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Las mujeres suelen ocultar sus ambiciones por temor al rechazo social

Mientras en los hombres es un rasgo bien valorado, en ellas la ambición es vista con desconfianza. Y eso las lleva muchas veces a renunciar a sus objetivos. Profesionales chilenas que reconocen sus aspiraciones afirman que vale la pena seguir adelante con ellas, aunque no a cualquier precio.

12 de Junio de 2008 | 10:05 |
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Una mujer de 40 años está frente a la psiquiatra norteamericana Anna Fels, y anuncia que le contará el secreto que guarda desde los 7 años: cuando era niña escribía cuentos y poemas bajo un misterioso seudónimo, "YSF".

Significaba "Yo seré famosa", le confiesa, riendo con vergüenza.

"¿Ése era el secreto escondido por tanto tiempo?", se pregunta después la psiquiatra. "Nada de sexo, mentiras o videos, sino un singular conjuro de niña". Casos como ése le dieron pistas para explicar por qué la ambición es un tema tan escondido y sensible para las mujeres en el ensayo "¿Carecen de ambición las mujeres?" (2008, edición digital de "Harvard Business Review").

Si bien en Chile no existen estudios similares, Naisa Gormaz, doctora en Psicología de la U. Católica y experta en temas de mujer y trabajo, explica que progresivamente ellas están siguiendo carreras conducentes a cargos organizacionales elevados o gerenciales.

"En general, los hombres y mujeres que optan a estos cargos se desenvuelven en ambientes de mayor competitividad; por lo tanto, debe haber un gatillante o motivación que podría denominarse ambición", explica.

La sicóloga Eugenia Weinstein apunta que esa simple palabra esconde un doble estándar: "La ambición es una de las tantas conductas que son evaluadas de una forma en los hombres y de manera contraria en las mujeres. A pesar de todos los cambios que hemos visto en la sociedad, ser ambiciosa es visto como una cualidad negativa o 'poco femenina' ".

Por eso, afirman, las mujeres se ven obligadas a ocultar sus ambiciones. "Cuando son jóvenes pueden manifestarlas más libremente, pero pasada cierta edad, se las deben arreglar para ocultarlas o llamarlas de un modo más socialmente aceptable", dice. Así, surgen las aspiraciones o metas". Si no lo hacen, la sanción social es alta. "Son calificadas de agresivas y son vistas como peligrosas".

Autonegación

Naisa Gormaz explica que el rechazo social que reciben las mujeres que se reconocen ambiciosas tiene profundas raíces culturales. "Se espera que ellas sean más bien maternales, preocupadas de los demás, conciliadoras; en ningún caso que piensen en ellas mismas, sino todo lo contrario, que en lo posible se nieguen a sí mismas, como en el caso de la madre que lo da todo por sus hijos".

En cambio, la ambición ha sido equiparada con egoísmo y es un atributo esperable y deseable en el hombre, tanto como la agresividad, la fuerza, el poder de decisión, la iniciativa o la capacidad de realización, que son celebradas socialmente. De ahí la explicación al fenómeno del "backlash", concepto que alude a los pésimos resultados que reciben las mujeres que autopromocionan sus aptitudes laborales, por ejemplo, en entrevistas de trabajo.
Contradicción
Eugenia Weinstein, psicóloga: "Paradójicamente, las mujeres son muy ambiciosas, aunque deban ocultarlo y llamarlo con eufemismos. Anhelan no sólo su felicidad, sino que también les es indispensable hacer feliz a los otros para su realización".
Naisa Gormaz, doctora en Psicología: "Que una mujer señale que es ambiciosa implica que los otros la verán como alguien no cálida ni acogedora, y será percibida como amenazante, no femenina. Nadie quiere ser vista así".

Gormaz explica que investigaciones de los psicólogos y académicos Laurie Rudman (Rutgers University, New Jersey) y Peter Glick (Lawrence University, Wisconsin) revelan que esas mujeres son percibidas como menos competentes, menos atractivas socialmente y, por lo tanto, menos contratables que los hombres. "Cuando ellos se automarketean, en cambio, son bien evaluados, se les considera asertivos y que conocen sus capacidades. En el caso de las mujeres es contraproducente, porque se ve como falta de modestia y una transgresión a su rol femenino", dice.

