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Una socióloga enamorada de su familia

21 de Febrero de 2008 | 10:09 |
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Para los Barría Gallardo el 2007 fue un gran año. Bernarda fue reconocida como una de las 100 mujeres líderes, y su marido, el destacado músico y director de la Banda Bordemar, Jaime Barría, es uno de los personajes más connotados según los lectores del diario El Llanquihue, de Puerto Montt.

Y por si fuera poco, Bernarda publicó su primer libro. Un regalo de su esposo quien durante dos años se dedicó a recopilar todas las publicaciones de Bernarda y las plasmó en un libro que editó y auspició. Trabajos y artículos citados en estudios sociológicos en Venezuela, Italia, México, Estados Unidos y Alemania, "para hacerle un regalo especial en su cumpleaños", confesó.

Así nació, autofinanciado y publicado por Ediciones Bordemar, el primer libro de la socióloga "Reflexiones sociológicas sobre asuntos públicos".

Bernarda nació en Santiago, en la Clínica Central y vivió en un sector suburbano de ese entonces; en Las Condes, cerca del Estadio Italiano y de la Casa de la Cultura de Las Condes y frente a un convento de monjas que aún existe –“que veía todas las madrugadas desde la cama en la pieza del segundo piso que compartía con mi hermana mayor, la Cati– y aun no sé cómo se llama”.

“Tuve una infancia de barrios en dos barrios; el de la casa con mis padres y hermanas Cati y Andrea, la menor (mi familia inmediata) y el barrio de la casa de mis nonnos Vicente y Catalina en la ciudad de Coronel y de la quinta de mi nonna Doro (mi bisabuela y sus como 14 hijos, para mí tíos abuelos), cerca de Lota, Chiguayante, Laraquete, San Pedro, Concepción… nombres, paisajes, montones de recuerdos pero ni la menor idea de si se trata de una playa, localidad o qué… Simplemente toda esa mezcolanza era mi infancia de niña chica en familión grande, en tiempos de poca tele y mucha pandilla”, cuenta.

Llegó a sociología a la Universidad Católica tras una vuelta larga, “por casualidad”, dice. “Mi mamá no quiso que estudiara mecánica automotriz en una sede de Inacap que quedaba cerca del Seminario Menor por Apoquindo entre Manquehue y Tomás Moro; vale decir a pasos de la casa y descubrió que ahí había una sede de la Católica donde impartían carreras humanistas. Quedaba cerca, acepté. Ahora, por qué quedé en sociología y no psicología u antropología no lo sé, porque eso lo decidió la universidad –uno sólo postulaba a varias cosas y sólo sabía su propio puntaje– pero lo agradezco infinitamente”, evoca.

Continúa: “El Instituto de Sociología no estaba allí donde toda mi familia suponía que estaba ubicado, sino en el campus Oriente… Después lo cambiaron al campus San Joaquín que quedaba bastante más lejos y era harto más feo, pero me gustó la comunidad de estudio, profes incluidos también, que se formó ahí… De hecho, reincidí en el mismo campus San Joaquín, el año 1995, en un curso anual de evaluación de proyectos de inversión pública que se dictaba desde el Instituto de Economía con Ernesto Fontaine, “el maestro”, a la cabeza y que más de un dolor de cabeza nos producía, incluso a los y las ‘mateo/as’”.

Bernarda ha hecho postítulos en metodología en ciencias sociales (en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO sede Santiago), ciencia política mención instituciones y procesos políticos, -“también en la ‘Ponti’, dice-, formulación y evaluación de proyecto y acá en el sur y desde la Austral, gestión medioambiental de políticas públicas.

-¿A qué te dedicas profesionalmente?
“A las políticas públicas tratando de abarcarlas desde los más diversos ángulos posibles y a veces me apasiono más con la pobreza y el tremendo desafío que implica su superación, pero también el re-conociendo de sus sujetos, su subjetividad y el desengranaje de sus condicionantes estructurales. Otras, con la ciudad y los fenómenos urbanos. Y otras con la cultura, sus actores e instituciones y este proceso tan raro que es como una condena; la transformación de la cultura vívida; la vida como es vivida por quienes la viven en ese ahí y entonces, en cultura –remarca-, que como es tal hay que ir a verla a los museos y escucharla en teatros, pero sin que ella nos vea ni escuche para repetirse igual a sí mismo ‘for ever’, en fin, cosas de la cultura. Pero siempre con los sujetos, sus circunstancias, sus condicionantes y su poder llegar a ser otro tipo de sujeto; la ciudadanía como mi propia utopía pero necesaria para la República. Y si no hablamos de ella cuando nos acercamos al Bicentenario ¿cuándo entonces?”

“Claro que me pagan para algo bastante más específico -aclara-, el análisis y recomendación técnico económica de proyectos de inversión pública en los distintos sistemas de transporte (urbano, interurbano, marítimo, aéreo). Si en un proceso presupuestario ingresan pocas solicitudes de financiamiento (léase proyectos), puedo ver la cartera de proyectos de transporte entera, si son muchas, pueden ser un par de subsectores. En la Secretaría Regional Ministerial de Planificación de la Región de Los Lagos trabajamos en equipo así que la carga de trabajo varía no así el tipo de función: velar por el uso eficiente de los recursos públicos”.

-¿Cómo conociste a tu marido?
“Igual que como estudié sociología y llegué a ser la mamá de Francisca -mi hija mayor, de mi primer matrimonio, que vive en Francia desde hace casi 6 años ya-, de Alejandra, de 7 años, o de José, de 6 años, ambos de mi actual matrimonio con Jaime Barría, músico maravilloso de quien me enamoré sin que pronunciara ni usa sola palabra, de quien me basta su presencia que, de pronto, por casualidad, sentí en una mesa del antiguo café del aeropuerto de El Tepual en Puerto Montt, ciertamente después que una amiga en común, la Ximena, insistiera casi cuatro veces en presentarnos… Nos conocimos de casualidad al compartir la segunda ronda de cafés motivada por el retraso del avión en el que yo viajaría a Santiago un día de la primera semana de septiembre de 1997. A los dos meses estábamos conviviendo juntos y antes del año, buscando a nuestros hijos que amamos tanto”.


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