El año pasado,
Cindy Jackson decidió buscar un look más parecido a Brigitte Bardot.
Para eso, tres veces a la semana se realizó una microdermabrasión (peeling profundo) de pies a cabeza, además de una ampliación de su labio inferior, un blanqueamiento dental, una liposucción y un aumento de busto, entre otros procedimientos.
Aunque tenía 53 años, su aspecto se veía bastante más joven, gracias a las cerca de cincuenta cirugías que desde 1977 viene realizándose. Retoques en sus ojos, implantes en sus mejillas, remodelación de su mandíbula y muchas, muchas operaciones más, la habían dejado como la versión en carne y hueso de la muñeca Barbie.
“Ya que nadie había hecho esto antes, no tenía modelos a seguir. De hecho, me dijeron que no era posible (hacerlo), ya que hay tres reglas en la cirugía estética: 1.- No se puede hacer a una simple persona más atractiva. 2.- No se puede cambiar la estructura ósea. 3.- No se puede restar más de 10 años del rostro. Rompí las tres reglas y establecí un récord mundial”, escribe orgullosa Jackson en su página.
El auge de las cirugías estéticas en esta etapa de la historia y la facilidad con que un defecto o un rasgo pueden ser cambiados en el cuerpo humano, esconde una patología psiquiátrica: la dismorfofobia, tal como lo asegura la psicóloga del equipo de expertos en salud mental “Psikis”, Cecilia Taborga.
Un dos por ciento de la población estaría afectada por este mal, como indica la doctora estadounidense Katharine A. Phillips, en su libro “The broken mirror”. Y se presenta en individuos obsesionados con algún defecto, ya sea un lunar, la forma de su nariz, de su rostro, sus orejas, su cabello, por más que éstos no presenten una anomalía en especial, algo que no pueden soportar por sentir fobia a la fealdad.
“En todas las personas existe un poquito de esto”, dice la psicóloga. “Todo el mundo va a decir que no les gusta esto, que no les gusta a esto otro. En general, cuesta más encontrar a personas que estén contentas y satisfechas consigo mismas. Sobre todo con el cuerpo”.
La dismorfofobia aparece, generalmente, en personas adolescentes o adultos jóvenes y puede “mantenerse de por vida”, como lo explica el psiquiatra y docente de la Universidad Andrés Bello, Carlos Cruz.
El psiquiatra indica que esta patología lleva bastante tiempo entre nosotros. Sin embargo, “al igual que la anorexia, la gran preocupación por la apariencia del cuerpo y el postergar las señales de la vejez, hace que nos sintamos más exigidos a estar dentro de los cánones de belleza reinantes”.
“Una anoréxica se ve gorda aunque esté en los huesos. No logra hacer coincidir la realidad con lo que ella mira en el espejo. Ahí está lo sicótico, lo raro, la realidad distorsionada”, cuenta Taborga.
Algunos que padecen esta enfermedad rehúsan el contacto social por considerarse demasiado feos para como para que alguien los mire, mientras que la mayoría viven en relativa normalidad en sociedad, aunque en su fuero interno, los temores y obsesión con que todo el mundo está mirando sus defectos, se mantienen ocultos a su círculo más cercano, como puede verse entre los casos que expone Phillips en su texto.
Es difícil ayudar a quienes tienen la certeza en sus mentes de que se ven mal, decirles que no es fea como dice ser y sentirse. Sin embargo, Cruz señala que “los ambientes que no enfatizan la belleza corporal según un patrón determinado y que muestran afecto hacia cualquier persona, independiente de su apariencia, tienden a minimizar la expresión de estos trastornos”.
“Uno también podría usar el cuerpo como la expresión simbólica de lo que está dentro. En el fondo, uno no está satisfecha por como es; hay un tema de identidad de fondo”, reflexiona Taborga.