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La comida nunca fue combustible en su casa

03 de Octubre de 2008 | 15:35 |
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Entre risas, que le surgen espontáneamente con regularidad, Narda Lepes confiesa que de sus 36 años, lleva “todos” ligada a los sabores y olores de la comida.

Si bien su historia oficial asegura que empezó a estudiar cocina en 1992 al mismo tiempo que entró a la cocina del conocido Hotel Presidente de Buenos Aires, sus inicios están entre los platos de su abuela, su madre, su padre y una tía. Y unos cuantos restoranes.

Después de tres años de estudios formales partió a París para incorporarse a cocinas tan famosas como las de Gerard Foucher y Joel Robuchon y luego, de vuelta en Argentina, en el restorán Morizono.

Antes de aparecer en pantalla del canal Gourmet con el programa “Fusión” exploró el emprendimiento gastronómico de la mano con unas amigas. Así abrió el Club Zen, el Ono San y después La Corte.

“Tuve la suerte de nacer en un ambiente donde la comida es muy importante; nunca me dieron salchichas con puré, las veces que lo comí fue en la casa de mis compañeros de colegio”, cuenta.

Como hija única por mucho tiempo, todos le preguntaban qué quería comer y se lo preparaban a la carta. Además, la llevaban siempre de viaje, entones, comía en restoranes tanto de día y noche. “Comí japonés desde los 5 años, árabe desde los 5”, dice.

Cuando comenzó a salir a la casa de sus amigos y probaba fideos fríos con manteca tomó conciencia de su privilegio y resolvió que lo mejor era empezar a cocinar.

-Tu vocación se decidió en la cuna.
“Sí, tuve suerte de nacer en un ambiente donde la comida nunca se tomó como combustible, ni nunca por falta de tiempo me dieron cualquier cosa. Capaz comía los restos de lo que había quedado pero eran una ensalada de tomates con cebolla, croquetas de pollo, tortillas de zanahoria”.

-¿Por qué necesitaste, entonces, hacer un estudio formal?
“Porque, en realidad, ni era tan formal. Había terminado la secundaria y no sabía qué hacía y en la mitad de salir todas las noches e irme de carrete –como dicen acá-, aunque no tomaba alcohol, así que era carrete a pulmón, me aburrí y decidí empezar a estudiar algo mientras me definía. Empecé a hacer un curso de cocina y bueno, al año siguiente decidí conocer un poco más”.

-Y te fuiste a Francia.
“Para trabajar. A cocinar puedes aprender en cualquier lado, pero a trabajar, una vez.
“Los estudios formales no se necesitan, en realidad, yo no hice la carrera, sólo me asomé. Las prácticas las hice todas, pero contaduría, olvídate. Para lo que sirve la carrera es para hacer una red de conocidos para trabajar si es que no tienes el restorán de alguien que te puede dar la posibilidad. El problema es que muchos chicos salen de la escuela pensando que son cocineros y no es así”.

-¿Y cuándo se alcanza ese título?
“No es un título. Uno puede ser periodista y para ser jefe de redacción no estudia, hace carrera, se es bueno y se gana. En cocina es lo mismo, es un oficio, y eventualmente, si sos muy bueno, tenés el liderazgo y eres organizado, podés llegar a ser chef. Nadie estudia para jefe. Como ahora está de moda ser cocinero se ve como una cosa glamorosa”.

-Has tenido restoranes, ¿por qué saltar a la televisión? Fuiste voluntariamente a hacer una prueba de cámara.
“En realidad, alguien se comprometió por mí, y dije bueno, voy y me los saco de encima. Lo que veía en la televisión no me gustaba y cuando vi que era gente de otra onda, acepté.
“¿Por qué? Yo no estoy hecha para el despacho, trabajar todos los días en lo mismo me aburre y me pongo de mal humor y no doy lo mejor”.

-¿La parrilla te ahoga?
“Lo puedo hacer por un rato y lo hice 10 años, que no es nada, pero en un momento sabía que no quería cambiar de profesión, pero sí de lo que estaba haciendo. No me estaba haciendo bien a mí”.

-¿Sopesaste que la vida te podía cambiar?
“Es que cuando empecé nadie sabía ni como me llamaba y pensé que lo podía dejar. La tele me permitió elegir lo que quiero hacer. Al principio no me pagaban, viví con lo justo y al año siguiente cobre una cosa ridícula, algo simbólico.
“Yo no vivo de la tele, trabajo en otro lado haciendo catering. Cuando dejé el restorán fue porque no estaba siendo feliz”.

-¿Dejarías la televisión?
“Seguro, cuando tenga que hacer algo con lo que no estoy de acuerdo, lo dejo. Hasta ahora no vendo nada que yo no compraría”.

-¿Cambió mucho tu vida?
“Sí, obvio, aunque cambia cómo los demás te ven, no cómo tú ves al resto. Cambia como la gente te trata. A mí me cambian, personalmente, adentro, más los viajes, de ellos vuelves distinto porque aprendés un montón de cosas. Yo no hago viajes turísticos, hago estudios y vuelvo con una gran cantidad de información; me dedico a estudiar antes de abrir la boca. Aprendí en la tele que no puedo decir boludeces y me tengo que hacer responsable”.

-¿Por qué demoraste tanto con tu primer libro?
“Porque las cosas fáciles a mi no me gustan. El libro podía ser de recetas –tengo 85 mil millones y no son lo más importante porque lo que a vos se te ocurre acá, ya lo pensó otro allá-, y no quería hablar boludeces. El libro tiene de escrito 2 años y de pensado 3 más y las cosas que pensaba entonces están ahora en el diario porque trato de observar lo más posible. Cuando hace 5 años decía que comer iba a ser carísimo me decían que imposible por la siembra intensiva. ¡Qué siembra intensiva, huevas!, y ahora estuvieron en Roma agarrándose los pelos para ver cómo lo van hacer para que los alimentos no se vayan al techo, que es lo que va a pasar.
“Hacemos un montón si dejamos de comprar sin pensar. Mi voto no cambia absolutamente nada, lo que cambia es mi compra, dónde pongo mi plata”.
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