En estos días de Semana Santa, en que se nos invita a reflexionar, es importante pensar en las cosas que hacemos como padres que puedan favorecer o perjudicar el desarrollo y el crecimiento de nuestros adolescentes.
Por eso, les propongo que se hagan estas preguntas para así, repensar la significativa labor que tenemos los adultos, en el desarrollo de adolescentes más autónomos, confiados y responsables.
¿Estoy constantemente comparando a mi hijo, con su hermano, su primo, o el hijo de mis amigos? ¿Aprecio lo que él o ella es?
“Deberías aprender de tu hermano, él tiene su pieza siempre ordenada”, es una frase recurrente.
A veces, comparamos a los adolescentes creyendo que así los ayudamos a mejorar, pero al hacerlo los descalificamos. El comparar está muy relacionado con nuestra cultura de la competitividad.
Al pensar que tenemos que ser mejor en relación a otros, se nos olvida que el tema tiene que ver con mirar cómo podemos superarnos de acuerdo a lo más genuino y característico de nosotros mismos.
Ayudar a nuestros hijos y a nosotros mismos a sacar lo mejor, de acuerdo a lo que somos, representa un importante desafío, sobre todo durante la adolescencia, etapa en que la que está en juego el desarrollo de la identidad.
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¿Confío en la capacidad de mi hijo(a) para ir tomando sus propias decisiones y manejar sus tiempos con responsabilidad?, o ¿estoy encima de ella o él?, ¿cuánto reconozco sus cualidades?
“Cuando mi mamá sabe que tengo prueba, no deja de decirme: No te olvides que tienes prueba mañana… ¿ya estudiaste?, ¿cuánto te falta?, ¿seguro estudiaste todo?, ¿te ayudo a repasar? ¿Por qué no confía en mí?... ¿cuántos años cree que tengo? Y por último la nota es mía no de ella.”
Los adolescentes aprecian que se les cuide, pero no que se les sobreproteja. Es importante darles espacio para que ellos se puedan organizar y se hagan cargo de las consecuencias de sus actos.
La falta de seguridad en que ellos puedan utilizar sus propios recursos crea un adolescente falto de competencia y capacidad de desarrollo de habilidades, merma su autoestima y sus potencialidades.
¿Me cuesta mucho reconocer cuando me equivoco o no sé algo?
“Mi padre cree que todo lo sabe. Y cuando no, lo inventa, pues callado no se queda, después nos sermonea sobre la importancia de la honestidad.”
Sí, vale dudar, equivocarse y no saber. Por lo tanto, es importante reconocer frente a los hijos cuando hemos fallado, cuando no conocemos la respuesta o no estamos seguros.
Cuando somos capaces de mostrar nuestras limitaciones, no perdemos, mas bien ganamos respeto frente a nuestros hijos. Con el ejemplo, les enseñamos que ellos también pueden no saber o equivocarse: aceptar los propios errores es parte de la vida y del crecimiento.
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