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De la niñez a la adolescencia

08 de Enero de 2009 | 11:30 |
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El tránsito de la niñez al comienzo de la adolescencia es un proceso de crecimiento necesario para el desarrollo humano, sin embargo, éste puede generar mucho estrés e incertidumbre al interior de la familia.

Está marcado por la aparición de cambios físicos, que dan comienzo a la pubertad. Las alteraciones corporales y hormonales son el inicio de posteriores transformaciones, afectivas, cognitivas y sociales que sufre el adolescente. El púber inicia el rol más importante del adolescente: ser buscador de la propia identidad, trabajo que implica crisis y desequilibrio.

Desde la experiencia clínica, es frecuente escuchar que los padres consultan bastante angustiados porque observan diversos cambios en el comportamiento de sus hijos o hijas entre 11 y 12 años aproximadamente. “Ha comenzado a aislarse, está con mucha rabia, de mal genio, se encierra en su pieza y no habla. Su rendimiento escolar ha bajado. No se deja acariciar, nos rechaza con brusquedad cuando nos acercamos. No cuenta sus cosas y responde con monosílabos”, dicen.

Los púberes no saben qué les pasa, su mente se ha puesto en blanco. Aparecen nuevas sensaciones corporales, nuevas vivencias y fantasías. Se sienten llenos de ambivalencia: curiosidad y placer y, a la vez, susto, extrañeza y culpa. Los impulsos sexuales y agresivos invaden su cuerpo y psiquis.
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El púber comienza a mirar a los padres en forma diferente: los crítica, desafía y descalifica para autoafirmarse; los padres ya no son figuras idealizadas y omnipotentes. El duelo respecto de los padres de la infancia, implica a la larga, una visión más realista de los progenitores. Es un trabajo psíquico importante para el logro de la propia identidad.

Los padres del adolescente deben prepararse para la metamorfosis del hijo, ser capaz de contener la agresión y comprender la necesidad que tiene este de derrocarlo.

Ahora bien, el adolescente, necesita saber que los padres podrán tolerar su agresión, estando allí, empatizando con lo que significa esta crisis. A los púberes les calma la presencia y la puesta de límites y normas de los padres, aunque defensivamente se muestren indiferentes. Es necesario acompañar en forma cautelosa y cariñosa; aquí el manejo de la distancia es fundamental: “ni muy cerca ni muy lejos.”

Considero importante tomar en cuenta que tanto los hijos como los padres están viviendo un duelo, se requiere doble empatía: mirar el proceso de los hijos y hacerse cargo de las posibles rabias, angustias y desconcierto que puede generar esta nueva manera de relacionarse que propone el hijo. Como adulto es fundamental observar estas emociones para no actuar impulsivamente, la tentación humana a agredir de vuelta debe ser pensada por la parte más madura de la personalidad de los progenitores. Para el adolescente es esencial contar con padres pensantes, con buen manejo de sus propios impulsos.

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