Hace tres años que Cuti Aste empezó a componer para su álbum, tiempo en que, justamente, cumplió los 40 años.
“Hay un poco de crisis ahí, sin duda. Es como que llegas a la loma de un cerro y ahora lo que tienes que hacer es bajarlo para el otro lado. Yo digo: si la salud me acompaña y los antecedentes familiares me hacen vivir hasta los 80 años, como lo hizo mi padre y mi abuelo, en este momento yo estaría en la mitad. Pero ahora tengo más condiciones favorables o desfavorables para hacer un disco. Desfavorables, porque ahora no tengo tanta pega como para decir voy a dejar de ganar tal plata haciendo no sé qué cosa para grabar mi disco, incluyendo la soledad y la cesantía, que son elementos desfavorables pero súper buenos para grabar un disco”.
-¿Por qué llegó la soledad esta vez? Incluso has hablado de un período de tristeza.
“Siempre he sido melancólico. No sé, desde chico se me creó la dicotomía de haber sido muy regaloneado por mis 6 hermanos y mis dos padres -sobre todo mi madre. Mi papá tenía otras formas de ser cariñoso, como los papás a la antigua-, pero por largas horas del día tenía varios momentos de retrospección, de soledad, en que salía al patio, jugaba con el perro, inventaba mis cosas, artefactos, mecanismos; desarmaba los relojes enteros y después los volvía a armar. No te digo que quedaran andando, pero se veían igual que antes. Y así un día descubrí la melódica, una Hohner de metal verde, en un cajón de mi hermana que estaba hurgueteado de puro intruso. Lo empecé a soplar y me generó una satisfacción emocional. Cuando tocaba, me sentía bien. Y como que de ahí partió la cosa. Pero la melódica empezó también a generar en mí una necesidad de estar solo. Yo no tocaba para que me escucharan, sino que me encerraba en mi pieza o en el baño que tenía una acústica buena, y me retaban porque el baño era para otras cosas y yo me pasaba horas encerrado tocando la huevadita. Así fui generando un espacio de soledad, de melancolía, de íntima introspección a través de la música”.
-Finalmente, ¿este disco fue también un proceso de sanación de la tristeza?
“Sí, porque cuando uno habla las cosas siempre es bueno y los hombres no somos como las mujeres, que se juntan a hablar de lo que les pasa en el corazón. Los hombres preferimos hablar de computadores, de autos, de atornilladores, de cualquier otra cosa, pero no de lo que nos pasa en el corazón, salvo que esté muy la cagada, que me ha tocado con amigos, pero son casos en que realmente se aprieta el botón de emergencia, como cuando el incendio está que se lo come y no sabe qué hacer.
“Este disco fue también un proceso de crecimiento mío, una maduración tardía. Yo soy súper serio para algunos temas y tengo muchas cosas requeteclaras, como papá funciono súper bien dentro de las posibilidades, pero en términos emocionales seguí siendo bastante adolescente hasta hace poquito. Y eso también se confunde, porque, como muchas veces, no he tenido un trabajo estable, me visto de short, polera y chalas y salgo en la bicicleta a hacer los trámites. Tengo 43 años y más de alguien puede decir ‘mira el huevón disfrazado de niño’, pero resulta que es más cómodo y me voy a resistir a eso”.
-Tienes un hijo, Camilo (12), que está entrando a la adolescencia. ¿Se te ha hecho complicado desde tu postura de papá separado?
“No. Él en especial es un niño muy adorable. Creo que la adolescencia es un problema para los padres, cuando ellos no supieron construir a tiempo un canal de comunicación con el hijo y se empiezan a enterar por los amigos que el cabro fuma o que la hija tuvo sexo, auque nadie te enseña a criar un niño”.
-¿Y tú cómo lo hiciste?
“He tenido que crecer mucho. Jamás voy a igualar a mi padre. Él tenía un carácter súper fuerte y una forma de manifestarse que le salía con mucha gracia, pero los hijos no siempre lo hemos podido hacer así. He tenido problemas, por ejemplo, en el auto por agarrarme a chuchadas con el que va manejando al lado; he tenido unas ciertas tendencias a un carácter violento que las he tenido que ir venciendo en el desarrollo de mi crecimiento personal. Claro que mi hijo es mucho mejor que yo. La madre también se ha lucido criándolo muy bien, y su nueva pareja es un tipo que tiene un corazón muy grande, pero también yo le hablé al Camilo, desde chico, como a una persona adulta; siempre le contesté la verdad, nunca usé metáforas. Nunca lo engañé diciéndole no, no te voy a comprar ese juguete porque es malo. No, le decía que no tenía la plata.
