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Los peligros de las pataletas

Cinco de cada diez niños muestran conductas de oposición alguna vez, al igual que los adolescentes, lo que según la destacada siquiatra Amanda Céspedes, es posible de manejar. En su nuevo el libro "Niños con pataletas, adolescentes desafiantes", de Ediciones B, en conjunto con el programa Diagnóstico, de Canal 13, analiza por qué aparecen estos trastornos de conducta y cómo abordarlos. "Recetas simples del tipo 'aplique mano dura' o 'no se deje manipular' pueden fracasar totalmente si no se entienden las causas de la pataleta", advierte. Aquí, en exclusiva, un extracto del libro.

28 de Mayo de 2008 | 11:16 |
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Se estima que entre tres y cinco de cada diez niños y adolescentes muestran conductas oposicionistas ocasionales, las que son abordadas por los adultos en forma intuitiva, aplicando métodos al azar que algunas veces dan resultados favorables, pero que en la mayoría de los casos no funcionan y hacen que el adulto acabe confesándose sobrepasado e impotente.

La mayoría de los adultos estima que la conducta oposicionista de niños y adolescentes obedece a una suerte de naturaleza bravía innata -algo así como la condición de chúcaros de ciertos caballos de montar-, la cual debe ser abordada con las estrategias de control que el sentido común dicta: esa naturaleza bravía, que pugna por expresarse libremente, debe ser subyugada, y cuanto antes se apliquen los métodos de control, mejor será el resultado en términos de docilidad socializada.

Lamentablemente, este modelo de domesticación cumple a cabalidad con una máxima que reza así: "La búsqueda de la solución es lo que contribuye a mantener el problema". En efecto, la experiencia empírica, apoyada en investigaciones aplicadas llevadas a cabo por profesionales de la sicología, ha demostrado que los únicos métodos efectivos para abordar la conducta desafiante de niños y adolescentes son los que se sustentan en la identificación de los factores que las facilitan, provocan y empeoran. Hay que ir a la causa.

En la aparición de los comportamientos desafiantes confluyen numerosos motivos conjugados en una secuencia que culmina en la conducta rebelde, representada por la desobediencia, el negativismo y la pataleta en los niños más pequeños, o en la actitud de abierta confrontación con el adulto en los más grandes. La paradoja es que alrededor del noventa por ciento de las pataletas o conductas desafiantes obedece a causas externas al niño e inherentes al adulto que trata de sofocarlas. Recetas simples del tipo "aplique mano dura" o "no se deje manipular" pueden fracasar totalmente si no se entienden las causas de la pataleta ni se abordan de un modo objetivo y consistente.
El papel del ambiente

La conducta oposicionista -que en los niños pequeños se presenta como pataletas y en los más grandes como comportamientos desafiantes, confrontación con el adulto, desobediencia y tendencia a molestar deliberadamente- puede tener su origen en factores biológicos o psicológicos del niño.

Entre ellos se cuentan la ansiedad, el miedo, la impulsividad o dificultad para autorregular las emociones, la tendencia a atribuir a terceros las consecuencias de las acciones propias y el acto de obedecer sólo por temor al castigo.
Sin embargo, la causa de los problemas de conducta infantil y adolescente es multifactorial, y dicho comportamiento puede ser favorecido y perpetuado por los adultos. Ello ocurre cada vez que los adultos cometen errores en su papel de agentes socializadores del niño.

Socializar es implantar normas y límites, educar emocionalmente y acompañar al niño en el cumplimiento de tareas. Es un trabajo complejo, exigente y arduo, que debe llevarse a cabo sistemáticamente por varios años, sin claudicar.

Por desgracia, numerosos factores propios del sistema de vida actual se confabulan para impedir que los adultos lleven a cabo en forma exitosa sus tareas de socialización: el estrés crónico y la sobrecarga laboral de los padres (y su consecuencia inmediata: el déficit en cantidad y calidad de tiempo dedicado a los niños); las salas atestadas de alumnos; los maestros agobiados por el estrés, y la presencia en los hogares de una creciente cantidad de agentes de dudosa capacidad formadora que ingresan a través de la televisión e internet son los factores más estudiados. Sin embargo, mi experiencia profesional y mi contacto con padres y profesores me llevan a estimar que la principal causa de las deficiencias y serios errores en la educación emocional de niños y adolescentes se debe a la incapacidad o dificultad de los adultos de usar el sentido común, empatizar con los más pequeños y conocer mínimamente la biología y psicología de la niñez.

No todos los adultos tienen una tarea socializadora. Son aquellos adultos llamados "significativos" quienes llevan sobre sus hombros esta misión: padres, abuelos, profesores, tutores, nanas y, en determinadas circunstancias, tíos, padrinos, etc. Ser un adulto significativo en la vida de un niño es una enorme responsabilidad y muchos adultos parecen no haberla dimensionado en forma cabal.