Enemigo interno

Eugenia Weinstein destaca un obstáculo aún más silencioso y no menos nefasto. "Quizás la mayor dificultad que tengan las mujeres es la complejidad y cantidad de metas que persiguen. Aparte de lo laboral e intelectual, para sentirse exitosas deben ser capaces de hacerse cargo y llevar a buen puerto sus relaciones amistosas, amorosas, familiares y filiales".

De fallar uno de estos ámbitos, "rápidamente la angustia invade el corazón de su autoimagen y sienten que no sirven para lo que deberían servir.

Paradójicamente, las mujeres son muy ambiciosas, aunque deban ocultarlo y llamarlo con eufemismos. Anhelan no sólo su felicidad, sino que también les es indispensable hacer feliz a los otros para su realización".

Para la antropóloga Alexandra Obach, parte de la encrucijada que viven las mujeres tiene que ver con que hoy las ambiciones están puestas en el mundo público, el que hasta ahora se ha manejado con patrones masculinos.

"Todavía no logramos la construcción de nuevas realidades desde lo femenino. El éxito se mide desde parámetros masculinos: llegar a puestos más altos, ganar más dinero. Y ésa es una mirada que le resta valor y poder a otros ámbitos de la vida".

Pero ella se muestra optimista, pues cree que las nuevas generaciones se están replanteando esto: "Los jóvenes están mostrando ambiciones no tan centradas en el tener, sino en el ser, pues están viendo que la que han armado sus padres no es una sociedad feliz".

"Necesito metas para seguir adelante"

Para la directora ejecutiva de ComunidadMujer, Susana Carey, las ambiciones femeninas se van diferenciando de las típicamente masculinas.

"En algún minuto de mi vida me reconcilié con la palabra ambición, porque la asocié a excelencia, a tener una meta clara", afirma Susana Carey, directora ejecutiva de ComunidadMujer.

Recuerda que su primera ambición se la formuló al salir del colegio: "Quería mostrar que era posible seguir una carrera y tener una familia". Lo hizo en un contexto social en que muchas voces alertaban de los "costos familiares" que traía el trabajo femenino.

Fiel a sus aspiraciones, Susana entró a Ingeniería Comercial en la PUC. Después hizo una consultoría en el Banco Mundial. Y, de regreso a Chile, entró a una multinacional y empezó a hacer carrera en la administración y las finanzas. Llegó a estar entre las personas consideradas con más alto potencial dentro de la empresa.

"Tenía hartas posibilidades. En un minuto empecé a proyectar qué pasaría si seguía adelante. El cargo más alto en mi línea de trabajo implicaba trabajar fuera de Chile por un tiempo y seguir con un ritmo laboral muy fuerte. Y eso tenía un costo familiar muy alto, sin tiempo para mis hijas y tampoco para mí, para hacer alguna otra cosa que no fuera trabajar".

Sacando esas cuentas, Susana Carey empezó a preguntarse si valía la pena. Y concluyó que no. Cuando esperaba a su segunda hija pidió reducir su horario de trabajo. "Me dieron la oportunidad de trabajar medio tiempo, y me sentí valorada por eso. Pero, a la vez, eso significó salir rápidamente de la carrera".

El costo fue alto, recuerda. "Tuve que aceptar que ya no estaba en la línea donde se cortan los queques, donde se sabe todo lo que pasa". Se acabaron los ascensos: "Ya no había signos que reflejaran los resultados de mi esfuerzo".

Entonces vino otro cuestionamiento: "No quería seguir en eso para siempre, y empecé a preguntarme qué parte de mi trabajo era la que más me gustaba". Descubrió que era la de coordinar y comunicar áreas y personas. Entonces, se dedicó al coaching. Estuvo varios años en eso y en una empresa de head hunters. Hasta que le llegó el ofrecimiento de ComunidadMujer.

Hoy dirige esta organización, que se dedica a facilitar la entrada femenina al mundo laboral de un modo armónico e integrador. "Y me doy cuenta de que lo que hago ahora tiene mucho que ver con mi primera ambición, la que tuve al salir del colegio".


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