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“Si la casa está ordenada, uno puede salir de ella”

02 de Enero de 2008 | 11:24 |
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Su estada en Arica marcó la vida de Gina Ocqueteau. Los planes iniciales con su marido era quedarse 2 años y al final, estuvieron casi 9, período en el cual nacieron dos de sus tres hijos que tienen hoy 22, 20 y 14.

“Yo era como la Susanita (de la Mafalda), quería tener hijos y tener tiempo para la familia”, dice.

Por eso, hasta hace sólo 7 años, siempre trabajó media jornada. El resto del tiempo lo aprovechó en sumarse a las intensas actividades deportivas organizadas por su marido, como la navegación, el esquí y la natación.

Casada con un ginecólogo fanático de la equitación, Gina dice que ese es el único deporte que no practica, porque andar a caballo requiere de mucha atención y no pueden, los dos miembros de una pareja, dedicarle el mismo tiempo. “Con dos fanáticos no funciona la familia, hay muchos ejemplos en el enduro donde están todos separados; el sistema no resulta. Mi hijo menor monta todos los días, dos horas, y lo acompaña su padre”, confiesa.

-Eso debe ser una suerte, porque sino habrías tenido que asumir los traslados.
“Exacto, eso ha sido de gran ayuda. Que mis niños sean deportistas, equitadores, como el papá, me ha liberado de tener que llevarlos e ir a buscarlos, aunque con la natación me tocó un poco más a mí.
“Ya lo dije una vez, si está la casa ordenada, entonces recién ahí uno puede salir. Si se tiene a la familia contenta, a los niños felices, se puede trabajar. Cuando se tiene niños, y sobre todo, después, cuando se tiene adolescentes, hay que estar muy encima. El cuidar adolescentes es como dar papa, uno se puede quedar dormida; con adolescentes tampoco te puedes quedar dormida, porque es pesado; hay que estar alerta, en pocas cosas, porque todo no se puede hacer”.

-Desde el 2000 estás con jornada completa, ¿cambió mucho tu manejo del mundo?
“Sí, aunque siempre he tenido ayuda; he tenido en toda mi vida tres nanas que han sido dueñas de casa”.

-¿Y tus hijos lo resintieron?
“El más chico sí. Me decía mamá, por qué no me vas a buscar al colegio. Estaba en el Verbo Divino, pero lo cambié al San Benito, porque vivimos al lado y me decía que las mamás del Verbo se dedicaban full a la casa.
“Aún así, están contentos con lo que hago; saben perfectamente qué es responsabilidad social empresarial, qué es seguridad laboral, han estado muy involucrados en lo que hago. Ahora, es verdad el tema de la calidad versus la cantidad… es fundamental”.

A los 44 años de edad, asegura que sus tiempos personales son los viajes, que son “hartos” si suma los familiares con los de trabajo y que además, disfruta.

“Cosas así como ir al gimnasio o hacerme masajes, nada. Soy muy apegada a mis papás entonces trato de ir a verlos tres veces a la semana. Tengo una familia muy aclanada y mi hija es muy cercana a mí, entonces, todos mis ratos libres los paso con ellos”, explica.

Llena de inquietudes, una de las cosas que mayor satisfacción le provoca es rememorar que hace 18 años, ella y su marido, junto a otras parejas allegadas a Arica, dieron vida al jardín infantil Tutumpi, y luego, al Colegio Andino. Buscando una educación para sus hijos más acorde a los valores que sustentaban, se organizaron y fundaron ambas instituciones, en las cuales la libertad, creatividad e innovación en la enseñanza fueron las guías.

“Tutumpi es, en aymará, ‘árbol que da flor’. El jardín estaba en una casa en la ciudad, pero el Colegio Andino lo instalamos en el valle de Azapa, a una hora de la ciudad. Le hacíamos gimnasia a los niños en la playa, si los padres querían, podían entrar a las salas cuando los niños estaban en clases; las puertas eran de vidrio para poder ver, tenían un mini zoológico, un huerto, hacían tierra ecológica y había salas en los árboles, arriba”, recuerda.

Afirma que fue un proyecto donde todos estuvieron muy comprometidos hasta que, uno a uno, los socios fundadores regresaron a Santiago; “nos íbamos turnando la dirección del colegio, si no iba la gente del aseo, encerábamos las salas el domingo para recibir a los niños el lunes”.

Agrega que se propusieron integrar a sus hijos con la comunidad aymará, razón por la que se visitaban mutuamente y no puede evitar reírse de que su hijo mayor resolvió un día ir a clases con gorro, pese al calor, porque los niños indígenas estaban tan sorprendidos con su color de pelo rubio, que se lo tocaban mucho.
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