1.- Fijarse en la propia sombra: La peor hora para exponerse al sol es cuando uno no puede ver su sombra. O sea, alrededor del mediodía, cuando el sol está justo en la mitad del cielo.
Por lo mismo, si la idea es ir a la playa a esa hora, las precauciones básicas son: usar bloqueador solar (mínimo FPS 30), sombreros o pañuelos, y anteojos, y ojalá mantenerse bajo un quitasol. Además, hay que tener en cuenta que existen superficies reflectantes, que aumentan la radiación UV, por ejemplo: la arena, la nieve y el agua.
2.- Conocer los bloqueadores y cómo usarlos: El Fps (Factor de Protección Solar) indica la cantidad de tiempo que se puede pasar al sol sin que la piel se queme. Por ejemplo, si una persona sin ningún tipo de protección demora diez minutos en comenzar a quemarse, con un factor 30 debiera demorar 300 minutos.
Además, para que alcance a proteger la piel, el bloqueador debe aplicarse media hora antes de la exposición al sol y reaplicarse después de cada baño en la piscina o el mar, o cada una hora si hace mucho calor. Además, es bueno saber que existen dos tipos de filtros solares: físicos, con sustancias inorgánicas, en que la radiación UV se refleja en la superficie de la piel, y químicos: compuestos orgánicos que absorben la radiación UV y la emiten como radiación térmica.
Por otra parte, los bloqueadores deben cumplir dos condiciones importantes: ser hipoalergénicos y resistentes al agua.
3.- La hidratación es clave: Mantener la piel hidratada es indispensable para que se conserve saludable. Deben utilizarse cremas y aceites todos los días, al salir de la ducha, antes del bloqueador, y en especial después de exponerse al sol, porque la piel queda seca y sufre otros daños superficiales, como el fotoenvejecimiento. De hecho, se ha comprobado que dos minutos de exposición al sol son suficientes para aumentar las manchas de la piel y resecar el pelo.
4.- Daños a largo plazo: Aunque en circunstancias normales, la capa de ozono es la encargada de filtrar los rayos ultravioleta, la verdad es que el agujero es tan grande, que la radiación está llegando más fuerte que nunca a la Tierra. Por lo mismo, las posibilidades de que el sol pueda provocar daños agudos, como quemaduras e insolaciones, o crónicos, como fotoenvejecimiento, precáncer o cáncer, es mayor.
Además, los niños y adolescentes reciben más radiación que los adultos. Alrededor del 80 por ciento de la radiación UV que se recibirá en la vida, se da antes de los 18 años, y el daño es acumulativo. De hecho, los niños menores de seis meses no debieran exponerse nunca al sol, porque su piel es demasiado delicada.
5.- Después del sol: Los after sun, las aguas termales, las cremas hidratantes. Todo sirve para aliviar las pieles enrojecidas, que, a pesar del uso de bloqueador, es probable que sufran de resequedad.
Lo ideal es fijarse que se trate de productos que contengan sustancias calmantes y antiinflamatorias, como pueden ser el aloe vera o el aceite de emú, que ayudan a la piel agredida. Además, el bronceado no protege del sol. No porque la piel se vea más oscura que antes, tiene mayor resistencia frente a los rayos UV. Por lo mismo, los cuidados tienen que ser constantes.
Los beneficios de la vitamina D
El sol es una de las formas más efectivas de entregar vitamina D al cuerpo, una de las vitaminas más importantes para el funcionamiento de ciertas enzimas en el cuerpo, en particular en la piel y en los huesos. Por eso cobra importancia durante el verano.
"Esta vitamina contribuye a mejorar la calidad de los huesos y prevenir las fracturas, y además tiene un efecto protector contra varios tipos de cáncer. También se utiliza para el tratamiento de la psoriasis", explica el dermatólogo Patricio Figueroa. Además, ayuda a mantener los niveles necesarios de calcio y fósforo en la sangre.
Bastan unos pocos minutos de exposición solar diaria (entre 5 y 15 minutos) para que el organismo reciba la cantidad que necesita. "Lo que pasa es que la vitamina D se encuentra normalmente en un estado que requiere el aporte de la luz solar para ser activa biológicamente", agrega el experto. "Por eso se requieren exposiciones solares breves, aunque también puede ser aportada por los pescados o en suplementos alimentarios".
Algunos alimentos que la contienen son los productos lácteos, como el queso y la mantequilla, además de mariscos y cereales.
Se sabe que a partir de los 50 años las personas pueden necesitar mayores cantidades de vitamina D, por lo que consumir este tipo de alimentos y exponerse regularmente por períodos breves al sol - siempre con protección- es muy importante.
De todas formas, también es necesario evitar un exceso de vitamina D en el cuerpo, que podría traducirse, de acuerdo al doctor Figueroa, en una acumulación de calcio en las articulaciones, la piel o la sangre.