Hay desconcierto entre los hombres. Hay interrogantes entre las mujeres. El hecho es que la sexualidad de la pareja está afectada. Tal vez se mezclan los cambios vertiginosos de los últimos 50 años en la vida femenina con ciertas constantes biológicas que cambian muy lentamente, para dar origen a mucha confusión y malentendido.
Vamos a saltarnos la evolución de la vida en sociedad, la liberación de las costumbres, la información sexual precoz y los cambios en el rol femenino, para referirnos solamente a dos aspectos cuyo tratamiento puede ayudar a hombres y mujeres a comprender mejor los desencuentros.
El sexo como lugar seguro
Para rendir sexualmente, la situación de tener relaciones sexuales no puede ser forzada, presionada o estandarizada. Esto es, sobre todo, importante para las mujeres.
Si una pareja con mucho trabajo y muchos niños, por ejemplo, hace el amor sólo los sábados en la noche, la anticipación obligada se convierte en una anticipación ansiosa. Si alguien está triste, cansada, enojada, deprimida, y sabe que es sábado y "le toca", la posibilidad de gozar esa relación es ínfima. Pero lo que es peor, la acumulación de rabia ante lo que se ha tornado obligatorio hace que sucedan otras cosas entre las parejas que no parecen relacionadas con el sexo, pero lo están.
Por ejemplo, la mujer puede armar siempre largos panoramas nocturnos que posterguen el momento de la relación sexual. Pueden tratar de que su marido o ellas beban alcohol más de la cuenta para llegar a tumbarse a dormir y así evitar el inconscientemente temido encuentro. Los hombres que se sienten en deuda se las pueden arreglar, sin conciencia de que lo hacen, para tener una pelea brutal los sábados y evitar sentirse impotentes en la noche. Y así podríamos dar muchos, muchos ejemplos. Cuando en una pareja el sexo ya no es un lugar seguro, un lugar donde aceptar o negarse con ingenuidad, un lugar de libertad y respeto, es el propio sexo el que se resiente. Y también la relación en otros ámbitos.
Hoy ya cumplieron 15 años de casados |
Pero así es. Las mujeres requieren un trato especial antes y después del amor. Lo que pasa es que los hombres no pueden adivinarlo, y si se les pide, se sienten exigidos o descalificados. Porque generalmente cuando se pide es porque ya la pena o la sensibilidad se instaló.
Lo que las mujeres, a su vez, no saben es que los hombres son sexualmente inseguros. Porque la cultura, aunque esté de moda desarrollar la parte femenina, los instala en el machismo del rendimiento sexual. Ese hombre seguro de sí mismo, exitoso, divertido y moderno, es hijo de su padre y nieto de su abuelo. Tanto su padre como su abuelo no conocieron el "rechazo sexual" simplemente porque hacían lo que querían con las mujeres; las propias y las ajenas también. No hablo de cada caso, hablo de que la cultura, en sus actitudes, en su humor, en lo que no se dice pero se sabe, es muy exigente con los hombres. Y recién hace medio siglo que los hombres están masivamente expuestos a mujeres que quieren gozar el sexo, que toman iniciativas, que exigen fidelidad y que además se niegan a tener relaciones en cualquier condición. Ellos están expuestos a muchos desafíos para los que no hay tradición, y la que hay resulta nada buena para las mujeres de hoy. Entonces, el hombre que no besa a su mujer sino cuando quiere tener relaciones no es un malvado ni un insensible. El que siempre hace evidente que quiere hacer el amor sin ver siquiera en que está su mujer tampoco es un bruto. El que piensa en sexo más de la cuenta (según su mujer) no es más que un hombre como antes fueron todos o casi todos. El que vive el rechazo como una herida narcisística, se enoja, se venga, llega tarde, saca celos, o descalifica a su mujer por ser una "frígida" o "no satisfacerlo sexualmente", no es un delincuente, es un pobre pájaro herido donde más duele.
No hay recetas, no hay buenos ni malos. Lo que hay es un desencuentro en un tiempo de cambios.
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Es evidente entonces que para que el sexo sea un lugar seguro para ambos, alegar, quejarse, amenazar, o sobre todo sentirse o enojarse con quien se negó a tener relaciones es la antesala de la patología sexual.
