“Nada me parece muy loco. Creo que todo en la vida está bien”, dice Axel Witteveen, conocido sólo como
Axel entre los asiduos a la música romántica.
El músico argentino anda de paso por Chile, pero prácticamente va y vuelve, ya que antes de fin de mes, el 24, sonarán sus canciones -“Amo”, “Tu Amor Por Siempre” y “Celebra la vida”- en el Teatro Oriente, tal como lo ha hecho en el resto de Latinoamérica.
Pero antes de que anduviera sacando suspiros internacionales, y al igual que varios artistas criollos, “el loco” (como le dicen sus amigos desde la adolescencia) quiso probar suerte en tierras aztecas. Y aunque hoy pudiera parecer que alcanzó el éxito desde un comienzo, su experiencia deja en claro que un tropiezo siempre trae enseñanzas.
“Esa fue una etapa especial. Me fui con muchas ilusiones. La compañía que me apoyó en ese momento me había hecho muchas promesas. Yo era mucho más chico –fue entre el año 2001 a marzo de 2003- y todo el mundo me decía que México era un mercado impresionante y que en dos meses iba a sacar un disco, pero pasaban los dos meses y preguntaba qué pasaba, y nada”.
Pasado el tiempo, se vio sin un peso. Lejos de sus tierras, donde ya había lanzado un disco (“La clave para conquistar”), de su familia y sus amigos, el instinto de supervivencia afloró.
“Me puse a cantar en bares, en el metro y vivir del día a día. Empecé a vender mi ropa en la calle para tener para comer, porque tampoco podía llamar a mis viejos y decirles:
‘che, mandame plata para el pasaje que me quiero devolver’, porque no tenían plata para hacerlo. Me las rebusqué como buscavidas y luchador que soy”.
-¿Te vienen malos recuerdos de esa etapa?
“Fue una etapa especial, no digo mala porque crecí mucho. Al volver hicimos un disco que fue ‘Amo’ y pegó fuertísimo en Argentina y en varios países, así que hubo una revancha que la vida me dio y que supe aprovechar”.
-En términos artísticos y personales, ¿qué te queda?
“Muchísimo, muchas enseñanzas. Yo me fui a México más chico, a una edad que te hacen una promesa y vos te la creés. Pero ahora no me iría sin la certeza de que una compañía me va a apoyar. Con el oficio del tiempo te das cuenta de esas cosas y vas aprendiendo más. Hoy tampoco encuentro necesario irme a vivir allá para realmente pegar en ese país. La globalización a hecho que uno, desde cualquier parte del mundo, pueda con un mail o un video estar presente”.
“En México tuve la posibilidad de hacer cursos de meditación y contactarme con gente muy mística; iba a lugares a hacer ciertos rituales con chamanes, algo que en Argentina no hacía tampoco”.
-Cantar en los bares y en el metro, es una escuela, musicalmente hablando
“Sí. Aparte fue una enseñanza para mí mismo. Uno a veces cree que porque ya sacaste un disco, no te vas a meter a cantar a un bar. Y sí, a veces te toca. Entonces, me demostré a mí mismo que no sentía vergüenza ni que se me caían los anillos -como decimos en Argentina-, por ir a cantar frente a cinco mesas en un bar, donde la mitad del público está borracho. Yo les tocaba un par de canciones mexicanas y me pagaban 20 pesos. Así me di cuenta que no me sentía ni menos ni más que nadie. Por eso también, cada fin de año, toco en un bar en Argentina; en uno chiquitito, para 50 personas, porque me sigue gustando esa esencia de los bares”.
-¿Te aterriza un poco?
“No tengo muchos aires, pero me gusta eso. Nací en los bares y voy a tocar siempre en ellos. Me encantan, tienen una energía muy especial, porque está la gente al lado y no hay tanta presión. Yo trato de traducir lo que pasa en un bar a un teatro con 20 mil personas. En el bar uno está tomando algo, y de repente alguien habla y se sube a cantar con vos o te pide una canción y la tocás. En el teatro es muy parecido, yo hago lo que quiero”.
-Eso es en tu carrera, pero en tu vida, entre los conciertos, los viajes y el trabajo, ¿haces lo que quieres?
“Tengo una vida personal. Me gusta mucho hacer deporte, salir a pasear con mis sobrinos -que tengo seis-; me gusta cocinar, viajar... Sí, hago muchas cosas. Uno se hace el tiempo, más allá de que tome ochenta aviones por año. De repente, en mi barrio, voy al supermercado a comprar las cosas en pantuflas -de San Lorenzo, que me regaló mi mamá- y pijamas, y la gente me ve y me dice:
Axel, ¿qué hacés?’ ¡Compro!
“Hace tres semanas hice un picnic en una plaza con mis amigos. Y estaba el pochoclero, el de los globos, y la gente miraba y decía:
‘no puede ser que Axel esté en la plaza’. Y ya cuando uno de ellos se da cuenta, empieza a llegar el resto”.
-¿No te arruinan el momento?
“Si es con respeto, no. Si yo fuera una persona inaccesible, que me quisiera hacer la estrella, generaría más esa desesperación por tocar y acercarse. Ahora, como yo les muestro que soy accesible y normal, tengo la posibilidad de decir:
‘Che maestro, como y luego hablamos’. El escenario mide un metro de altura, pero la distancia entre el público y el cantante es mucho más grande para la gente”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Una manía que tengo muy presente es el equilibrio. Lo hago en mi casa y en cualquier parte que voy porque ya es un hábito, así que si veo un ropero abierto, un cajón abierto o un cuadro mal acomodado, voy y lo acomodo todo, porque me gusta que esté todo bien equilibrado. En mi casa tengo muchos tés en una caja -quince tipos diferentes y bolsas de infusiones naturales- y los tengo arreglados según su color y todos mirando para el mismo lado”.
-Suena más complejo que un hábito.
“Es un hábito. Por ejemplo, en mi casa, si tengo una mesa un poco torcida, voy y la acomodo; o cuando la señora que limpia mi casa me ayuda y deja las sillas mal acomodadas, yo, al ojo, me preocupo que todas estén a la misma distancia de la mesa. No es que las mida, es al ojo. Pero no me gusta que una esté más lejos, no, no. Todas parejitas, igual. Es equilibrio. Me han dicho que como yo busco mucho el equilibro por dentro, trato de que se refleje afuera todo el tiempo. Pero otra persona me dijo que como yo estaba desequilibrado, buscaba el equilibrio afuera”.
-¿Por qué ves tan importante esa armonía?
“El orden de tu casa es el orden de tu vida. Eso siempre sabelo. Si la casa está hecha un quilombo, tu vida es un quilombo. Y vos decís:
‘¡pero cómo lo soluciono!... Ordená tu casa y tu vida se acomoda sola”.