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Educar emociones, educar para la vida

Amanda Céspedes nos invita a reconocer el aspecto fundacional de los niños para su vida de adultos.

05 de Diciembre de 2008 | 11:45 |
“El niño llega al mundo perfectamente programado para la felicidad”.

Esta categórica afirmación de la psiquiatra Amanda Céspedes sorprende y nos lleva a preguntarnos qué pasa en el camino que tanto niños, adolescentes y adultos, muchas veces no alcanzan ese estado, y por el contrario, experimentan dolor.

En su libro “Educar las emociones, educar para la vida” esta experta terapeuta infantil nos hace explícito que los adultos, y el medio, juegan un papel fundamental en la construcción de la emocionalidad de los niños que luego serán adultos. Y agrega que muchos han olvidado ese rol, ya por omisión, o porque se centran en lo cognitivo.

En el camino de ayudar a los niños a construir una emocionalidad, los padres, firma Amanda Céspedes, se apoyan en un solo factor: la disciplina, que tiene como objetivo conducir al niño a dominar sus emociones para mantenerlas a raya en su viaje hacia la adultez.

Pero ello, no es la solución, los padres y profesores, deben comprender la complejidad de la estructura emotiva de los niños para poder actuar en consecuencia.

Amanda Céspedes sostiene que la familia - padres, hermanos mayores- es el agente fundamental, el maestro en la educación de las emociones y para llevar a cabo su tarea en forma exitosa se deben cumplir ciertas condiciones.

Estas son: tener conocimiento intuitivo o informado acerca de la edad infantil y adolescente; conocer la importancia de los ambientes emocionalmente seguros en el desarrollo de la afectividad infantil; presencia de un razonable equilibrio psicológico en cada miembro de la familia; cohesión familiar; afrontamiento adecuado de conflictos; estilos de administración de la autoridad y del poder; y comunicación afectiva y efectiva.

“Educar las emociones es el arte de enseñar a ser humano”, afirma la especialista.

Etapas de construcción

Cinco etapas distingue Amanda Céspedes en la construcción de la estructura emocional de las personas.

La primera fase es la que va desde el tercer mes intrauterino a los ochos meses de edad y es quizás, la más fundamental. Las experiencias en el vientre materno y los primeros meses de apego son gravitantes; los sentimientos de la madre hacia el bebé provocan corrientes de energía y mensajes químicos que se graban a fuego.

En esta fase el bebé poco a poco el miedo que implicó salir del vientre y empieza a dejar espacio a una emocionalidad positiva donde establece vinculaciones con los otros. A los ocho meses maduran estructuras que le permiten tener temor frente a los extraños y asumen conductas defensivas.

Aquí la misión es educar al bebé para que pueda establecer vinculaciones intensamente afectivas desde antes de nacer y aunque queden estructuras dañadas por falta de apego, están tienen capacidad de regeneración.

La segunda fase es la que va entre los 2 y 5 años implica una etapa fundamental para que se llegue a puerto y se debe a que es el momento en que los niños deben aprender a autorregular sus emociones. Debe ser capaz, gradualmente, de poder identificarlas, modularlas, ajustarlas a la circunstancia y controlarlas.

Aquí es muy importante de que los padres y adultos puedan anticipar de modo empático las situaciones que afectarán al niño; sintonizar con las emociones de él, invitándolo a atenuar su ansiedad frente a hechos que le significan cambio.

La tercera fase es la que va de los 7 a los 10 años es una etapa intensa donde el niño ya tiene una sólida autorregulación emocional y el lenguaje le permite elaborar verbalmente sus emociones y acceder así a una comprensión cognitiva de ellos.

Aquí el niño requiere de un mediador que le permita reflexionar, capacidad que está aún en desarrollo, y se observa porque permanentemente el niño tiene la tendencia a atribuir a terceros sus acciones.

Amanda Céspedes dice que nunca como en esta fase la práctica constante de la comunicación afectiva es tan necesaria y enriquecedora. Un escenario amoroso construye fortaleza emocional y le enseña a confiar en los otros, conocer, entender e integrar sus emociones y sentimientos, paso fundamental para el autoconocimiento.

La cuarta fase comprende la edad puberal es la más conflictiva porque los púberes ven el mundo como algo lleno de misterios y promesas, en contraposición con el hogar que se le asemeja a una prisión donde les recuerdan sus obligaciones y deberes.

En la nueva emocionalidad que experimentan por los cambios hormonales van tras la autonomía. Y aunque su desarrollo moral está bastante afianzado, su moral tiende a entrar en colisión con sus impulsos. Aquí el púber necesita un gran fuerza de autocontrol..

Los padres y adultos deben estar abiertos a descubrir los cambios de todo tipo que viven los hijos; deben cambiar la estrategia autoritaria –si es que la hay- por una actitud más flexible y empática porque no se3debe perder de vista que esta es la última oportunidad para acercarse al púber.

La última y quinta fase es la adolescencia y se inicia a los 15 años, caracterizado por importantes conquistas en los ámbitos cognitivo y emocional; la capacidad reflexiva unida a la iluminación intelectual los lleva a creerse invulnerables y como el umbral del goce aumenta van en búsqueda de experiencias extremas y desafiantes. Ojo, es una etapa de gran vulnerabilidad que puede presentar patologías psíquicas.

Los adultos deben tener claro que si la disciplina coercitiva es perjudicial en los niños en los adolescentes es potencialmente explosiva y por eso, castigar a un adolescente es decirle tácitamente que carece de capacidad de juicio, que otros deben pensar y decidir por él. Esto no significa que no haya que poner límites.

Amanda Céspedes afirma que hay que tener clara conciencia y certeza de la libertad del alma infantil y respetar esa libertad de manera irrestricta.

“Educar para la vida es guiar el alma del niño hacia su destino y ese destino es la
conciencia de sí, la libre capacidad de opciones en el marco del sentido ético de la vida”
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