del reuma estaba en el reuma!
Luego se descubrió el principio activo de la corteza del sauce: un ácido, bautizado acetil salicílico, recordando al sauce, al salix, su origen. La famosa aspirina. Pasaron décadas sin saber cómo funcionaba. Pero los médicos la prescribían igual. Más de un centenar de años después se propuso que el efecto de la aspirina decía relación con la acción de químicos internos llamados prostaglandinas. Corolario: no por no saber cómo una droga produce sus efectos podemos descartarlas. Lo que manda es el efecto, no nuestra comprensión de él. Y los químicos, médicos, alquimistas y terapeutas hemos jugado al ensayo y el error, más allá de nuestras previsiones.
Ojo con el calor
De los desinflamatorios físicos, sin duda el más potente en la inflamación aguda es el frío local.
Es cierto que el calor generalmente mitiga el dolor de los traumas, pero puede causar más daño que beneficio. Por ejemplo, si un jugador de fútbol con una profunda contusión del muslo, con dolor, espasmo muscular, tirantez y disminución de la movilidad, decide aplicarse calor para aliviarse, el resultado será un muslo muy inflamado y pulsátil.
Cuando se aplica frío, en forma de hielo, a una zona lesionada, éste ayuda a disminuir el dolor, controla la inflamación, e inhibe el espasmo muscular. Aunque la sensación del hielo puede resultar incómoda, especialmente durante los primeros minutos de la aplicación, debe ser usado lo antes posible, y en las primeras 24 horas de ocurrida la lesión, lográndose los mejores resultados mientras más inmediato sea el tratamiento.
Una lesión aguda casi siempre tiene un cierto grado de inflamación. En estos casos debe procurarse: 1) frío en forma de hielo; 2) compresión local; 3) reposo y 4) elevación de la zona afectada. Estas cuatro medidas prevendrán el aumento de la inflamación, sus molestias, y disminuirán el período de recuperación de las lesiones.
El frío debe aplicarse en lapsos de 20 a 30 minutos, con lapsos similares entre las aplicaciones. Cuando se sumerge una parte del cuerpo en agua gélida o hielo picado nunca la mantenga más de 20 a 30 minutos: puede haber congelaciones.