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Naturalmente polígamos y vulnerables

La testosterona los hace unos machos con ganas de expandir su semilla por doquier, pero la sociedad los condena a esconder sus sentimientos, como parte de su hombría.

15 de Septiembre de 2009 | 10:11 |
“Los hombres están con una sola mujer cuando estar con más de una les saldría demasiado caro”, sería la explicación más práctica de algunos científicos, según la doctora Marianne J. Legato.

Esta académica de medicina clínica de la Universidad de Columbia -catalogada entre los mejores médicos del mundo por la revista “New York”- lanzó tal afirmación en su último libro “Por qué los hombres mueren antes” (Urano), un texto dedicado a su especialización en la medicina de género, y que explica como “la ciencia sobre cómo los procesos físicos del cuerpo humano y las experiencias de las enfermedades varían en función del sexo biológico”.

Y es a partir de este prisma que lanza frases como que “la monogamia no es en el fondo más que una decisión práctica”, refiriéndose a lo cómodo que parece en la actualidad el incremento en el número de hombres que están optando a quedarse en el hogar y cuidar de los niños, mientras su mujer, al igual que muchas, salen al mercado laboral y regresan con altos ingresos. De hecho, “la cantidad de padres que se quedan en la casa para cuidar de sus hijos se ha triplicado en Estados Unidos en los últimos diez años a casi 160 mil”, cometa.

Los motivos, biológicamente analizados en el libro, parecen enrostrar una verdad que no ha querido ser admitida por algunas: “Los hombres, a diferencia de la mayoría de mujeres, pueden -y a menudo lo hacen- separar el sexo del afecto”.

La testosterona cumple un rol fundamental. Si bien incrementa la conducta masculina de querer proteger y mejorar las condiciones de vida de él y de los suyos, al mismo tiempo, esta hormona que aparece en la pubertad -teniendo su apogeo al final de la adolescencia y al inicio de la adultez-, hace que “físicamente, (los hombres estén) programados para tener ganas de copular en cualquier momento con cualquier hembra de su entorno que pueda concebir y tener hijos”.

Eso explica, como bien comenta la autora, en que ellos estén constantemente compitiendo entre sí para quedarse con las hembras, exhiban gustosos su cuerpo en los gimnasios, y alardeen con sus autos y con frases como “yo invito”, gestos que expresarían su salud, su poderío monetario y/o éxito laboral.

Pero, ¿por qué aún así existen los monógamos? La bendición se llama vasopresina y es una hormona que ha sido hallada en animales como el ratón de la pradera, el que, aparentemente, “vive en perpetuo estado de felicidad con una sola hembra, mientras se ocupa de las crías sin mostrar ningún deseo de aparearse con ninguna otra”.

Junto con factores como las feromonas (“sustancias químicas sexuales que envían mensajes eróticos al cerebro”) y hormonas como la epinefrina y la norepinefrina -que aparecen en la etapa de enamoramiento- la vasopresina se libera para dirigir los centros del placer en el cerebro de ellos.

Lo que ocurre, en el caso del ratón de la pradera es que el sólo olor de la ratona estimula la liberación de la sustancia, y permite que el macho reconozca en el único aroma de la hembra el vínculo que mantiene con ella.


El precio de hacerse el choro

“Los hombres se mueren antes que las mujeres a causa de su fisiología masculina, pero también se debe a las exigencias que la sociedad les hace”, dice la autora.

Su texto, básicamente, está dirigido a explicar la fragilidad masculina, tanto psicológica como física, que termina repercutiendo en su salud, y, por lo tanto, terminando a veces con su vida a antes que en el caso de las mujeres.

Ya desde el feto, “un hombre tiene menos probabilidades de sobrevivir”, debido a que sus pulmones son más vulnerables, y durante su adolescencia, “el área del cerebro responsable de formular juicios y tomar decisiones está menos desarrollada que la de las chicas de su misma edad”.

Conductas temerarias o suicidas aparecen entre las principales causas de muerte de los adolescentes y jóvenes veinteañeros varones, explica la doctora, siendo no sólo un asunto hormonal el implicado, como lo sería la testosterona en el caso de los actos impulsivos y peligrosos, sino que también influye “la presión que la sociedad ejerce sobre los hombres”, la que puede llegar a ser mortal.

“Nuestra sociedad anima a los chicos a ‘mantenerse firmes’ y a soportar cualquier clase de dolor, infelicidad y molestia a pesar del precio personal que les cueste. Y en cambio no los anima a pedir ayuda o consejo sobre cómo aliviar las consecuencias de esta presión social. El resultado es una depresión no reconocida y sin tratar en varones de todas las edades”.

El problema puede ir desde una profunda depresión que termina acarreando un sinfín de otras enfermedades, hasta las más diversas molestias físicas. Basta constatar lo difícil que resulta convencer a un hombre a que se haga un examen de próstata, para dimensionar que en lo referente a sus sentimientos, será menos preocupado o buscará menos ayuda.

“La mayoría de los hombres son muy duros consigo mismos -y con los demás- mientras luchan por progresar en sus carreras laborales, sacar adelante a su familia y ganar el suficiente dinero para sobrevivir. Piensan que pedir un consejo no es de hombres. Mis pacientes varones tienen el hábito de ignorar el dolor e incluso los síntomas más evidentes de una enfermedad. Creen que quejarse es de mujeres y no de hombres”, cuenta la doctora, quien menciona que, aunque las tasas de depresión masculina se mantenga en cerca del 50% por debajo de las de las mujeres, existe un alto margen de error al tomar en cuenta que, muchas veces, los síntomas se hacen tan difíciles de ver en ellos, que la enfermedad perfectamente puede pasar desapercibida ante un médico.
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