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Reflexiones frente a una higuera

30 de Junio de 2009 | 18:17 |
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Del porte de una mano, un Mickey Mouse de madera, pintado de blanco y negro -como se conocía en su época de fabricación- acompaña a Vittorio desde su nacimiento. Ese juguete, que compró don Giulio a su hijo hace tantos años, aún se conserva intacto en el estudio que hoy ocupa Di Girolamo, junto a su extensa biblioteca, sus dibujos y otras figuras de madera, juguetes fantásticos creados por él.

Esta habitación, al igual que la de su padre, es un sitio solemne de su casa. Cuando trabaja en ella, nadie lo debe molestar. Prefiere la soledad absoluta para concentrarse y entregarse por completo a sus ideas. Sin embargo, a veces regresa al mundo exterior, aunque sin salir de su templo de trabajo. Basta que admire el patio de su casa desde un ventanal, donde una vieja y robusta higuera se yergue, para transportarse a sus años de pololeo con Marta. El árbol, desde ese entonces, es un fiel testigo de la vida familiar de don Vottorio.

A Marta la conoció en los tiempos de la Academia Di Girolamo, un instituto fundado por Pablo, Claudio y Vittorio, donde los hermanos italianos enseñaban sus conocimientos de Bellas Artes adquiridos en Roma. Allí, Marta fue su alumna.

-Lleva 54 años de casado con su esposa. ¿Tiene algún secreto para mantener un buen matrimonio?
“Hay que decirlo sin temor. Primero que nada, yo y Marta somos dos convertidos, en el sentido de que ella tuvo una maestra de la Sagrada Escritura y yo un benedictino. Antes de querernos, fuimos formados por estos maestros. Y el famoso libro (la Biblia) no era para nosotros solamente un cuento o una novela, era algo que decía verdades. Así que todo lo que es humano, la pasión humana, que parece muy entretenida, fue vista desde otra altura.
“Como mi futuro suegro me estimaba mucho, me invitó a conocer su fundo para ver la cordillera. Sabía que me gustaba mucho el andinismo. Fui y conversé con Marta. Vi que teníamos el mismo amor a la montaña y ahí, poco a poco, la relación de amistad, maestro-discípula, pasó a ser de amistad sin diferencias. De repente, surgió el amor profundo que dura hasta hoy intacto”.

-¿Qué lo enoja?
“Yo no quiero guerra porque soy romano antiguo y busco la pax, la armonía del universo. Pero cuando tengo un adversario, yo estudio a mi enemigo, me intereso por él, comprendo todo lo que él cree y por qué lo cree. Entonces le digo: ‘te comprendo’. Pero yo le pido a mi enemigo que también se interese en lo que yo creo y en por qué lo creo. Y si él me dice: ‘no, tú estás equivocado, no tengo por qué saber nada’, la paz se hace imposible. Esto no me significa una rabia tremenda, pero me duele”.

-¿Cómo se despeja de un mal día?
“Pienso que todos los días no pueden ser iguales. La vida es tan diversa… Hay dolores, hay dichas, de todo. Siempre mañana es otro día. Hay que separarse un poco de estos cambios y mantenerse en una serenidad espiritual. Sólo una cosa es segura: nos vamos a morir todos. Tal vez se pierden todos mis documentos, los que son famosos hoy, en un futuro, puede que nadie los recuerde. Todo pasa. Hay que vivir la vida tranquilo, gozar de la vida, amar, hacerse amar, y aceptar los días como vienen”.

Es difícil imaginar que este hombre sano y fuerte como se lo ve hoy en día, haya sufrido alguna vez de una enfermedad como la tuberculosis. Pero Di Girolamo es el vivo ejemplo de ese refrán que dice que “lo que no te mata, te hace más fuerte”.

“Yo ya vivía con Marta y tenía dos hijos, cuando nos fuimos a Valdivia a vivir, mientras fui decano de Bellas Artes y miembro del directorio de la Universidad Austral. En ese entonces, no había cómo llegar a la facultad que yo dirigía y tenía que caminar casi catorce cuadras bajo la lluvia. Tenía un paraguas, pero se rompió con el viento, así que llegaba todos los días empapado hasta allá. Conclusión, caí con la tuberculosis a la columna vertebral. Me trajeron a Santiago, me enyesaron y estuve meses y meses boca abajo”.

-¿Qué hizo para no volverse loco?
“Mandé a construir una cama sobre otra. Me recostaba en la de arriba y abajo tenía libros, papel y pincel para dibujar. Viví casi un año así, pero me mejoré porque la abuela de Agustín Edwards, Isabel Eastman de Edwards –que me conocía- supo lo que me había pasado, y me fue a buscar con dos camionetas para llevarme a su refugio en Farellones. Ella sabía que yo era andinista y tenía fe de que el aire me ayudara. Estuve meses ahí, respirando profundo, dibujando, y debido a esto no me operaron. Tenían que sacarme hueso de la cadera para parchar las dos vértebras dorsales, pero me mejoré antes gracias al prana (energía vital) del aire. Siempre he creído en la respiración profunda y en el yoga. Fue una experiencia difícil, pero tuve esta aventura que me hizo muy bien, porque enyesado dibujé y escribí cosas increíbles”.

-¿Se considera alguien completamente feliz?
“Sí, soy feliz. Primero, porque existo y eso ya es un misterio. En el Evangelio, Jesús nos hace ver que una pequeña semilla colocada en la oscuridad del suelo no es nada. Después nacen las raíces, la planta sale hacia arriba, tiene ramitas, se hace más gruesa, tiene más ramas, flores, frutos, y las aves del cielo ponen un nido en su rama. Esto es como nosotros; del esperma y el óvulo sale una persona capaz de pensar, de oír, de ver, de hacer. La vida de una persona y una planta es un ir hacia una meta, que es la plenitud que pueda alcanzar. Tienes todo para alcanzar la plenitud; fantasía, voluntad, vista, memoria… ¿Sabes cómo se define la plenitud? Es identidad. Tú no tienes identidad si no eres idéntico a esa otra persona en la plenitud. Yo todavía tengo vista, el oído, tengo todo esto. Si de repente no hay gas para la estufa, bueno, me pondré otra chomba”.

-¿En qué etapa de su vida siente que está?
“Empezando siempre”.

-¿Cuál es su vicio privado?
“Un hobby mío es volver a leer y meditar por décima y enésima vez un texto. Siempre que vuelvo a un texto que me tocó profundamente unos años atrás, descubro cosas nuevas, es un llamado continuo. Hay diálogos de Platón que me llaman, partes del Evangelio que me llaman, artistas que me llaman. Es un retorno permanente a algo que creo saber, pero que después conozco más y me atrae. Es una cosa rara”.
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