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Comer, una relación de cuidado

22 de Enero de 2009 | 14:30 |
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Como bien sabemos, el exceso de peso en los niños, adolescentes y adultos es un problema que se ha venido agudizando en nuestro país de manera importante en los últimos tiempos.

Este fenómeno tiene sus raíces tanto en causas psicológicas como biológicas. En general, todos aquellos que comen en demasía no lo hacen sólo para alimentarse: calman su frustración, ansiedad o aburrimiento mediante el acto de comer.

Sin embargo, la manera de relacionarse con el alimento se aprende en los primeros meses de vida, desde que se es muy chiquito.

Por ejemplo si una mamá le da leche a la guagua cada vez que llora, pensando que tiene hambre, en vez de primero investigar que le ocurre, le enseña que la comida no es sólo para nutrirse, sino que cumple muy variadas funciones como sería la de ansiolítico, es decir, amamantando puede calmar cualquier angustia o incomodidad. Así, una guagua que llora porque no se puede quedar dormida, tiene un flatito, el pañal está mal puesto, su posición es incómoda, le molesta el sol que llega a su cuna, entiende que la comida será la solución.
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Es fundamental comprender antes de proceder. Lo mismo ocurre con un niño, un adolescente y un adulto; el tema es identificar tanto en nuestros hijos como en nosotros mismos qué nos lleva a comer, si lo hacemos por hambre o por otra razón. El poder tomar contacto con el cuerpo es fundamental, ¿estoy satisfecho(a), necesito más?

Revisando este tema me encontré con un nuevo libro chileno “Sin rollos, lo que la mente le hace al cuerpo y viceversa” de la sicóloga Viviana Assadi y la periodista Sofía Beuchat. En éste se relatan distintas historias y se explica psicológicamente que lleva, especialmente a las mujeres, a tener serias dificultades en la relación con su cuerpo, su peso y la identidad femenina.

De manera muy entretenida y amena narran una serie de casos que permiten la identificación con el personaje y la posibilidad de aprender tanto para uno misma como para enseñarles a los hijos.

Afortunadamente el libro no da recetas mágicas, ni soluciones dietéticas; entrega herramientas, ejemplos, lleva a pensar y permite comprender cómo los trastornos alimentarios son el efecto de una perturbada relación entre el comer, el cuerpo y la mente, que nace en la infancia.

En el capitulo destinado a los hijos las autoras dicen: “…Se necesita una madre que le diga a su hijo: ¿Realmente tienes hambre? ¿O quieres la galleta solo para jugar? Se necesita un padre que diga: ¿Estás aburrido? ¿Por qué mejor no vamos a jugar a la pelota, en vez de ver tele y comer? Se necesita, también que los padres puedan decir la palabra ‘no’.”

El libro puede ser de gran ayuda, para obtener conocimiento de las causas internas que nos llevan a confundirnos en torno al comer ¿por qué a veces nos cuesta sentirnos flacas y atractivas? ¿Qué trasmitimos a nuestros hijos acerca del cuerpo y la alimentación?, ¿Cómo generar un hogar que pueda poner límites cuando los niños comen en exceso?


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