A continuación me referiré a las tareas de socialización que deben cumplir los adultos significativos.

Implantar normas en forma oportuna y sistemática: Las normas son convenciones que se establecen sobre fundamentos sólidos de base empírica o científica. El adulto fija la norma y el niño la acepta y la cumple, por lo tanto, hay un contrato de obediencia. Inicialmente se trata de una obediencia impuesta, pero pocos años después, una vez que el niño comprende y acepta los fundamentos de la norma, ésta se transforma en un principio valórico.

Poner límites claros, consistentes y flexibles: Los límites son reglas flexibles que los padres implantan en consonancia con los logros de autonomía del niño a medida en que éste va creciendo: límites de horario para ir a jugar a la plaza, para ir a la casa de un amigo, para ir a una fiesta, etc.

Si bien los límites tienen que ser claros, firmes y consistentes, deben ser necesariamente flexibles y acomodarse a variables tales como la edad y el nivel de madurez de los hijos. También hay que considerar las variables propias del entorno, como vivir en la ciudad versus en el campo.

Educar emocionalmente: La educación de las emociones y del carácter del niño es una tarea exigente para el adulto; precisa tiempo, paciencia, creatividad, flexibilidad, ternura, convicciones, un mínimo conocimiento de la niñez y de la adolescencia como etapas del ciclo de la vida y, en lo posible, algún grado de cultura y sabiduría de vida. Pero, por encima de todo, exige que el adulto que guía al niño haya contado en su propia infancia con un buen educador emocional. Para ser un buen educador emocional es indispensable poseer un conocimiento intuitivo o científico de las tareas del desarrollo infantojuvenil, denominadas "tareas de cumplimiento".

Se trata de objetivos que se deben alcanzar a determinada edad para acceder a una siguiente etapa de desarrollo sobre una plataforma suficientemente sólida. Constituyen dimensiones del crecimiento cognitivo, emocional y social de los niños y son relativamente universales, es decir, trascienden las diferencias culturales, étnicas, geográficas e incluso históricas.

En otras palabras, durante los primeros veinte años de la vida, niños y adolescentes deben cumplir de modo sucesivo ciertas tareas para crecer como personas y acceder a la próxima etapa de desarrollo. Lamentablemente, el desconocimiento de estos objetivos o la tendencia de los adultos a aferrarse a prejuicios relativos al desarrollo infantil y a aplicar técnicas intuitivas sustentadas en su propia experiencia, suele podar el desarrollo infantil al impedir que cada tarea de cumplimiento se complete para dar paso a la próxima. Estos errores se pagan caro, ya que facilitan y perpetúan un problema de conducta. Indudablemente, los adultos con ciertos rasgos de personalidad, equilibrados y más bien relajados frente a la vida, sin ser permisivos, indolentes o negligentes, son los más sabios en su papel de educadores emocionales.

Actitudes adultas que provocan pataletas

¿Es posible identificar situaciones y actitudes adultas que detonan problemas de conducta en niños y adolescentes?

Sí, es posible. Lo valioso de este ejercicio es que, al reconocerlas, podemos evitarlas y conquistar con mayor facilidad la necesaria objetividad en nuestro papel de educadores emocionales. Vamos a mencionar aquellas actitudes y situaciones críticas que más favorecen las pataletas, las conductas desafiantes y las constantes confrontaciones del niño o el adolescente con el adulto:

El adulto muestra un intento real de control coercitivo en la aplicación de normas y de límites, en su papel de educador emocional o en su rol de acompañante en las tareas de cumplimiento. El control coercitivo surge en interacciones verticales, es decir, cuando hay un subordinado y un dominador.

El adulto considera que debe doblegar al niño, mientras que el niño asume que el adulto lo quiere dominar. Se crea un conflicto de poder.

El niño o adolescente interpreta la conducta del adulto como control coercitivo en los roles anteriormente señalados. Como las relaciones adulto-niño son verticales por los primeros quince años de la vida del menor, es natural que el chico atraviese por sucesivos períodos de rebeldía. Estas fases no son sino la expresión de una lucha entre la autoridad que norma y pone límites y la naturaleza libre de un niño, que percibe en cada norma un intento de control. El problema surge cuando el adulto ejerce la autoridad desde el control y la presión y no desde la empatía.

El adulto muestra un comportamiento errático, inconsistente, que impide que el niño establezca un patrón conductual coherente. Los niños miran a los adultos como infalibles, poseedores de la verdad, y esperan de ellos claridad en sus juicios, consistencia en sus decisiones y honestidad en su actuar. Cuando se dan cuenta de los errores de los mayores, los niños se confunden y aparecen en ellos los comportamientos erráticos, la resistencia a aceptar lo que no logran entender y la búsqueda ciega de preservar su libertad y capacidad de decisión.
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