"Tampoco estoy del todo resuelto con él. Me va sorprender seguramente con cosas, pero todavía es chico: niños pequeños, problemas pequeños. Cuando crezca, seguramente me va a generar conflictos, pero hasta el momento ha sido todo muy llano, porque él es muy buena persona. Es un niño muy bonito, de un corazón muy noble”.
-¿Y tú cómo eras a su edad?
“Yo cuando chico hice mil y un estupideces. Me podría haber matado mil veces manejando la bicicleta o el auto de mi papá o haciendo montones de huevadas que formaron mi espíritu aventurero. Pero, curiosamente, mi hijo no tiene eso. Sí es inventor como yo y tiene condiciones musicales, pero no tiene esa tontera media suicida que yo heredé de mis hermanos mayores, que tiene que ver con ellos y su generación. Les tocó vivir el hipismo y pasar de esos sueños a la oscuridad de la dictadura. Yo también la viví, pero mi generación supo traducir el odio en teatro, en música. Además que para revolucionario ya no tengo pinta. Soy burgués, me gusta la buena vida. Nunca he tenido mucha plata, pero vez que tengo me gusta ir a un buen restaurante. No me gustan los excesos, pero tampoco me gusta privarme de las buenas cosas que la vida tiene”.
-¿Qué madurez tardía fue la que te trajo la soledad y tus canciones?
“Más que nada fue algo emocional. Yo era súper exigente, mi carácter me jugaba en contra y nunca pude mantener mucho tiempo la misma pareja”.
-¿Mal genio?
“Mal genio y buen genio, una mezcla. Soy muy intenso, toda la vida lo he sido y espero no dejar de serlo, pero ahora como que definitivamente escojo mejor las palabras que voy a decir, y los tonos sobre todo. También los hábitos que uno tiene te llevan a juntarte con gente que no es la más apropiada para ser feliz. Yo ahora me junto con los amigos que realmente me generan bienestar y hago mis proyectos con la gente que me tiene cariño. Así se va generando un círculo de retroalimentación positiva, donde todo empieza a salir bien por causas naturales”.
-¿Tenías amigos muy carreteros?
“Claro. Hubo una generación en que todos cometimos muchos excesos y yo, en algún minuto, ¡pum!, me salí de eso, porque si no iba a terminar destruido y se pierde mucho tiempo y energía en eso. Este disco también es resultado de los cambios de hábito que tuve en mi vida”.
-¿Y ahora eres puro relax y casa?
“No, no. De hecho, hicimos el tremendo asado y yo terminé bien borrachín acá arriba para festejar el lanzamiento. Vinieron todos los técnicos, las bailarinas y familiares para celebrar. Si es lo que dice el tío Lalo: ‘el hueveo, pero bien hecho”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Casi se me transformó en vicio volar con el simulador de vuelo del Google Earth. Yo siempre he querido tener aviones y pilotear uno. Cuando chico tenía un avión a control remoto y ahora le compré un helicóptero a mi hijo. Una vez, incluso, me tiré en alas delta, y cuando descubrí este simulador me compré un joystick y empecé de repente a estar una hora al día, volando sobre el Cañón del Colorado o por el Cajón del Maipo. Estuve así hasta que empecé con lo del lanzamiento del disco y ahí lo dejé botado como hábito, por suerte. Ya llevo un mes sin jugar esa tontera. El otro día lo retomé, pero fueron 10 minutos e inmediatamente lo dejé, porque recibí una llamada.
"Es que no tengo tiempo para muchas cosas más. Por ejemplo, ese palito de agua que ahora está apagado, pero que tiene agua que baja, lo hice con mi hijo, con el Camilito, en los primeros días de marzo, que no tenía mucho que hacer. Es precioso, porque el agüita gira (lo enciende, pero no pasa nada). Se demora un poco en echarse a andar. Le hace falta agua, porque la gata se la toma. Es más patuda…”.