Otra condición para que el sexo sea un lugar seguro es que no siempre sea uno el que quiere y otro el que no quiere. Si esto es así, hay uno que estará siempre ansioso y otro que estará siempre asustado de no querer. Por ejemplo, si una mujer siente que el hombre quiere con mucha frecuencia hacer el amor, y ella, por las razones que fueran, quiere menos, puede pasar que el sexo se transforme en algo así como la historia del coyote y el correcaminos, en que uno siempre persigue y el otro siempre arranca. Uno se pregunta por qué el coyote sigue persiguiendo, y entonces él responde, 'bueno, porque el correcaminos arranca'. Y por qué arranca el correcaminos, bueno, porque el coyote lo persigue. Quien es el coyote se cansa, se inseguriza, se enoja. Quien es el correcaminos... también. Y tenemos la locura de que si conversamos con el coyote (generalmente un hombre), él dice que necesita hacer el amor con su mujer, que le gusta y que además a estas alturas es un problema de orgullo: cómo puede ella no querer si dice que lo quiere. Si conversamos con el correcaminos (generalmente una mujer), ella no puede creer que él persista en la técnica de acosarla, perseguirla, porque entonces ella siempre será el correcaminos. Ella siente que él no la ve, no lee sus ganas, no sabe de sus necesidades, le falta el respeto... y lo transforma en coyote. Hay que cambiar la historieta. Para que el sexo sea un lugar seguro, el ex-coyote tendrá que dejar de perseguir, tendrá que arrancar a veces y estar disponible otras veces, hasta que su mujer sienta que ya puede dejar de arrancar. Las mujeres se quejan de que los hombres casi siempre quieren, y sueñan con tener que seducirlos algún día. Muchos hombres piensan que en la vida conyugal, y a la larga, las mujeres no quieren nunca, que les hacen una concesión, y sueñan con ser seducidos un día. ¿Loco? No, así se arman los juegos neuróticos entre las personas que se quieren. Instalándose cada uno en un rol y persistiendo en él aunque el resultado sea negativo. ¿Será normal que si a uno le va mal de una manera intente siempre la misma? No, no es normal.
Por último, una condición del sexo como lugar seguro es la amistad. Las heridas que causan los rechazos y los silencios, y las rabias y las exigencias, influyen en toda la relación de pareja. No es malo decirse la verdad. Porque cuando una mujer está criando niños chicos, tiene poca energía y espacio para su ser sexual y eso no tiene nada que ver con el amor o el marido; tiene que ver con las etapas de la vida. Si él sabe eso y lo comparte con ternura, entonces podrá sufrir de ganas no saciadas, pero no se sentirá herido, que es lo que lleva al resentimiento y con frecuencia a la infidelidad. La amistad tiene un requisito fundamental: hay que escuchar y creerle al amigo/a. Si no es así, no es amistad. Si un hombre le dice a su mujer que mientras esté con antidepresivos tendrá dificultades para eyacular, es importante que ella tenga paciencia y lo ayude.
Aunque a veces para ella sea una lata, si quiere ser su amiga tiene que entender bien lo que le dice y creerle. Si piensa que es una disculpa porque tiene un "affaire", ya que el marido de la fulanita también toma antidepresivos y no presenta ninguna alteración, ahí no hay amistad. Eso es empezar a perder la relación o terminar de perderla.
La inexperiencia como fuente de desencuentro
Es difícil para un hombre imaginarse que esa mujer moderna que es su pareja es también la hija de su madre y la nieta de su abuela. Todo ha cambiado y nada ha cambiado en el alma femenina cuando se trata de su propia sexualidad. Ha cambiado que las mujeres ahora no aceptan ser un depósito de las necesidades biológicas de los hombres, ni las esposas que por amor a la familia toleran a las amantes o aventuras de sus maridos. Ellas quieren sentir, ser personas, desarrollarse sexualmente. Esa mujer, que tuvo relaciones con ese hombre a poco que lo conoció y que lo sedujo y lo envolvió en una locura pasional por meses, es la misma que ahora es su mujer y la madre de sus hijos. Es la mujer fogosa y también otra que siente que se le debe respeto.
¡Qué difícil para los hombres comprender tanta sutileza! Un amigo mío, después de pasar la noche con una mujer y ser muy feliz, la llamó una semana después para convidarla a salir. Ella le cortó porque él era un maleducado que debió llamarla a la mañana siguiente para preguntarle cómo estaba, o mandarle flores, cualquier gesto que denotara reconocimiento de la intimidad vivida. Él llegó a verme totalmente furioso. ¿Cómo era posible que las mujeres hicieran lo que quisieran, sedujeran a los hombres, demostraran una libertad sexual casi escandalosa y después quisieran un llamado o un ramo de flores? Que se queden en sus casas y se porten bien si quieren ser tratadas como mujeres tradicionales. Le expliqué que casi todas las mujeres eran tradicionales. Él, que era un hombre con un gran sentido del humor, le mandó una tarjeta, que llevó personalmente a casa de la niña, que decía lo siguiente:
"Estoy sentido contigo porque no me has llamado ni demostrado complicidad alguna conmigo después de pasar una noche juntos. Me siento tratado como un cualquiera. No puedo, por lo tanto, volver a salir contigo.
PS. Lo que más me habría gustado es recibir un ramo de rosas para sentirme trascendente".