“Nada más normal que sentirse irritado en una pareja, incluso cuando las relaciones son buenas”.
La anterior pareciera ser la frase que un terapeuta le dirige a un matrimonio que ha recurrido a su consulta a tratar de salvar su mala relación diaria.
Pero la verdad es una de las sentencias del sociólogo Jean-Claude Kaufmann, especialista en el tema, que a través de diversos textos trata de dar una luz a los problemas que afligen a los que son dos.
En su última obra “Irritaciones” de Gedisa (Oceáno), Kaufmann afirma que la irritación es inherente a la vida en pareja, donde dos personas distintas tienen que convivir.
Hay que partir de la base que el cónyuge no es el único que irrita. Uno mismo es fuente de irritación personal y qué de decir del entorno, pero cuando se unen dos proyectos, es inevitable que las fricciones, pero principalmente, las disonancias, entren en juego.
Y eso es lo que este sociólogo establece como la base de las irritaciones; una disonancia que genera ruido y de alguna manera se expresa. Por lo tanto, queda claro que las irritaciones no son anodinas.
La irritación como tal, además, nos puede llevar percibir otra serie de sentimientos negativos: ira, rencor, exasperación, decepción, impaciencia, amargura, que presentes en una relación de pareja pueden ser un cóctel explosivo.
Por eso, es mejor por atención a las pequeñas guerras que se viven en pareja: que siempre deja la ropa tirada, que nunca baja la tapa del excusado.
Según señala Kaufmann las primeras irritaciones de la pareja son el signo de que el proceso de unificación se ha activado; las divergencias no generan más tensiones que en la medida en que ambos avanzan en la construcción de su proyecto en común.
Además, se suma que hay posibilidad de que la intimidad aumente la posibilidad de irritaciones por la cercanía y la presencia permanente, riesgo que se debe tener presente y hacer consciente.
Otro punto que este sociólogo pone sobre la mesa es que, definitivamente, los hombres son menos sensibles a la irritación, o al menos la sienten menos o la expresan de manera diferente.
La traición y la naturaleza pueden explicar el hecho de que los hombres se irriten menos; no gustan de las conversaciones íntimas como las mujeres, se expresan menos y entran poco en los temas de pareja.
Los roles también cumplen un papel fundamental, porque las mujeres están más en contacto con la rutina familiar, deben buscar soluciones, cuestión en la que los hombres no participan. Y es más, en esos casos, prefieren ver pasar la tormenta.
Ahora, que los hombres no expresen su irritación no significa que se irriten menos; pueden hacerlo en secreto y no querer hablar de ello. Es decir, asumen el patrón machista de gestionar las crisis y los roces con la pareja a través del silencio.
Y, ojo, aunque sea una persona muy controlada, nada impide que su irritación explote en una rabia o violencia contenida.
Si las mujeres se irritan menos, puede deberse, dice Kaufmann, al hecho de que precisamente la táctica de los hombres de esquivar los problemas no es la que desearían. “Poco importan los argumentos sobre la paz y la amabilidad de las relaciones; lo que las mujeres quieren, ante todo, es intercambio y presencia en la vida conyugal, pero ante la menor dificultad, el hombre escapa”, afirma.
Ellas mismas se quejan de vivir con un fantasma no es muy agradable y por supuesto, irrita más.
Hay muchos elementos involucrados en estas pequeñas guerras de pareja, pero hay caminos que se pueden seguir a la hora de querer enfrentar estos temas antes de que las irritaciones se transformen en algo mucho mayor e insalvable.
Una de las tácticas puede ser dejar pasar la tormenta y esperar que la emoción decaiga; otra es buscar reflexionar sobre el problema; también se puede recurrir a lo que se podría llamar al ‘buen uso del enfado’ o cambiar el encuadre de la escena, es decir, ponerse en el lugar del otro y tener una mirada menos crítica con el cónyuge.
Un mal camino, en todo caso, serían las pequeñas y dulces venganzas, aunque éstas sirvan para que el otro se dé cuenta de sus conductas.