Su terquedad, por así llamarla, fue premonitoria. Aunque en un comienzo el marqués de Cuevas (el famoso chileno venido a menos que se casó con una nieta de Rockefeller) le negó el cupo al que había audicionado, su insistencia la hizo ingresar al cuerpo de baile y vincularse así con Chile, su tercera patria.
A los 18 años, Marcia Haydée se sumó al renombrado ballet del marqués, en París, y conoció al coreógrafo John Cranko, quien la vinculó a su segunda patria, Alemania, o más bien, Stuttgart, ciudad en la que aterrizó cuatro años después.
De Brasil y del pueblo de Niteroi natal, cercano a Río de Janeiro, poco quedaba en su memoria. Aunque había empezado a bailar a los 3 años, sólo su constancia y el apoyo de un maestro checo hicieron posible que se convirtiera en la gran prima ballerina que es hoy y que a los 15 años la recibieran en la escuela del Royal Ballet de Londres.
Tras una larga y exitosa trayectoria en las tablas, Marcia Haydée colgó las zapatillas de punta en 1996 y desde entonces ha peregrinado entre Santiago y Stuttgart como directora de los cuerpos de ballet locales.
-Usted ha dicho que Stuttgart es su vida. ¿Qué es Chile, entonces?
“Chile es parte de mi vida. Stuttgart es mi vida porque ahí me torne grande, ahí me casé, ahí tengo mi casa, hasta hoy soy idolatrada y eso va quedar siempre hasta el fin de mi vida, pero ahora mi vida está en Chile”.
-¿No va a tener que elegir entre estos dos países?
“Puede ser, puede ser que en algún momento elija, pero no creo porque mi marido, que es alemán, adora a Chile. Nunca voy a olvidar a Alemania, siempre voy a volver, de hecho lo haré ahora porque Günter tiene compromisos y la compañía sabe que yo lo acompaño; después tengo que ir a Frankfurt porque van a estrenar una ópera que fue hecha para mí y en ella tengo el rol del personaje que cuenta la historia.
“Además, no quiero perder los contactos, porque mientras los mantenga soy más fuerte como directora y tengo la puertas abiertas en todos los teatros en Europa”.
-¿Brasil es sólo su pasado?
“Amo Brasil, pero nunca fue parte de mi vida de verdad. Lo es porque ahí nací y toda mi familia vive allá, pero mi carrera no la hice ahí. Lo que yo debería estar haciendo en Brasil lo estoy haciendo aquí, porque llegó un momento en que dije ya, he dejado tanto en Europa que me gustaría volver a Brasil, pero ahí no hay un teatro con la estabilidad del chileno, ni un cuerpo como el de acá. La reputación del Teatro Municipal en Europa es muy grande y todos quieren venir a Chile y cuando lo hacen, saben que las cosas van a funcionar. Eso en Brasil no pasa, allá el gobierno cambia y cambia todo el teatro y eso no ocurre en Chile”.
-¿Qué significó haber ingresado tan joven al ballet del marqués de Cuevas?
“Eso hizo que me fascinara con Chile, quería conocerlo. El marqués en Europa era un ídolo, una figura tan importante, tenía las puertas abiertas entre príncipes y alta sociedad que estaban fascinados con él, pero no sé si acá, en Chile, le dieron la importancia que tuvo. En París no podía salir a la calle, era excéntrico, un verdadero personaje. También conocí a Raimundo Larraín (fotógrafo) y fueron ellos dos chilenos que me empujaron”.
Como miembro del ballet del marqués, Marcia Haydée visitó Santiago por primera vez en 1960, y se alojó en el hotel Crillón. De ahí no salieron porque arribaron justo el día del gran terremoto de Valdivia.
“Me sorprendió que cuando llegamos, la gente no tenía ninguna reacción con el marqués, como si no fuera chileno. Eso me sorprendió”, cuenta.
-No tuvo hijos porque consideró que eran una gran responsabilidad en medio de una profesión muy demandante. ¿Quiénes van a ser sus herederos? ¿Qué van heredar?
“Son los bailarines, en el mundo entero y es mi responsabilidad traspasar a ellos todo lo que sé, cualquiera sea la compañía. Les traspaso a ellos todo lo que aprendí”.
Un año después de casarse con el maestro de yoga Günter Schberl, esta bailarina dejó el escenario, aunque no del todo. Hoy sigue haciendo “cosas de mi edad” como formar parte de una ópera como personaje secundario.
-¿Nostalgias?
“Ninguna, hasta me he olvidado de que algunas obras o coreografías se hicieron para mí. Nunca lo pienso, no tengo añoranzas, pero me gusta estar en el escenario para tener un contacto con el público. Me fascina y lo voy a hacer hasta el día que me muera.
“También me gusta actuar en películas. Acabo de filmar con Fernando Trueba (director español de cine), donde hice de una profesora de danza, “El balie de la Victoria”; él me escogió para que fuera la profesora de Miranda, el personaje principal y yo le contesté que lo haría si es que creía que lo podía hacer. Me fascinó, estoy abierta a hacer distintas cosas”.
-Queda claro que en su agenda no hay fecha de retiro. ¿Eso es porque tiene mucho que aprender aún o mucho que enseñar?
“Las dos cosas. No se trata de aprender, pero no puedo estar sin hacer lo que siempre he hecho. Cuando me preguntan cuándo estoy de vacaciones digo toda mi vida, porque así lo veo, hago lo que más quiero y mis vacaciones son estar en el teatro. Cuanto estoy dos semanas sin hacer nada me aburro y ahí mi marido me tiene que entretener, llevar al Himalaya a subir montañas, lo que sea. No soy de quedarme en casa sin hacer nada y si estoy ahí, estoy pintando o en el computador haciendo juegos buenos para la cabeza.
“El día que Dios me diga Marcia, tienes que venir, yo estoy lista, no tengo problemas”.
Tras pensarlo un poco más agrega: “Uno no puede decir que ya aprendió todo, porque hoy la danza, principalmente en Europa, ya va por otro camino, no es lo que era cuando yo era bailarina y no quiero quedarme atrás. Lo tengo que aprender porque es necesario el vocabulario para hablar con los bailarines”.
-Desafíos le quedan muchos.
“Sí y si no hay desafíos, yo me pongo desafíos” y se ríe.